sábado, 29 de junio de 2019

Niño bilingüe



Mi hijo Enrique (8): «Yo, en inglés, me sé más de diez mil palabras. Porque sé contar hasta diez mil, y además me sé alguna palabra más».


Quiero ser como tú



Mi hijo, con lo que ha sido, ahora ya no quiere ser como yo, oh dubi du. Ahora ha decidido que quiere ser como su tío Nicolás, mi hermano, que es más alto y sale a pescar casi todos los días y tiene una nariz menos gorda [sic] que la mía. Es la historia de mi vida porque también cuando Nico entró en la adolescencia me desplazó un tanto en ciertos gustos. Y como entonces no me ha importado en absoluto. Yo soy un jugador de equipo y hablamos de mi familia.

Si le diese por querer ser como mi cuñado Agustín, ah, eso quizá sería otra historia, aunque sin faltarle a Agustín, eh, que tiene méritos indudables.

miércoles, 26 de junio de 2019

El crítico acento diacrítico



Siempre he estado en contra de la cacería de tildes de la RAE. Qué lástima, con las pocas que teníamos en español y siempre tan peinadas, pero algo era algo.

La pérdida de la tilde de los pronombres me dolía especialmente, como le dolerá a cualquiera que compare las dos versiones de este poema de Miguel d'Ors. La primera en su libro original, La música extremada (Renacimiento, 1991) y la segunda en Poesías completas 2019 (Renacimiento, ídem). 




¿No es un dolor? Ese acento sobre «Éste» era el dedo de la mano sagrada, nada menos, y el cuchillo clavado en todo lo alto del poeta, encima. Era lo sagrado y la violencia del poema. Su secreto.

Yo habría elevado un recurso de casación a la Justicia Poética y habría mantenido la tilde bajo la eximente de acento enfático. Lo es. Cuánta pérdida sin ése.


sábado, 22 de junio de 2019

Estrellas fugaces


ESTRELLA ERRANTE
Fugaz como el instante en que la miro
une el cielo a la tierra
y a su llanto de oro mi suspiro.
Escribe Juan José Tablada (1871-1945) y no sé si es haiku o soleá, pero qué bien emociona.

Decenios después el joven Guillermo López Gallego se marca otro haiku estupendo a la estrella fugaz, que es absolutamente postmoderno:
Una estrella fugaz
esta noche
que no deseo nada.
Qué bien dialogan.

miércoles, 12 de junio de 2019

Carga


Maravillosa complejidad de los asuntos humanos. Si hubiese salido una oferta de trabajo muy importante, no hubiese estado en casa celebrando el cumpleaños de Enrique, pero, si no nos fuésemos este fin de semana fuera, nos habríamos perdido la situación.

En la mesa, alrededor del pastel y las velas, mi suegra y mi padre, todo amabilidades, discuten por ver quién se queda más con los niños durante nuestra ausencia, cada cual tirando para él con enorme suavidad. En esto mi padre dice: «Yo lo único que quiero es que nos repartamos bien la carga...»

Y tuve la suerte de que en ese momento estaba mirando a Carmencita, que, con aparente despreocupación, bebía un vaso enorme de leche. Lentamente abrió los grandes ojos verdes, aumentados por las gafas y el pasmo, dejó el vaso en la mesa mientras giraba la cara y abría la boca hacia su abuelo: «¿la c-a-r-g-a?»

Todavía no sé si la exageración fue originariamente humorística o, tras nuestras risotadas, se acomodó al humor general. Le he preguntado varias veces después, pero, como los grandes humoristas, Carmen se hace fuerte en su ambigüedad.


martes, 11 de junio de 2019

Cancela


A la salida de misa, Leonor y yo nos entretenemos saludando a un amigo. ¿Dónde están los niños?, nos preguntamos al rato. Oh, mira, columpiándose salvajemente en la cancela arriba y abajo. «¡Cuidado...», gritamos los dos, perfectamente compenetrados. Aunque Leonor añade: «que os matáis!»; y yo: «que os cargáis la cancela!»


Guapo


«Vaya, qué mala suerte», me dije. Tenía una hora de guardia en la que pensaba leer como un señor, pero había una falta que cubrir, vaya. Metí a los alumnos que refunfuñaban en el aula, refunfuñando como el primero. Pero entonces oí que uno le decía otro: «¿Qué pasa, guapo?» Me chocó ese «guapo», y miré. Resulta que se lo decía un gemelo a su hermano, dos gotas de agua. La cosa tenía, por tanto, bastante gracia. Pero debe de ser una broma que ellos se gastan con frecuencia, pues los únicos que sonreían eran los hermanos, los demás les oían como quien oye llover («dos gotas de agua», je). A mí, sin embargo, ese buen rollo, ese sentido del humor, esa complicidad irónica me ha compensado la hora de guardia entera. Y, encima, he podido leer mientras los alumnos, guapos y feos, trabajaban más o menos.


miércoles, 5 de junio de 2019

Pero dolorosamente

He tenido una tarde infernal, en la que me han arrancado la muela del juicio, han tirado mi moto en el aparcamiento y la han estropeado y he perdido, con el trasiego, los dos libros que llevaba en la mano. He tenido que cruzar medio Puerto con la boca sabiéndome a sangre sin encontrar un taxi. Sin embargo nada puede borrar la maravillosa mañana que he echado llevando a Quique al médico de sus pies planos. Queda muy poco, ay, para su cumpleaños, pero quiero contar sus cosas ahora que todavía son observaciones de un niño de siete años. Además me ha preguntado por cosas de mi madre, y yo he visto que no me acuerdo de tantas como presumo y he recordado que mi madre me insistía muchísimo en que llevase un diario de las cosas graciosas que me pasaban (ella entre ellas) porque luego se me olvidarían y sería una pena. Por lo menos que no me pase con Quique.

Precisamente, hablando de mi madre, "que me quería al que más de todo los hermanos", Quique ha reflexionado: "Menos mal que no era una madre moderna". ¿Por qué? "Podría haber querido más a otro hermano que no fuese el primogénito". 

A Quique no le cae bien la cuidadora de unos amigos. Les pega demasiado, me cuenta. Luego, en un ejercicio de ecuanimidad reconoce: "Los educa bien, pero dolorosamente".

Hablamos de unos primos de esos amigos. Quizá Quique podría casarse con la pequeña, y así emparentábamos con esa gente tan elegante. Calla. Calcula su edad y la de la niña. "Por edad no tengo problemas, pero me falta la vespa". Yo le había explicado hace años que hay motos mejores que la vespa, pero que con ninguna se ligaba más.

Calcula las horas de cole que se ha perdido. "Cuando no es por un motivo grave de salud, me encanta ir al médico", confiesa.

Le puso a un niño la zancadilla perfecta. Era en clase de judo y el niño cayó sobre el tatami, pero aún así lloró. Yo le digo muy serio que se deje de zancadillas. Reconoce que estuvo mal. "Pero en el futuro se lo merecía", sentencia. Porque dos días después de la zancadilla lo vio pegándole a otro.

Yo le hubiese explicado (y lo tengo pendiente) que mucho cuidado con esa justicia preventiva, no fuese el niño a estar pegando a otro siguiendo su ejemplo. Pero ya llegaba al colegio y lo tenía que devolver y mi día empezó a irse a la porra, por decirlo suavemente.