lunes, 31 de diciembre de 2018

Doce campanitas


[Esta vez las doce campanadas me han cogido desprevenido. ¿Ya se ha acabado el año? ¡Si acababa de empezar...! En vez de darla con las uvas de otro autor, como otros años, he revisado algunos aforismos que he escrito en los márgenes del año. Que el 2019 sea más lento, más feraz en aforismos y tan feliz y tan campante, campana sobre campana, como éste]






Días muy largos hacen semanas muy cortas y años instantáneos. 
*
No estar atento al presente es como el niño mimado que recibe regalos y ni les quita el papel.
*
Era tan partidario de la existencia, que hasta la cruda realidad le parecía un steak tartar.
*
Cara de asco
El asco será por algo, sí, pero mucho cuidado porque la cara es la tuya.
*
El Purgatorio es igual que el escritor que sigue corrigiéndose en galeradas y aún en ferros.
*
Leo que «Laetitia» que viene de «latus», ancho. Y debe de ser, porque los tristes resultan siempre tan estrechos…
*
El culmen de la libertad es entregarla.
*
Lo malo que tiene el ascetismo: visto desde fuera y juzgando por los resultados, siempre se queda corto.
*
La belleza, además, defrauda a Hacienda.
*
LEER
Con pasión sin compasión.
*
¿Se notará tanto mi vanidad como la de los demás?
*
El dolor explica el tiempo y la alegría, la eternidad. 




miércoles, 26 de diciembre de 2018

Justicia distributiva


En un momento dado le digo a mi hijo: «¿Te das cuenta de que eres un niño bastante mimado?» Impasible, si no es una tácita sonrisa que no sé si veo o imagino, contesta: «Sí, pero también soy un niño bastante bueno».


lunes, 24 de diciembre de 2018

Homilías


Qué peligro tienen las homilías. La semana pasada el sacerdote nos contó que para qué nos iba a tocar la lotería, si el premio gordo era el Nacimiento de Jesús. Más de acuerdo con la segunda parte que con la primera, pero todo perfecto, bien. Por lo visto, si te toca la lotería tienes muchísimas más probabilidades de ser un infeliz. Hay investigaciones. Eso se le ha quedado grabado a mi hijo Quique a fuego. De manera que anteayer celebró como nadie que no nos había tocado nada y hoy me ha pedido por favor que no juegue con fuego y que no eche la primitiva, por Dios, qué imprudencia. He querido razonar con él, pero no ha habido manera: lo dijo el sacerdote y en Misa. 




miércoles, 19 de diciembre de 2018

No hay libro que no tenga alguien bueno



Cojo una antología de poesía malísima para encender la chimenea. Algunos autores están bien, pero fue hecha al tuntún, sin criterio ninguno, mezclando churras con merinas y generaciones y todo mezclado, y sacando los poemas a puñados. Mientras empieza arder, me digo que no sólo hay libro que no tenga algo bueno, sino que también podríamos decir que no hay publicación que no tenga un libro que haga el bien. Imagino que a algún lector el libro que ahora chiporrotea tan alegremente quizá le haya descubierto un poeta interesante o incluso le haya despertado un cálido interés por la poesía. Ése no quemará su ejemplar.





martes, 18 de diciembre de 2018

La manguera misteriosa


Efecto a medias psicológico, a medias auditivo, oigo alguien regando con una alegre manguera en el jardín. Salgo a decir que no hace falta regar, que llovió un poco ayer, y que vaya factura de agua nos ha llegado, eh. Afuera, me encuentro desconcertantemente solo en el  jardín... hasta que una ráfaga juguetona de viento me tira de la manga y me hace volverme a ver cómo las hojas secas de la glicinia hacen el sonido de un arroyelo. Me río, y estoy a punto de darle las gracias al viento y a las hojas porque son dulces y refrescantemente gratis. Y me han tomado el pelo.

*** 

Por la noche, tan húmeda, al salir del supermercado, sentí en mis pies un salto, y miré, y parecía un sapo enorme. Con un tic de asco, miré mejor, y era una enorme hoja de plátano de Indias, seca, que el viento hacía dar pequeños saltos. Lo que el aire me dio, el aire me lo quitó.

***

A esas horas, sin embargo, uno tiende al examen de conciencia y la reflexión moral, así que pensé que, por mucho asco que me diese el sapo, la hoja seca qué rápido y sin pensarlo se habría cambiado por ser el señor sapo que había sobresaltado en mi imaginación.

Es aquello del «cuentan de un sabio que un día» en versión anfibia. Así que llegué a casa contentísimo de no ser una manguera, ni una hoja seca ni, siquiera, un sapo.




lunes, 17 de diciembre de 2018

Memento Mori


Un toque clásico en mi smarphone: su nivel de batería es un memento mori que ríete tú de una calavera barroca. Me contó una vez José Julio Cabanillas que los columnistas de raza de Estados Unidos se ponían unos zapatos muy apretados y duros e incómodos para correr muchísimo escribiendo sus artículos. Así no se dormían en los laureles. Supongo que sería un columnista [si alguien sabe su nombre, se agradecerá] y un tanto friki, pero yo estoy copiando su método con la batería de la tableta donde perpetro mis artículos. Es una cuenta atrás que espero que sirva para darle algo de nervio a mis textos.

Ahora me pregunto qué hago escribiendo en el blogg si apenas tengo batería. Y me voy, pero las ideas, si no se cogen al vuelo, también se quedan sin batería y a base de dejar las entradas de Rayos y truenos para después se extiende la sequía bloguera.

Todo pasa, qué barbaridad.


domingo, 16 de diciembre de 2018

«Todo lo demás» y otros piropos


Los meandros de nuestra conversación hacen que termine preguntándole a Quique cuál es la principal diferencia entre su madre y yo, y cuál nuestra mayor semejanza. Se toma la pregunta muy en serio y se pasa sus buenos minutos rascándose la barbilla mientras mira por la ventana del asiendo del copiloto. 

Al final dice: «La principal diferencia es que tú eres un hombre y mamá una mujer». Tiene mucha razón, es la principal, y vaya si se nota. Pero le digo: «Sí, pero eso es general, y yo te pregunto entre tu madre, ella, y yo mismo». Vuelta a la barbilla y a la ventanilla: «Pues que a ti te gusta ducharte con el agua muy caliente y a mamá con el agua casi fría». «¿Y el parecido?» Ahí pensó menos: «En que los dos sois muy cristianos».

Encantado con el resultado, he repetido el experimento con Carmen:
Diferencia: «Tú eres un payaso y mamá es más seria».
Coincidencia: «Los dos pensáis que somos los hijos más maravillosos del mundo».  

Y con la interesada. Según Leonor:
Nuestra diferencia: «Eres un desastre y yo soy más organizada».
Nuestra coincidencia: «Todo lo demás».

Diría que «todo lo demás» es el piropo más bonito que me han dicho nunca.


sábado, 15 de diciembre de 2018

Ratón Pérez


Iba a pasar dos días fuera y esta vez me acompañó Leonor. Todo muy bien, pues, hasta que nos enteramos de que a Quique, sin previo aviso, se le había caído un diente. Y nosotros de caravana...

Al día siguiente, nos contaron que el niño, como era de esperar, no había recibido ningún regalo. E iba diciendo entre dientes (entre los que le quedan): «A ver si va a ser verdad que el ratón Pérez son los padres, a ver si va a ser verdad...»

Leonor, angustiada, desde el AVE montó una compleja cadena de complicidades para que la noche siguiente apareciese un regalo. A partir de ahí pudimos disfrutar. Muchísimo, por cierto. Ya saldrán los próximos títulos del Premio Adonáis y lo veréis. 

Cuando hemos llegado, nos lo hemos encontrado en un estado de ánimo excelente, como el de su hermana. Y hemos hecho grandes aspavientos de sorpresa por su diente perdido y de naturalidad a la pura lógica de que el ratón Pérez viniese, aunque con retraso. Tiene todo una explicación, le hemos explicado, porque el diente, en realidad, no se le cayó, sino que se movía, y se lo arrancó. Le descuadró la agenda de trabajo al ratón Pérez, que había hecho sus cálculos.

A mí el ratón Pérez, en versión cartero, me había dejado hasta un elefante:



Venían dos christmas. El primero que recibo este año, de sir Roger Scruton, eh, para que no se diga, con un cuadro de sus manzanos:




Y el primero de su vida para Carmen, de su dentista, precisamente. Quique lo ha cogido y, acostumbrado al que hacemos nosotros con un villancico cada año, ha leído, muy escandalizado y casi gritando: «¿En serio, en serio que esto es todo lo que se les ocurre? ¿Esto: "La Clínica G. les desea una feliz Navidad y un próspero año nuevo"? ¿Y ya está?»






jueves, 13 de diciembre de 2018

Villajoyosa


Como tenía prisa para no perder el tren, pero tampoco podía perderme el té, me lo he tomado de pie, como castigado frente a la pared. Han sido cuarenta años los que he vuelto al pasado. Estaba junto a la acuarela que Muñoz Barberán pintó del campo de mis abuelos en Villajoyosa. Se la dedicó a mi madre, poniendo “Para Carmencita” con una letra excelente e historiada. Es una hermosura.

Le hubiese hecho una foto para ponerla aquí, pero la luz de Cádiz llenaba el cristal de reflejos y no ha habido manera, además del asuntillo del tren. Pero entonces me he asustado de pensar que la luz del Puerto esté comiéndose la casa y el campo de Villajoyosa. Por la pintura, por supuesto, pero también por mi alma. Que esté olvidando aquella casa y poco a poco a mis abuelos y los días azules y ocres del verano levantino se vayan desvayendo en mi alma. Tengo que hacerle una buena foto al cuadro [y ponerla aquí]; y ojalá esta nota, a pesar de los reflejos, retenga algo de entonces y de mi emoción de ahora, nostálgica, sí, claro, pero también, si no no sería fiel a Villajoyosa y a mis abuelos, muy feliz y agradecida.


lunes, 10 de diciembre de 2018

Releerse es llorar


Ríete de Larra y su escribir es llorar. Lo triste de escribir es tener que releersee. He pasado por el trago ahora mismo (por motivos estrictamente profesionales) y he tenido que irme corriendo (de verdad) a la frase más maravillosa de Luis Cernuda: «La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos».


jueves, 6 de diciembre de 2018

Desvelos



Cuando ya me estoy durmiendo, 
viene el Ángel de la Guarda 
y, entre el oído y la almohada, 
susurra: "La vida es sueño"...
Y entonces me dan las tantas.






miércoles, 5 de diciembre de 2018

Comentario de texto


Ayer tocó Sanlúcar de Barrameda. Bien, muy bien, naturalmente.

Como tenía clases que impartir, me perdí la visita a la bodega: 



Pero la oí contar con entusiasmo en el almuerzo, y eso también era muy bonito. Bebimos sus vinos lo justo para interiorizar la bodega, digamos. Vi las fotos. Y, siendo una bodega fundada, en 1792, tampoco hay prisa. Si ella ha esperado tantos años, yo puedo esperar unos meses. Encima, en el restaurante, como para entrenarme, tuve que esperar un rato a que llegasen los amigos de la bodega, y pedí la manzanilla de la casa y estuve en el paraíso, claro, y el tiempo se me pasó volando:




Ya en la mesa, me contaron un fandago que me encantó:


Sólo cuando estás bebío 
te acuerdas de mi querer. 
Permita Dios que te bebas 
Sanlúca, El Puerto y Jeré 

con toítas sus bodegas...


Oh, qué estremecimiento. Primero, ahí está toda una novela. Alguien se acuerda de su amada, mejor, de su amante, sólo cuando bebe. Es fácil suponer la historia. Pero eso es (como suele) lo de menos. Lo sugiere el poema, con una sabiduría instintiva muy honda, aprovechando que el primer verso es el único que no rima. Lo importante es el giro de generosidad de la amante en el tercer verso, verso que se abre, como toda generosidad, con Dios. No recrimina nada: al revés. Lo anima. Tanto lo anima (y hay que ver el tamaño de las bodegas de la tierra, catedrales del vino, las llaman, y la de viñas que hay entre Jerez, El Puerto y Sanlúcar) que nos da la medida de un amor desmesurado.

Ya con eso, qué bueno, pero el verso final es el remate. Parece que reincide en la exageración, nada más. y lo hace, aunque, ¡ojo, u oído!, lo hace con una rima más suave, con un ritmo lento, con una contabilidad puntillosa... Y ahí late una última delicadeza. El amor se quiere o se quisiera total, ay, qué dolor hay en esas "toítas". Hasta la última gota, se suplica. Porque el fandango, tan exagerado, por dentro aspira a la lentitud y a la totalidad... El amor es inmenso, pero imposible, aunque eso no, no se dice... ¿Para qué?











sábado, 1 de diciembre de 2018

Verano del 94


Me ha gustado mucho el poemario de Daniel Fernández (Barcelona, 1988), Las cosas en su sitio (Siltolá, 2018). Entre mis poemas favoritos, están «Rosa, Rosae» o «Seremos fuertes». Son textos estupendos que cumplen  con creces las exigencias de mi poética. Pero, además, el joven poeta me ha dado dos lecciones que me hacen mucha falta. La de que basta un apunte con autenticidad, sin más, para provocar una intensa descarga de emoción poética trascendida:

VERANO DEL 94 

Que otros ansíen libertad, 
tiempo infinito o ser felices. 
Vuelva a mí el gozo de creer 
que nadie en Tejerina 
conocía el moral de Los Hortales.

Y la de que basta crear, con el poder encantatorio de las palabras, un tono anímico, en este caso el de la tristeza, para que el poema funcione y lo agradezcamos y nos consuele. También, de nuevo, esa renuncia a la exposición de un planteamiento y una explicación  redunda en una ganancia poética: 


TRES TRISTES TIGRES  
 
Tres tristes tigres 
tiritan en la tarde. 
Retumba un trueno extraño. 
Mamá tigre ya tarda 
........................--se retuerce 
su muerte trémula en la tierra inerte. 
Tiritan tristes en la tarde 
tres tigres.



viernes, 30 de noviembre de 2018

Decantador de malajes


Otra utilidad de las redes sociales o una gracia es que te proponen posibles amigos. Lo hacen enlazando enlaces en una viruta virtual. De modo, que, con poco esfuerzo, uno lanza esas peticiones de amistad entre conocidos y saludados y conocidos de conocidos y saludados de saludados, en un Pla al cuadrado. Bien.

Lo gracioso es que, involuntariamente, esa herramienta se convierte en un decantador de malajes. ¿Cómo? Porque amontona e insiste en proponerte proposiciones de amistad a aquellos de tu entorno a los que te resistes, porque te dan pereza o una leve alergia o te temes un mohín de fastidio si les invitas o lo harías tú. Como a todos les demás sí les mandas tu guiño 3.0, se te va quedando una selección de esaboríos que ni tú sospechabas que existía y, mucho menos, que tenía tal envergadura.

Naturalmente no escribo desde ninguna superioridad moral. Como la amistad virtual también suele ser mutua, uno se supone allí, también con la carita de la fotito en la primera fila del decantador de malajes ajeno. Y le parece justo.




miércoles, 28 de noviembre de 2018

Variaciones






La alegría de verme incluido en la antología Dios y la poesía actual, y en Adonáis y en tan buenas compañías, me la ha atemparado una duda amarga provocada por la inclusión de mi inédito "Sí", que reza:


SÍ   
Como yo sí soy yo 
andaluz y garcía y todas estas cosas 
y no, aunque lo he intentado, Miguel d'Ors 
ni don Joaquín Antonio Peñalosa, 

traigo aquí ese poema extraordinario 
escrito por los dos 
donde nos cuentan como quieren ser sepultados;
pero con una leve variación. 

Al carpintero que haga mi ataúd 
le pediré un diseño de distinta factura: 
que se curve a la altura de la cruz, 
doblando mi cintura. 

Aprovechando mi recién estrenada inocencia 
y que la muerte aumenta la constancia, 
quiero enterrarme haciendo reverencias, 
pues no basta una vida para dar bien las gracias.


Evidentemente es una variación, como advierto, del poema "De rodillas" de Peñalosa y, sobre todo, del poema "Si" de Miguel d'Ors. En general, las variaciones, que son un homenaje, tienen también algo de impertinente sin remedio, pero no es esa la duda que me inquieta, ni tampoco que, como no están allí los originales, falte el referente. Primero pongo los poemas, para disfrutarlos; y luego vamos con la duda real:


DE RODILLAS 

Cuando la muerte me sea bien venida,  
id por el carpintero de brazos cruzados, 
de tiempo disponible y mano diestra, 
y pedidle un cajón al gusto del usuario 
donde yo quede precisamente de rodillas, 
que no basta una vida para pedir perdón. 

.............[Joaquín Antonio Peñalosa, en Sin decir adiós]



SI 

Si yo no fuese yo 
gallego y d'ors y todas estas cosas
y fuese (vaya suerte) don Joaquín 
Antonio Peñalosa, 

aquí figuraría aquel poema mío 
de Peñalosa, nadie se confunda
donde, con voz que sabe hacerse niña 
y es bella y es profunda, 

le encargo a un carpintero, para el día 
en que, muerto, comience a estar más Vivo, 
un ataúd digamos 
de diseño exclusivo: 

con una hechura tal -pido con esa 
humildad que es la forma más alta de razón- 
que puedan enterrarme de rodillas, 

pues no basta una vida para pedir perdón. 

........................................................2-II-98......
............ [Miguel d'Ors, Hacia otra luz más pura, 2003]

Lo que me preocupa es moral. ¿No parece, por contraste, que yo me creo que no necesito pedir perdón, ea? Y encima comparado con Peñalosa y d'Ors, santos varones. Yo sé que siempre he sentido (aunque muy teológico no resulta) que pedir perdón (el hecho de ponerse a pedirlo, digo) tiene un punto de vanidad, cargando el acento en lo que uno hizo, y otro punto quizá de orgullo, dando por sentado que uno es capaz de ofender a la persona a la que se le pide perdón, quizá ofendiéndola por segunda vez o por primera. Si uno insiste, parece que se duda de su generosidad. En cambio, las gracias se centran en la otra persona y en su mérito, además. Sin contar que muchas veces, yo doy las gracias precisamente porque me han perdonado. Yo lo veo; pero mi inquietud es si no se ve nada de esto en el poema. En cuyo caso, pediría perdón, claro está. Y, si lo veis, pues os doy las gracias, desde luego, mil gracias.



lunes, 26 de noviembre de 2018

Mi sombra me asombra




Acostumbrado a llevarla por los suelos, como una moral hundida, de pronto, en el IES, he visto que mi sombra levitaba a media altura, sobre una puerta. Yo, no, sólo mi sombra, pero me ha parecido un buen presagio. Me ha levantado la moral.

Como era difícil de creer, me he hecho una foto y, para que se viera bien la altura de mi sombra, he levantado un pie. No sé qué habrán pensado los alumnos que pasaban viéndome fotografiar la puerta de enfrente a la pata coja, pero estaba tan contento que no me ha importado.


domingo, 25 de noviembre de 2018

Pude saber quién soy


En los primeros años de universidad, decidimos un amigo desde la infancia y yo quedarnos estudiando toda la noche en su piso. Pedí permiso en mi colegio mayor y me fui allí. Tomamos katovit, café y coca-cola. Se nos quitó el sueño, pero también las ganas de estudiar.

Bajo la baja luz de los flexos, a oscuras, con las caras sombradas como en una serie B, empezamos a charlar de éste y de aquél. Mi amigo, que es una inteligencia natural muy fina, y que la tenía potenciada por el cóctel de excitantes, entró en una especie de trance y, semicerrando sus pequeños ojos, era capaz de retratar el secreto motor de la personalidad de cualquiera. Yo lo seguía, admirado. Confieso que, como crítico literario, sólo aspiro a la lucidez inalcanzable que mi amigo alcanzó aquella noche.

De pronto, rasgó aún más sus ojos. Y me miró. «¿Quieres que te diga cómo eres tú?»

Tragué saliva y (casi) grité: «Ni hablar», y hasta me entraron tantas ganas de estudiar que aprobé aquel examen.

Estoy seguro de que aquella noche pude saber quién soy. 
Menos mal: 
escapé por los pelos. 


Viaje de vuelta



Me han echado la mirada de odio más tierna. En la cola de embarque del avión, una señora mayor se paró, taponando el paso. Yo ya prisa no tenía ninguna, pero su hija le dio un empujón muy desabrido y le dijo a la madre: «¡Quita!» Yo le iba a sonreír, pero antes de nada me estaba echando una mirada de odio que me heló la sangre, pero me calentó el alma. Su corazón de madre no iba a afearle, qué va, los modos a la hija. El culpable era yo.


***
Como el vuelo venía hacia el oeste, he visto que occidente, contra lo que se dice, es el anhelo de no perder la luz. Es cogerle las vueltas a la luz, seguirla, ir con ella. Europa es un arquero. España es la flecha (la punta es Portugal) e Italia e Inglaterra son los dos extremos del arco. La luz viene de oriente. Y así iba mirando por la ventana durante el vuelo, hasta que el cielo se puso rojo, y pensé que habíamos acertado con la flecha, pero llegó la noche.


***
En el aeropuerto de Sevilla, unos segundos de terror con las llaves del coche. Pensé que me las había dejado en Roma. Las veía sobre la mesa de noche. Luego las encontré. Pensé que eso a lo mejor les pasa a todos, pero que como no tienen blogg, pues no lo cuentan, y parecen mucho más cuidadosos y formales que yo.


***

Lo bueno es que eso me preparó para el susto de la tarifa del parking.


***



LUNA (AP-4) 

Entre dos nubes, 
un segundo me mira. 
Ve que he llegado.



***

En el aeropuerto de Sevilla estaban hablando dos operarios. Me fijé sobre todo por el gusto de reencontrarme con el acento. «Ayer quería salir a tomarme un cacharro, pero la parienta me dijo que me lo tomase en casa...» «Y eso no es lo mismo, eh. No sabe igual». «No, yo pá eso no me tomo ná». Pero como yo estaba deseando llegar, me he encaprichado con el cacharro. Cuando he llegado a casa, Leonor ha hecho como la luna, entre dos sábanas. Los niños dormían. La única que me ha hecho grandes cascabeleos ha sido Aspa. Y me he puesto el cacharro, mientras levanto acta de que he llegado. Me está sabiendo a gloria.


jueves, 22 de noviembre de 2018

AP-4 (Viendo llover)


¡Cuánto hace 
el cristal por la lluvia...! 
Lágrimas de alegría.

Tiempo desapacible


No se coordinan 
las nubes y la luna: 
llena y nublado.


Este haiku mío me encantaría. Creo que la «foto» está bastante bien, el problema es el sentimiento. Esa descoordinación entre la luna y la tormenta me parece refrescante, porque estamos ya bastante hartos de tanta eficiencia y tanta sincronización cronometrada. La belleza es hirsuta, caprichosa, imprevisible y rebelde. De manera que si consiguiese darle al haiku una vibración de admiración incluso en la constatación del fastidio, estaría bien y me consolaría mucho de no poder ver la luna sino a ráfagas raudas.

Ahora parezco más decepcionado de lo que estoy.






domingo, 18 de noviembre de 2018

Normas de seguridad


En el picadero grande, al lado de donde montan los niños, están haciendo algunas obras. Se ven dos máquinas grandes y algunos montones de arena. No están trabajando. Hace viento y el viento mueve ruidosamente las cintas de la señalización de seguridad. Los caballos se asustan y hay una desbandada general. Los niños se asustan más. A algunos les cuesta dominar a los caballos. No se cae ninguno de milagro. Entre los padres, no nos da un infarto de milagro. Una madre casi se mete en el picadero a por su niña.

"Vaya con las normas de seguridad", suspira resignado el profesor, de las muy ibéricas huestes del anarquismo derechoide. Con más razón que un santo.


jueves, 15 de noviembre de 2018

Cavilaciones


Lo importante de último libro de José Jiménez Lozano es su lección de vida, que resumí aquí. Sin embargo, cuántas sorpresas esperan al lector a la vuelta de la página, incluso algunas sorpresas sorprendentes.

Sorprende que en la página 90 atribuya a Campoamor lo celebérrimo de Argensola o de Argensola del cielo azul que todos vemos que ni es cielo ni es azul. ¿Es posible que se le haya pasado? Sí, claro, naturalmente, y cómo voy yo a afeárselo, que cometo un error diario en el artículo de cada día, uno, como mínimo, digo. Sería, en ese caso, una interferencia muy graciosa entre el color del cristal con que se mira y el color azul del cielo que todos vemos. En cierta manera, además, reivindica a Campoamor, al que pone junto a los hermanos barrocos, pues tampoco se sabe a ciencia cierta si el famoso soneto es de Lupercio Leonardo de Argensola o de Bartolomé Leonardo de Argensola. No hay dos sin tres, incluso entre Argensolas y dudas críticas.

Aunque es extraño que ni él ni nadie de la editorial cayese en ello. O quizá cayeron y decidieron dejarlo a la vista vista de la relatividad que ambas citas postulan. O fue intencionado desde el principio. Una manera de hacernos más cercano y cómplice el caudal de conocimiento que, como quién no quiere la cosa, destila don José en sus diarios. U otro recurso estilístico de los muchos que utiliza para crear un tono conversacional, con sus tartamudeos, casi, y sus titubeos de citas de memoria y con el corazón en la mano.




miércoles, 14 de noviembre de 2018

La ropa


Algunas mañanas, cuando subo a cambiarme, me encuentro sobre la silla del cuarto de baño, mi ropa doblada y cuidadosamente escogida. Me la ha sacado Leonor. Hubo un tiempo en que medía el valor social que ella daba al evento al que fuésemos, no por el cuidado que Leonor pusiera en su vestido, que siempre es máximo, sino por si me sacaba la ropa a mí o no. Últimamente ha visto que me hace mucha falta y me la pone también los días laborales. 

Yo lo agradezco por tres razones de peso: 1) Desactiva mi antoniomachadismo. 2) Me evita cualquier crítica suya a lo largo del día, salvo que se me salga camisa o me manche el pantalón, o sea, críticas superficiales, que no ponen en cuestión mi estética. Y 3) me llevo incluso algún piropo muy sincero, de ella admirando su obra.

Para los más recelosos de la paridad que lleguen incluso a fiscalizar la silla de nuestro baño, he de ofrecerles un detalle que demuestra que mi mujer no lo hace en absoluto por atenderme a mí,  sino por amor al buen gusto universal: por no dejar suelta por el mundo otra fealdad, que ya bastantes hay. Jamás me saca los calzoncillos. 

Ésos ni mentarlos. Son asunto mío.

Saca todo lo de fuera, lo que pertenece al mundo: zapatos, calcetines, pantalón, cinturón, camisa y jersey. Pero para lo invisible, no, ni hablar, he de ir yo al armario y sacarlos con un esfuerzo que ella jamás ha pretendido evitarme ni por asomo. Ahora bien, en esos casos, echo mi cuarto a espadas y busco unos calzoncillos que entonen con el conjunto. Para que tampoco se diga.


martes, 13 de noviembre de 2018

¿Regreso a Howards End o no?


He visto con creciente admiración la serie Regreso a Howard End (Hettie MacDonald, 2018). Ni había leído el libro de E. M. Forster (1910) ni visto la película de James Ivory (1992). A pesar de que mi entusiasmo, no siento ninguna gana de ver una ni incluso de leer la novela. Recuerdo que me ha pasado otras veces, en un sentido o en otro. Una vez que un libro me ha fijado una imagen de unos personajes, no tengo ningún deseo ni curiosidad de cambiarla, y también al revés: una película, si fiel al argumento, me basta He hecho algunas excepción, oh Jane Austen, y muy bien, claro, pero, en principio, no. Esto responde (me doy cuenta) a una relación demasiado personal con la literatura y con las obras de arte, que me veda uno de los mil y uno sueño de mi vida: ser crítico literario, pero qué le vamos a hacer, tengo otros mil sueños pendientes.

Experimentado mi prejuicio y expuesto, de lo que se trata ahora es de preguntaros si merece la pena vencerlo. ¿Para ver la otra película? ¿Por leer la novela? ¿Para las dos? ¿O no?


jueves, 8 de noviembre de 2018

En concreto

"Amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección", dijo Antoine de Saint-Exúpery con más razón que un santo. Si hubiese vivido más, habría concretado todavía un poco: mirar los dos en la dirección de una hoja Excel de contabilidad doméstica.



miércoles, 7 de noviembre de 2018

El barbero ante el espejo


El nuevo librito de Ramón Eder sólo es, como suyo,  pequeño por fuera. Pequeña Galaxia (Libros al Albur, 2018) reúne y suma aforismos viejos y nuevos sobre el aforismo, mordiéndose la cola (Eder dixit), más un atinado prólogo de José Luis Trullo, que también suma.

Yo me he sentido de repente interpelado. No tanto por este: «Si publicas un aforismo bueno ya es de todo el mundo», aunque debería, ay de mí.

Me he sentido interpelado en mi condición de barbero del rey de Suecia, además recién estrenado a lo grande y a lo gordo, por Chesterton, cuando Eder anota: «Estamos entrando en una época en la que si un escritor no escribe un libro de aforismos se lo acaban escribiendo, entresacando frases de sus libros».

Ay. Aunque hay otra frase de Eder («un libro de aforismos en el que no haya contradcciones no puede ser muy bueno») que consuela y justifica al desolado barbero: «Todo buen escritor ha escrito sin darse cuenta algunos aforismos excelentes».

Qué cosas: la frase de Chesterton de la que sale el título del libro es «Mi verdadero juicio sobre mi obra es que he echado a perder un buen puñado de ideas excelentes». Todos hemos salido ganando.


martes, 6 de noviembre de 2018

Ramas que al tronco salen


Mis hijos se parecen a su madre, y eso que salen ganando, pero a veces les veo un ramalazo mío, y me río.

Carmen lee poco, ay. Pero el otro día estábamos ayudando un poco a mi suegra en su mudanza, entre nubes de polvo y muebles de plomo (o así pesaban). Le pedimos ayuda a Carmen. «No puedo», dijo, «estoy leyendo un libro muy interesante que he encontrado en una caja...» Muchas veces he sospechado que mi afición a la lectura nació y creció al amparo de esos «no puedo» impagables.

Al día siguiente vamos a devolver los libros a la Biblioteca Pública, cada cual con los suyos. La amiguita de Carmen, que sienta detrás, con Quique, le dice, con voz admirativa: «¡Todos esos libros te has leído!» Quique responde impávido: «Psch, no. Uno hace sus planes pero luego la vida se complica». Es mi vivo retrato.


lunes, 5 de noviembre de 2018

Ensayista retroactivo



Quien me hizo la página de Wikipedia fue muy amable. Le estoy muy agradecido porque mucha gente va a leerla, como noto en mis presentaciones. Además de amable, debe de ser anglófilo: puso que yo era "ensayista", siendo así que sólo he escrito críticas un poco más largas y generales y algún prólogo con pretensiones. En principio, por anglomanía y chestertonfilia, me hizo gracia, y lo dejé.

Me empecé a preocupar cuando en el pie de página de mis artículos en Nuestro Tiempo me pusieron "poeta y ensayista".. Llamé a Nacho Uría y se lo expliqué y para el siguiente número lo quitaron, pero luego, en el próximo --se ve que estaba en la plantilla-- resurgió. Ya no dije nada.

Ahora, sin embargo, no me importa, porque he escrito este Aristocracia para todos, que no es más largo que otras cosas que he escrito, pero que ya sí considero un micro ensayo y que, además, quiero continuar hasta ensayar un ensayo. 


domingo, 4 de noviembre de 2018

Dos naranjas


Llegar tarde a misa está fatal, aunque no pueda deshacerme de la excusa de que yendo el sábado por la tarde a misa del sábado, porque volveré mañana, no está tan mal librarse de una homilía dominical, al menos. En cualquier caso, no está bien, no.

Sin embargo, eso me ha permitido sorprender por la espalda a Manuel, el mendigo-amigo. He visto su bici, pero no le veía a él. Así que he gritado: «¡Hola, Manuel!» Ha salido del fondo del jardín, con dos naranjas en la mano, y me ha confesado: «Huy, estaba mangando dos naranjitas, que les había echado el ojo, de maduras que ya estaban».

Me ha encantado. Y he recordado de inmediato a Carlos Marín-Blázquez, que dice: «Un atisbo de pudor en un rostro adolescente nos recuerda que no todo está perdido». Más razón aún para la esperanza cuando uno sorprende el rubor en el hirsuto rosto de un viejo mendigo.


martes, 30 de octubre de 2018

Platón y Aristóteles


Enrique se baja lloroso del autobús. Le han robado, denuncia, su taco de cartas de monstruos. Intento un argumento hedónico: «Qué suerte, porque eran muy feas». No le convence. Me voy a Sócrates: «Bueno, Quique, no olvides que es muchísimo mejor ser robado que robar». Me mira serio, con un brillo de desprecio intelectual en unos ojos especialmente brillantes por las lágrimas: «Será menos malo. Lo mejor es ni una cosa ni otra: ni ser robado ni robar».

Le hago una reverencia.


lunes, 29 de octubre de 2018

Ahorrar


Leonor vuelve de Madrid con un precioso traje nuevo. Qué bonito. «Le dije a mi madre que me encantaba, pero que no me lo iba a comprar porque tenemos que ahorrar. Y le dio pena, y me los regaló, con unos botines, además» «¡Qué detalle, tu madre!», le digo, enternecido. Me contesta: «Sí. ¿verdad? Para agradecérselo le regalé un bolso y una blusa».


domingo, 28 de octubre de 2018

Vida de pueblo


La otra noche una chica muy mona nos contaba que pasa muchos fines de semana en un pueblo, huyendo de Madrid, y que es casi su segunda casa. Alguien le preguntó si conocía a muchos lugareños y dijo que no a demasiados. Tanto Jose María Contreras, de Osuna, como yo, que éramos los lugareños presentes en la cena, saltamos al unísono para decir, sin género de dudas, que ellos sí la conocerían a ella, y bien, con vida y milagros.

Me vuelto a acordar hoy en misa. En la fila, una joven también muy mona, incluso del estilo de la Madrid. No la conocía. De nada. Qué raro. Luego, me he fijado en sus padres. Suele pasar que un estirón de primera juventud te descoloque a alguien, prácticamente irreconocible, pero que sus padres sigan siendo los de toda la vida, y ya sólo te tienes que acordar de decirles la próxima vez que los veas: "¡Qué barbaridad lo mayor que se ha puesto vuestra niña!".

Estaba con sus padres, y con tres hermanos varones, todos con una pinta excelente, pero desconocidos. ¿Serán recién llegados? ¿Estarán de paso? En el tren del otro día, me enteré que había boda en El Puerto. Quizá sean primos del novio. No sé.

A la salida veo que se acerca a ellos con los brazos abiertos y muy sonriente el más snob de la comarca. Ah. Definitivamente lo de la pinta no era una pista falsa, no podría serlo, digo mientras arranco mi vespa de una patada y me voy de allí.

No hay que impacientarse ni pecar de curioso o de mirón. Si no son de paso, en poco tiempo lo sabré todo.




sábado, 27 de octubre de 2018

¿Cuento o canto?



Además de los problemas externos del blogg, que son los míos, con tanto artículo que escribir, sin tiempo para mí aquí, están los problemas internos: ¿Qué es el blogg, cuento o canto?

Del viaje fugaz a Madrid tengo de los tres:

El problema externo. Fue todo tan rápido que no puedo ni contarlo. Aunque presumiré de un gesto. Las botellitas de agua mineral son insoportablemente conservadoras. Así que me llevé mi botella de fino, y qué bien queda en la foto:



Leonor y yo nos cruzábamos yendo y viniendo de Madrid, como otra vez, pero esta vez no teníamos tiempo ni de vernos, pues ella ya llegaba tarde a su reunión. Por suerte, se le había olvidado el cargador del móvil. Así que pidió al taxi que diese un rodeo y pasase por la puerta de mi hotel. Yo la esperaba en la calle. Le di mi cargador y un beso y nos dimos la mano, extrañamente y fue lo más tierno. Me di tiempo de mirar de reojo al taxista por tratar de adivinar qué estaba pensando de la escena. Tenía una cara de póker muy profesional.

Y luego puedo o contar una cosa del viaje de vuelta o cantar otra o las dos, esta vez:

Cuento. El tren iba a reventar. Habían doblado los coches. A una conocida le habían dado un asiento lejanísimo, y me dijo que llegaría andando más o menos al Puerto. Le ofrecí cambiarle el billete, pues mi coche ya estaba allí, pegado, y lo dudó bastante durante dos o tres segundos, pero dijo que no, que le venía bien hacer ejercicio. Luego caí en que siendo registradora (consorte) de la propiedad, quizá fuese en preferente, y mi cambio caballeresco hubiese sido un horror que me habría llevado avergonzado las cuatro horas. Con las dudas, me confundí de coche. Y una señora muy amable me levantó. Fastidiado con mi torpeza, fui refunfuñando. Y caí, oh, oh, me reía, en el único asiento de todo el convoy que tenía un sitio vacío a mi lado. «¡Qué chamba, macho!», como diría Luis Alberto de Cuenca. La registradora no hubiese ido tan mal, al fin y al cabo. Pero enseguida apareció por allí un tipo enorme y sudoroso que había cogido el tren por los pelos y que no podía pasar al coche en el que tenía su asiento. ¿Me importaba si se sentaba en el sitio de al lado? Yo me avergoncé de mi propia avaricia miserable. Ya había establecido una relación de propiedad con los dos asientos, que así somos de expansivos. Y cuando iba a empezar a maldecir mi malísima suerte, descubrí que mi asiento original era el del pasillo, que en un tren atiborrado, es mortal, y que me había sentado en el de la ventana. El chico se había desplomado en el asiento libre, en el del pasillo. Había tenido suerte, después de todo. Y luego resultó que iba a Córdoba, cercana y sola, y me dejó dos horas más, ahora doblemente inesperadas, hasta el Puerto. O sea, que, entre unas sorpresas y otras, anduve (sentado) entretenido.

Canto. Cuando llegué a la estación del Puerto, fui muy consciente, nada más poner el pie en tierra, de que Leonor no me esperaba en casa y de que los niños ya estarían dormidos. Eso tuvo una parte buena, porque me encontré con una amiga de hace lustros y pudimos charlar allí, a la salida de la estación, con toda la tranquilidad del mundo. Pero cuando llegué a casa, con lo que me gusta a mí llegar a casa, tuve un golpe de melancolía. A ver si después de tanto presumir de localista y de amante del hogar, lo único que a mí me importa es que esté Leonor. Ha sido la peor llegada a casa en 49 años de idas y venidas.