martes, 30 de octubre de 2018

Platón y Aristóteles


Enrique se baja lloroso del autobús. Le han robado, denuncia, su taco de cartas de monstruos. Intento un argumento hedónico: «Qué suerte, porque eran muy feas». No le convence. Me voy a Sócrates: «Bueno, Quique, no olvides que es muchísimo mejor ser robado que robar». Me mira serio, con un brillo de desprecio intelectual en unos ojos especialmente brillantes por las lágrimas: «Será menos malo. Lo mejor es ni una cosa ni otra: ni ser robado ni robar».

Le hago una reverencia.


lunes, 29 de octubre de 2018

Ahorrar


Leonor vuelve de Madrid con un precioso traje nuevo. Qué bonito. «Le dije a mi madre que me encantaba, pero que no me lo iba a comprar porque tenemos que ahorrar. Y le dio pena, y me los regaló, con unos botines, además» «¡Qué detalle, tu madre!», le digo, enternecido. Me contesta: «Sí. ¿verdad? Para agradecérselo le regalé un bolso y una blusa».


domingo, 28 de octubre de 2018

Vida de pueblo


La otra noche una chica muy mona nos contaba que pasa muchos fines de semana en un pueblo, huyendo de Madrid, y que es casi su segunda casa. Alguien le preguntó si conocía a muchos lugareños y dijo que no a demasiados. Tanto Jose María Contreras, de Osuna, como yo, que éramos los lugareños presentes en la cena, saltamos al unísono para decir, sin género de dudas, que ellos sí la conocerían a ella, y bien, con vida y milagros.

Me vuelto a acordar hoy en misa. En la fila, una joven también muy mona, incluso del estilo de la Madrid. No la conocía. De nada. Qué raro. Luego, me he fijado en sus padres. Suele pasar que un estirón de primera juventud te descoloque a alguien, prácticamente irreconocible, pero que sus padres sigan siendo los de toda la vida, y ya sólo te tienes que acordar de decirles la próxima vez que los veas: "¡Qué barbaridad lo mayor que se ha puesto vuestra niña!".

Estaba con sus padres, y con tres hermanos varones, todos con una pinta excelente, pero desconocidos. ¿Serán recién llegados? ¿Estarán de paso? En el tren del otro día, me enteré que había boda en El Puerto. Quizá sean primos del novio. No sé.

A la salida veo que se acerca a ellos con los brazos abiertos y muy sonriente el más snob de la comarca. Ah. Definitivamente lo de la pinta no era una pista falsa, no podría serlo, digo mientras arranco mi vespa de una patada y me voy de allí.

No hay que impacientarse ni pecar de curioso o de mirón. Si no son de paso, en poco tiempo lo sabré todo.




sábado, 27 de octubre de 2018

¿Cuento o canto?



Además de los problemas externos del blogg, que son los míos, con tanto artículo que escribir, sin tiempo para mí aquí, están los problemas internos: ¿Qué es el blogg, cuento o canto?

Del viaje fugaz a Madrid tengo de los tres:

El problema externo. Fue todo tan rápido que no puedo ni contarlo. Aunque presumiré de un gesto. Las botellitas de agua mineral son insoportablemente conservadoras. Así que me llevé mi botella de fino, y qué bien queda en la foto:



Leonor y yo nos cruzábamos yendo y viniendo de Madrid, como otra vez, pero esta vez no teníamos tiempo ni de vernos, pues ella ya llegaba tarde a su reunión. Por suerte, se le había olvidado el cargador del móvil. Así que pidió al taxi que diese un rodeo y pasase por la puerta de mi hotel. Yo la esperaba en la calle. Le di mi cargador y un beso y nos dimos la mano, extrañamente y fue lo más tierno. Me di tiempo de mirar de reojo al taxista por tratar de adivinar qué estaba pensando de la escena. Tenía una cara de póker muy profesional.

Y luego puedo o contar una cosa del viaje de vuelta o cantar otra o las dos, esta vez:

Cuento. El tren iba a reventar. Habían doblado los coches. A una conocida le habían dado un asiento lejanísimo, y me dijo que llegaría andando más o menos al Puerto. Le ofrecí cambiarle el billete, pues mi coche ya estaba allí, pegado, y lo dudó bastante durante dos o tres segundos, pero dijo que no, que le venía bien hacer ejercicio. Luego caí en que siendo registradora (consorte) de la propiedad, quizá fuese en preferente, y mi cambio caballeresco hubiese sido un horror que me habría llevado avergonzado las cuatro horas. Con las dudas, me confundí de coche. Y una señora muy amable me levantó. Fastidiado con mi torpeza, fui refunfuñando. Y caí, oh, oh, me reía, en el único asiento de todo el convoy que tenía un sitio vacío a mi lado. «¡Qué chamba, macho!», como diría Luis Alberto de Cuenca. La registradora no hubiese ido tan mal, al fin y al cabo. Pero enseguida apareció por allí un tipo enorme y sudoroso que había cogido el tren por los pelos y que no podía pasar al coche en el que tenía su asiento. ¿Me importaba si se sentaba en el sitio de al lado? Yo me avergoncé de mi propia avaricia miserable. Ya había establecido una relación de propiedad con los dos asientos, que así somos de expansivos. Y cuando iba a empezar a maldecir mi malísima suerte, descubrí que mi asiento original era el del pasillo, que en un tren atiborrado, es mortal, y que me había sentado en el de la ventana. El chico se había desplomado en el asiento libre, en el del pasillo. Había tenido suerte, después de todo. Y luego resultó que iba a Córdoba, cercana y sola, y me dejó dos horas más, ahora doblemente inesperadas, hasta el Puerto. O sea, que, entre unas sorpresas y otras, anduve (sentado) entretenido.

Canto. Cuando llegué a la estación del Puerto, fui muy consciente, nada más poner el pie en tierra, de que Leonor no me esperaba en casa y de que los niños ya estarían dormidos. Eso tuvo una parte buena, porque me encontré con una amiga de hace lustros y pudimos charlar allí, a la salida de la estación, con toda la tranquilidad del mundo. Pero cuando llegué a casa, con lo que me gusta a mí llegar a casa, tuve un golpe de melancolía. A ver si después de tanto presumir de localista y de amante del hogar, lo único que a mí me importa es que esté Leonor. Ha sido la peor llegada a casa en 49 años de idas y venidas.




viernes, 26 de octubre de 2018

Pilot azul


Estoy tomando notas en el hotel con un pilot azul que no es mío. Tras la presentación del Cómo ser conservador de Roger Scruton de anoche, un joven muy simpático se acercó con dos libros míos para que se los dedicara. Quizá él no sepa la ilusión que eso hace. Como no tenía boli, me dejó el suyo, y, ay de mí, le pagué el detalle quedándome con su boli. Se lo voy a guardar con mucho cuidado, con la esperanza de un próximo encuentro. Estudié Derecho y aprendí que la justicia es dar a cada uno lo suyo.

Lo que aprovecharé para seguir tratando de ser justo. Conté una cosa en la presentación que probablemente no era lo suyo en una presentación, sino más del blogg. Lo restituyo aquí como espero restituir el pilot de Antonio.

Fuimos a recoger a Quique del colegio un poco antes para llevarlo con nosotros a una merienda. Salió feliz, como es natural. Leonor, sin embargo, quedó espantada de lo sucio que apareció. “Enrique, hijo mío, hay que tener más cuidado, ¡¿cómo puedes estar tan sucio?!”.

Quique, sin perder la sonrisa de la recogida antes de tiempo y el plan extraordinario, replicó: “Mira, mamá, esto es lo que hay”.

Yo tendría que haberle reñido por la contestación. Pero acababa de llegar del curso de Scruton y vi, con orgullo, que mi hijo era el más joven scrutoniano de este país. Por eso lo conté en la presentación. Observen la chulería de la contestación, naturalmente, pero también su profundísimo anti-utopismo. ¿Cómo va a estar limpio un niño de siete años después de siete horas de cole, con comedor y todo? Y, por último, esa fortaleza de ánimo de no dejar, ni loco, que las imperfecciones de la realidad le estropeen, ni por asomo, la alegría de las bondades y bellezas de la realidad, que (oh, salir antes del cole, oh, la merienda, oh con papá y mamá) superan con creces un polo ligeramente manchado.



jueves, 25 de octubre de 2018

miércoles, 24 de octubre de 2018

Dimensión




Hace nada hablaba de cómo se aceleraban los días. Ahora, la unidad básica de aceleración es las semanas. La unidad de medida, los meses. Cuanto más rápido pasa el día, más necesidad siento de pararme a rezar.

Ya que no será largo ni ancho, que sea hondo y alto, y saldremos (ciento por uno) ganando.


martes, 23 de octubre de 2018

¿Por qué lo repites tanto?


Quique repite muchísimo esta queja desesperada: «¿Por qué lo repites tanto?». Yo, al principio, creí que era pura caradura, porque me lo decía cuando yo les repetía o que tenían que dar besos a todos los mayores para saludar o cuidar las cosas porque cuestan mucho o sacar buenas notas para que cunda lo listos que son o que comer derechitos... Entonces el niño protestaba de tanta repetición y yo me escamaba pensando que era para eludir sus responsabilidades.

Luego me di cuenta de que no. Que lo decía siempre. Está tan atento a todo lo que le decimos que detecta la más mínima redundancia a las primeras de recambio. Empecé a sentirme orgulloso cada vez que protestaba.

Hoy, sin embargo, se ha superado. Cuando me iba de casa, me lo he cruzado por el pasillo, y lo he abrazado y le he dicho como siempre: "¡Eres el mejor!" y, como ya llegaba tarde yo, me iba corriendo. Él ha salido a la puerta y me ha gritado: "¿Por qué me lo repit...?" Y se ha quedado callado, en la puerta, pensativo. Se ve que eso no le importa que se lo repita.

lunes, 22 de octubre de 2018

Bandera del sol poniente



Hablando de Japón y España, hace unos años Zahara de los Atunes convocó un concurso para adoptar una bandera. Yo, inspirándome en la bandera de combate del Imperio Japonés con el sol naciente, propuse, cambiando el rojo del amanecer por el naranja del crepúsculo: la bandera del sol poniente. ¿Acaso las puestas de sol de Zahara no son imperiales? Con el optimismo que me caracteriza, creo que habría ganado, pero llegué fuera de plazo, con el despiste que me caracteriza. 



sábado, 20 de octubre de 2018

Democracia de sobrepeso


Hace unos días me encontré por la calle al nieto de unos íntimos amigos de mi abuela. Tiene exactamente mi edad. No iba a mi cole, pero de niños coincidíamos bastante. Él tenía un ligero retraso mental, pero ahora no se lo noté. Me fijé más, sorprendido, y, en efecto, no se le notaba nada. Como yo iba con Enriquito, lo saludó muy cariñoso y ni con los niños, que todo el mundo suele meter la pata, le vi nada raro. Me alegré lo indecible. Pensé en Jünger, que decía que el nivel había bajado tanto, que un amigo suyo sobresalía ahora cuando antes no. Jünger lo dice de lo ideológico, pero yo lo aplicaba a  lo intelectual, y era exacto. Alargué el encuentro cuanto pude de lo contento que estaba, yo que siempre voy con prisas.

Había engordado bastante, como yo, y a él, al menos, le sentaba muy bien. Le iba que ni pintado con el nuevo poso que ha adquirido. También eso me puso muy contento. 

Impresionado, he cogido carrerilla con esta visión positiva de cierto sobrepeso. Me he fijado y hay bastantes de mi edad a los que la gordura les da cierta solidez. Se está convirtiendo en un signo generacional. Me he acordado entonces de lo de la democracia de ultratumba que dicen los críticos hablando de la Edad Media y de la muerte que nos iguala a todos. Y he pensado que cierto sobrepeso tiene también un cariz muy democrático a ciertas edades. 




viernes, 19 de octubre de 2018

Otoño


El sol refleja
en la pantalla y no
bajo el estor.


Sabores



Como de buena mañana yo me levanto agotado y Leonor en pleno dominio de sus facultades, no deja de chocarme tanto encargo, orden, observación, consejo, reproche por lo dejado de hacer y recordatorio de lo pendiente. Luego, en el trabajo, yo también más repuesto, con las compañeras todo son sonrisas y buenas maneras y correos encantadores y muchas gracias en todos los sentidos. Me parece muy bien, por supuesto, porque da gusto trabajar con personas a las que gusta su trabajo, pero me paro un momento, suspiro, sonrío y me digo: "Menos mal que, mucho más que el dulce, me gusta el sabor ácido".


jueves, 18 de octubre de 2018

Entre el muro y el foso


Escribir un artículo, cuando estás inmerso en él, tiene mucho de estar rodeado de enemigos, entre el muro y el foso, con una espada desnuda. Tienes que luchar contra el tiempo y contra el espacio, ay, el plazo de entrega y, ay, el número de palabras, cada cual más inflexible. También con la lectura que querría hacer quien te ha pedido el artículo y con las exigencias del medio y con la lectura que van a hacer esos amigos, conocidos y saludados de cuyo criterio te fías y, por tanto, temes como afilados alfanjes. Tienes que ser fiel al asunto, pero, a la vez, decir algo nuevo y también, ahora por la espalda, tener en cuenta lo que tantos otros han escrito y, ¡cuidado!, no perder tu estilo ni tu tono en la refriega. No puedes olvidar la amenidad. Menos aún la profundidad. Ser serio. Divertir. Ilustrar. Iluminar… Cuántos mandobles a diestro y a siniestro.

Desde fuera me han dicho que alguien escribiendo parece pasivo, aburrido, quieto…




miércoles, 17 de octubre de 2018

Hospital de campaña


Cuando aparco el coche, a la vuelta del IES, el corazón me da un repique de campana de gloria porque recuerdo, de pronto, que en casa están los niños. Qué alegría verlos ahora. Carmen tenía fiebre y Enrique se cayó ayer en el comedor, se rompió un plato de porcelana, se lo clavó y tiene siete puntos en la palma de la mano.

No sé si debería sentirme mal por la alegría de tenerlos en casa. Carmen se pone enferma como yo. Parece que agoniza. Me hace gracia el vivo retrato, tan moribunda. Está a un tris de testar. No le sale la voz del cuerpo y yo tengo que volverme para que no me salga la risa.

Enrique es todo lo contrario. Cuando lo recogimos del colegio y de camino al médico, estaba un poco impresionado. Le propuse que gastase una broma y se mondaba. Una vez en la camilla, cuando la doctora iba con la jeringuilla de la anestesia hacia él, la recordó, pero le salió seria. Normal, como que vencía los nervios del momento. Dijo: "Doctora, no se preocupe usted y corte por lo sano". Hizo el gesto de aserrarse el antebrazo. Entre el tono del niño y que quizá un médico no es la persona más adecuada para entender el humor negro o, mejor dicho, rojo, la doctora, rauda y seria, empezó a consolarle muy preocupada por el estado psicológico del niño: "Todo está sano, ya verás, no hay que amputar nada, te lo prometo". Como la madre andaba mareada, el único que se rió fui yo.

Lo heteropatriarcal de mí se hinchió de orgullo al ver que el niño soportó la jeringuilla, el bisturí y la aguja como si nada.

Así que ahora llego a un hospital de campaña con el corazón nada compungido, lo confieso.




martes, 16 de octubre de 2018

Autorrecato en mí


Estupendas sensaciones al empezar a leer Autorretrato en mí, de Aramburu. Estupendas y no las nubla, en absoluto, el efecto “salto de página” que me asalta. Estoy leyendo un texto magnífico, de esos que hacen que secretamente te identifiques, porque es una situación soñada. Oh, el encuentro con una antigua novia mientras presentas un libro en un salón abarrotado. Qué maravilla, y además se pone en la fila de las dedicatorias. Yo, sin embargo, lo habría cortado justo cuando acaba la primera página, por lo sano. Todo lo que se añade después sobra para el relámpago de emoción ya conseguido. Es mi impresión, reforzada, ya digo, por el efecto "salto de página". Puedo estar equivocado. Hagan la prueba:



Y esto es lo que sigue, que yo dejaría seguir en el sentimiento implícito del lector:


Si estoy equivocado, no dejaría de hacerme gracia. ¡Un andaluz más reservado que un vasco-alemán!


lunes, 15 de octubre de 2018

Ejemplo


Como ya no soy jefe de estudios, monto mis guardias en el IES, como está mandado, y a primera hora del lunes. Hoy me ha tocado meterme en una clase de 1º de ESO. Les he soltado, de buena mañana, un discurso motivacional: una hora es oro. E íbamos a aprovecharla, y yo el primero. Me he puesto, muy serio, a predicar con el ejemplo, y a escribir mi artículo muy laborioso. Tanto que, para hacer honor a mi penúltimo artículo, me ha salido en un periquete. Buena parte del mérito, lo tienen ellos que han trabajado muchísimo.

¿Y ahora, qué? No voy a ponerme a mariposear el último cuarto de hora.

Pues me he venido al blogg y he escrito esto, aunque sólo sea por disimular.


domingo, 14 de octubre de 2018

¿Qué dejó?


El Evangelio de la misa de hoy tiene un golpe de humor que casi me hace soltar la carcajada. Fíjense en el lapsus freudiano del joven rico. El muchacho se postra ante Jesús y le pregunta: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?". O sea, que el muchacho que era muy rico y que no podría desprenderse de sus riquezas para seguir al Señor, pensaba, desde el principio, en los términos más patrimoniales. "Heredar", dice, como avisando. En "Las Coplas a la muerte de Don Guido", ya Antonio Machado clavó que hay quienes sólo preguntan ante un difunto "¿Qué dejaste?". Sólo con eso los retrata. ¿Se reiría don Antonio, como yo, con ese arranque del Evangelio?


jueves, 11 de octubre de 2018

Castigo y don


Nadie escribe peor que yo. Hay que echarse a la cara mi primera redacción de cualquier cosa. A menudo me pregunto cómo se puede hacer tan mal. Eso, sin embargo, es mi principal don como escritor, porque me fuerza a confiar cerrilmente en la corrección incansable. Escribo y es una mole basta de piedra. Ahora tengo que esculpir. O un montón de barro. Ahora tengo que mancharme. Menos torpeza, y yo me confiaría. Acepto mi trabajo cerril como una redención palpable, evidente, necesaria, imprescindible.


martes, 9 de octubre de 2018

Luz


Me encontraba a gente en la playa solitaria y les comentaba, extasiado: “¡Qué septiembre estamos teniendo!” Me replicaban: “Igual que el del año pasado”. Y yo quedaba perplejo, porque el año pasado, de jefe de estudios, con los horarios y con los alborotos del comienzo de curso, ni sospeché siquiera que pudiese haber tanta belleza a media hora del centro.

Creí que ese asombro se me iba a pasar con el mes de septiembre. Pero es octubre y ahora paseo por el pasillo del mismo centro y estoy a un tris de pararme a cada rato a admirar la luz cenital; y me encanta llegar a clase, saludar a mis alumnos, hablar un rato y ya ha pasado la hora y salir; y ya está.

Espero que este efecto me dure mucho, por la felicidad, claro, pero también porque tendría que hacerme jefe de estudios otra vez, como el que cae, plof, en una marmita de poción mágica y casi se ahoga y sólo por los pelos lo sacan Obélix. Pero todavía queda mucho. ¡Qué luz entra por la ventana mientras los alumnos, en un prodigioso silencio, hacen su primer ejercicio!




domingo, 7 de octubre de 2018

Qué asco


Carmencita va a suspender un examen entre el apenas disimulado orgullo de su padre. Tiene que estudiarse el aparato digestivo y sus funciones, y cada vez que conseguimos sentarla ante el tema, empieza a quejarse: "¡Qué asco! ¡Pero quééé aaasssco!"

Podría tomármelo a mal y pensar que está cayendo en el gnosticismo, pero creo que el temperamento artístico está siendo decisivo. Va a suspender por una objeción de conciencia estética. A cambio, le he obligado a aprenderse el verso de Rimbaud: "Par délicatesseJ'ai perdu ma vie". A ver si es francés saca sobresaliente, y compensa.



miércoles, 3 de octubre de 2018

Palomas y montañas


Enriquito me pregunta: "Papa, ¿qué prefieres Twitter o las palomas mensajeras?" Me río y le contesto naturalmente que las palomas mensajeras. Espero que no me pregunte por mi coherencia vital.

Carmen me enseña un cartel publicitario del teatro que ha tenido que hacer de tarea para el colegio. Le alabo el precioso caligrama de la montaña de la diversión. Me confiesa que se le ocurrió en vista de lo torcida que le salió la primera palabra. Y entonces se lo alabo más. El talento que más me gusta, quizá por razones obvias, es el que logra sacar partido de nuestros defectos. No sé si me sobrepaso, pero se lo valoro mucho más que si lo hubiese planteado de antemano.


lunes, 1 de octubre de 2018

Sinceridad subconsciente


Quedo con un escritor que veo casi de año en año, pero al que considero un amigo. Y, en efecto, la conversación fluye con una naturalidad total, saltando de la literatura a la vida profesional y a la intimidad con esa agilidad de gimnasta que sólo da la amistad. Le pregunto en qué trabaja ahora y me cuenta sus proyectos, abiertos en abanico. Cuando me pregunta por los míos, me quedo en blanco, y apenas tengo nada que contarle. Me consuela.

Luego, en el coche, pienso que por qué no le conté esto o aquello. 

Y luego me consuelo pensando que mis trabajos son tan poco míos, que dependen tanto de la inspiración, de la gracia y de la suerte, que no ha sido tanto que me haya quedado en blanco como una sinceridad subconsciente. Y ese pensamiento me alegra la mañana.