jueves, 31 de marzo de 2011

Prada eres y en Prada te convertirás

Seamos sinceros, como José del Río Sanz cuando confesó: “He recibido banquetes y homenajes, una puñalada y una flor natural, que es lo que más me duele”. Diré que esa adscripción a la estela de Prada, del que no pude terminar casi ningún artículo nunca aunque lo intenté varias veces, sí es un inesperado golpe de ceniza en mi frente. Bueno, estando en cuaresma, no dejará de serme útil.

Por lo demás, que un señor que sueña 
con Baltasar Garzón de presidente de la tercera república o que lee el diario Gara con hondas cabezadas de asentimiento ponga ciertas objeciones a mis ideas, me parece lo más natural del mundo. Lo chocante sería lo contrario. Como ese señor es, fuera aparte, uno de los mejores críticos literarios de España, lo que me importa es esto: "Enrique García-Máiquez, un poeta a la vez ingenioso y hondo, un prosista tocado por el dedo de la gracia", que le agradezco de veras.

miércoles, 30 de marzo de 2011

La impotencia del poder

Por favor que no parezca que califico esto de buenas noticias por optimismo antropológico. En verdad, nada puede alegrar más a un partidario del Estado de Derecho que ver al poder ejecutivo limitado por el poder judicial. Esa impotencia de los emisarios y los etarras que reflejan las actas vale su peso en oro. También hay un motivo personal: comprobar que asistir a aquellas manifestaciones convocadas por las víctimas sirvió de algo. La sospecha de la insignificancia es el gran peligro del compromiso social. Estos ánimos nos vienen bien. El domingo estuvimos en la plaza del Ayuntamiento del Puerto convocados por Derecho a Vivir. Algunos entusiastas corearon esta aleluya: 
Contadnos bien: 
estamos más de cien. 
A la que uno estaba tentado a responder:
Aunque quizás 
no muchos más. 
Pero conste que con orgullo. Como Heráclito el Oscuro, no hay que hacer nunca del número una cuestión esencial. Lo importante es estar y tener razón.

martes, 29 de marzo de 2011

Al fondo de la foto

Propone Suso que engorde un poco en solidaridad con mi embarazadísima mujer. ¡Qué deliciosamente ingenuas son estas amistades virtuales! Nadie a doscientos kilómetros a la redonda me diría eso, porque no hace falta, ay, decirlo. Y encima no he llegado a este estado por solidaridad, sino por glotonería. Si hasta me como los rotuladores…
Con todo, Suso, se agradece.

Lección de estilo

Más o menos es menos.

Automatismo

Nuestro embarazo sigue avanzando, y ya se nos nota mucho. En Leonor, salta a la vista. Nadie duda ahora si habrá engordado un poco y por fin la felicitan directamente, sin prudentes circunloquios.  Y a mí me salta la vista tras todos los que me cruzo. He adquirido el hábito mental de imaginármelos en estado de buena esperanza, quiero decir, en situación fetal, cuando eran esperados por sus santas madres, tan chiquititos e inocentes, tan indefensos y puros. Me cruzo con un ejecutivo y lo pongo, sin chaqueta y sin corbata, a palpitar, tan tranquilo, sin estrés, en su ecografía de los tres meses. O adelanto —bajándome de la acera— a un vejete y no puedo evitarlo: pienso en sus padres del año del catapún, jovencísimos, cogidos de la mano, cuando lo esperaban con tanta ilusión…, tanta que setenta y tantos años después aún le nimba la figura encorvada. Si me cruzo con algún tipo feúcho, me lleno de ternura, pues sé lo guapo que lo encontraría su madre en el momento luminoso de darlo a luz. Sé que debería ver a todos mis prójimos como hijos de Dios, y lo intento, repitiéndome al oído la teoría. En la práctica sentimental, hasta hace poco sólo llegaba a verlos como hijos de vecino. O en ciertos instantes a recordar intensamente a Montaigne, cuando decía que todos son condenados a muerte y por eso había que tratarlos con piedad y concederles sus últimos deseos. Ahora para mí son los viejos hijitos de sus padres. Y siendo un paso atrás en el tiempo, es un progreso, aunque todavía me queda mucho que avanzar, claro. 

lunes, 28 de marzo de 2011

Un jugadón

Salgo de misa en los jesuitas. Los alumnos juegan al otro lado de la verja un partido de fútbol. Ha de ser importante, por las equipaciones de gala, por el afán con el que corren, por la cantidad de público y por los gritos de ánimo. Entonces, el balón salta la valla y se pone a botar a cámara lenta, ufano de su travesura, en la calle. Pienso en mi dignidad y no cruzo corriendo para devolverlo… Ya saldrá, me excuso, algún muchacho encantado de su fugaz escapatoria del colegio. Pero aparece en el horizonte una furgoneta vieja de Cárnicas Ortega con un cerdito pintado en su flanco. Veo nítidamente como al conductor se le iluminan los ojos a la vista del balón. Frena. Echa ruidosamente el freno de mano. Pone las luces de posición. Salta de la furgoneta. Corre a la acera. Y con un hermoso estilo, devuelve de un chute perfecto el balón, que dibuja una nítida parábola de vuelta por encima de la verja. Corre. Desenfrena. Quita las luces de posición. Acelera. Los coches de atrás ni tiempo de pitar han tenido. Cuando pasa a mi altura —yo no he dejado de andar durante toda la jugada— todavía va sonriendo.

domingo, 27 de marzo de 2011

Ángel Mendoza 5/4

,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,LLUVIA

Después de largas décadas de sol
(tierra amarga de fiebre, malheridas
praderas, peces muertos, viento gris,
luna sin pozos, nubes descosidas),
está lloviendo azúcar. Mójate
del invierno más dulce de tu vida.
........................................[Inédito. Vía]

Sin marcha atrás

Tengo mis dudas de que el artículo no sea demasiado íntimo-costumbrista-pijillo-falto-de-moraleja, pero se lo leí a Amparo para pedirle permiso, y desde ese momento fatídico ya no había marcha atrás. Le encantó, se rió a mandíbula batiente y lleva unos días preguntándome que cuándo y dónde lo publicaría, cuándo, dónde.

Una curiosidad. ¿Imagináis qué es lo único que objetó Amparo a la cosa?

Nada del sueldo, naturalmente, ni del marquesado. Eso le parece muy bien. Precisó que no tiene especial interés en que trabajemos tanto. Ha prometido, incluso, que si le toca la primitiva nos pagará un viaje, un viaje largo alrededor del mundo, los dos solos, y que no tengamos prisa por volver, que ella se encarga de todo.

sábado, 26 de marzo de 2011

Ángel Mendoza 4/4

................EL EQUILIBRIO

La tuya era de un verde tristón, casi oxidado.
Sobre aquel armatoste de huesos de metal yo te veía
perderte hacia el trabajo con las primeras luces.

La mía era de un rojo vivo, alegre
(los Reyes la trajeron un buen año de pagas).
Me dejé las rodillas, tú la voz, intentando
aprender la imposible lección del equilibrio.

Sueño que es tarde y llega tu hora de volver,
que se acerca, cansada, la bicicleta verde,
y que te estoy esperando, ansioso por contar
que ya he logrado conducir la mía. 
...................................[Pájaro negro. Siltolá, 2010]

La Vanessa, ay, la Vanessa

Portentos de la lírica, ¿quién me iba a decir a mí que en una chica llamada Vanessa, con las risitas que nos traíamos entonces con ese nombre y con otros análogos, iba a recordarme así, con tanta intensidad y ternura, mi primera adolescencia?

Qué gran canción, digo, qué gran poesía de Manel, en 10 Milles per a Veure una Bona Armadura, un disco de hermoso título que homenajea a Shakespeare, nada menos, y a una comedia, claro: Much Ado About Nothing. Pero lean la letra, y verán. En ese "Estáis morenos" que exclama el tío, cuánto verano, Dios mío. Y luego, a pesar de la incipiente adolescencia, todavía la emoción de un juguete nuevo, mejor aún, exótico, y las ganas de hacerlo volar. Y la torpeza total de los trece años, ay, con las manos sudadas. Y el aburrimiento de Vanessa, ¡comiendo pipas! Y la decepción de fondo de Induraín, para teñir de melancolía el aire ardiente. La figura del joven mayor, con "pericia de profesional", era insoslayable. Está todo.

Y aún hay más. Dos grandes aciertos narrativos. Cuando se pregunta que si Ignasi se dio cuenta de la mirada admirativa de Vanessa, o sea, que ni se atrevió a hablar de esa humillación con su amigo del alma y compañero de infortunio. Eso desgarra. Y luego, el mensajito final, ya fuera de la canción, a la chica, a la que perdió la pista, que nos avisa: 1) ojo, que esto es verdad, verdadera; 2) otro ojo, cuidado que me dolió, que aún la recuerdo; y también, una gotita de justicia poética, dice 3): mira, Vanessa, que ahora somos famosos, y tenemos, sobre  todo, la pericia de un profesional: mira, mira como el boomerang de nuestra adolescencia, con un poco de muñeca y un juego de brazo, vuelve, vuelve en esta canción.

Rima Berzosa

El Excelentísimo Rector de la Complutense, Berzosa, ha dicho, como gallarda respuesta al ataque sufrido por la capilla de Psicología, que no deberían existir capillas en la Universidad. Ea: la víctima tiene la culpa. Eso es, además, como decir que los árboles tendrían que prescindir de sus raíces o que a los niños les sobran las madres. Como todo el mundo —menos Berzosa— sabe, la Universidad nació en Edad Media de la Iglesia Católica y sus estudios de Teología. En la constelación de blogs cristianos, numerosa y combatiente, se clama por su dimisión. A Berzosa en persona sólo le he visto una vez, cuando inauguraba un congreso sobre Ramón Gaya, uno de los principales pintores y escritores del siglo XX. Dijo que, como él era economista, no conocía a Gaya (comentario muy universitario), pero que había leído algo en Público, único periódico, junto a El País, que sigue, afirmó, fervoroso, como quien reza el credo. Ver a Gaya citado allí le sorprendió grandemente. Nos leyó por encima los datos de la solapa de un libro de Gaya que acababa de comprar: el pintor había nacido en Murcia y tal. No sé cómo lo enlazó, si lo enlazó, pero habló mucho de lo que sufría él con las injustas críticas que le hacían a él los medios de derechas, que iban a por él. Para terminar, reconoció estar emocionado porque había visto, hojeando el índice del libro, que Ramón Gaya hablaba de Miguel Hernández, víctima del franquismo. Ni corto ni perezoso, empezó a leernos la reseña de Gaya a Vientos del pueblo sin darse cuenta de que lo ponía bastante regular. Desde entonces supe que de Berzosa no se podía esperar gran cosa.

viernes, 25 de marzo de 2011

Día envuelto con dos cintas

Desde el avión, cuanto más subía, más cerca veía el Guadalquivir. A contraluz, una cinta de plata. Tan brillante, que no me iba a servir para un poema, desde luego, pero ni siquiera para un artículo o para el blogg, me lamenté. La realidad, a menudo, es demasiado bonita para ser verosímil.

El nombre del avión y su dibujillo me pareció todo un detalle de Iberia (o de la Providencia) para un poeta de jardín que anda releyendo, precisamente, a la Dickinson. 




¿Iba a Madrid? ¿Es ir a Madrid ir a Madrid y no visitar El Prado (y a Jaime tendido allí, entre tantas sensualidades, perfectamente vestido, como en un cuadro, con perdón, de Manet), es ir, ir sin tomarme un café y un croissant y un zumo de naranja natural en Atocha en un cuarto de hora con Cereijo (¡gracias!), ni dejarme recoger y llevar a todas partes por Kiko M-M, ni saludar un poco a mi suegra, ni pagar (en todos los sentidos) visita a Hiperión, quiero decir, a Susana, ni cabrearme en La Casa del Libro, ni cruzar la plaza de España entre palomas y chicas tomando el sol talmente como en provincias, ni charlar a contrarreloj
 con David Arias, mientras visitamos su casa y la de algún amigo suyo y un club, ni cenar en el piso de soltero, ni ver si veo entre horas a CB, ni soñar, sueños son, con una copa con los viejos amigos de Navarra, es o no es ir a Madrid?

A pesar de mis sesudas reflexiones tuve tiempo de repasar mi clase. Para hablar de lo que un poeta, a pesar de todo, aporta a su país, además de citar a Ezra Pound, recitaría a Antonio Machado:

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 
                                                [“Retrato”] 
y a Rafael Alberti: 
Aquella tierra con nosotros
no fue lo buena que quisimos.
Cuántas cosas en ella dejamos.
Cuánto le dimos, amigo. 
                      [“A Pedro Salinas”] 
En un primer momento, me extrañó que, a pesar del paisanaje y la admiración, lo de Alberti me sonase tan antipatiquísimo, mientras que lo de Machado desprendía una dignidad indiscutible. De pronto, en el avión, caí en la diferencia. Alberti exige y exagera: quiere que España ("aquella tierra", señala desde el Paraná) hubiese sido más buena con Pedro Salinas y con él, ea, y presume de que le dieron “cuántas cosas”, cuántas, uf. Don Antonio Machado no pide nada, nada, y sólo dice que ha dado y le debemos lo que ha dado y le debemos: lo que ha escrito. Es la diferencia que va entre un señor y un señorito. (Pues bien, a pesar de verlo tan claro, casi sin solución de continuidad, esa tarde me puse exigentito, que no aprendo ni de mis propias clases.)

Corrí, di (la clase) y volví (a Barajas). No vencí, pero no se trataba de eso: disfrutí.

El avión de vuelta no sé cómo se llamaba, pero por el retraso ya podía ser “mochuelo” o “lechuzo”. Y de eso no me quejé, que me vino muy bien. Había llegado a Barajas sin resuello por la clase y por la hora, y pude respirar. Hondo.



Y respirar más y más.Y tras respirar, resoplar.

Al final (muy al final) despegamos. Por la ventanilla, una autopista iluminada parecía una cinta de oro, hasta con sus lazos perfectamente hechos, que eran los cambios de sentido.

Y supe dos cosas: que tendría que empezar con lo de la cinta de plata del Guadalquivir, por amor a la simetría. Y que, en definitiva, Madrid tiene más placeres, Horacio, de los que añoraba mi amor por las dulces rutinas. 






jueves, 24 de marzo de 2011

Nada es perfecto

La autoironía es un arma defensiva, como se sabe. Pero sólo funciona, ay, si nos hace daño de verdad.

Autonomías

Un momento estelar de la historia de la humanidad ocurrió cuando Cristo, con un denario entre los dedos, lo miró un instante, atisbó la efigie del César y determinó: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Quedaba establecida la autonomía del poder público, gracias a Dios. Se desacralizaba todo ese ámbito.

Aunque menos citado, tampoco fue manco el pasaje en que, instado para que interviniese en el reparto de una herencia entre hermanos, replicó: “¿Quién me ha nombrado juez entre vosotros?”. Esto es, que el derecho privado rige esas cuestiones enfadosas, y al juez competente hay que acudir, aunque lo ideal es evitarlo. Se desacralizaba ahora el derecho civil.

No acaba ahí. El mismo Jesús desacraliza la literatura con una sutileza impagable. Al menos, ese es el sentido que yo le veo a algunas de sus parábolas, tan extrañas, en principio, a su propio código moral. ¿Qué me dicen del tan alabado administrador injusto, o de aquel juez que sólo impartía justicia al final para que le dejasen dormir en paz, o de aquellas vírgenes virtuosas, puede, pero qué egoistonas?

(No hace falta decir que autonomía no es independencia ni soberanía, ¿verdad?)

miércoles, 23 de marzo de 2011

El libro

Le he pedido este poema a mi hermano Jaime para citarlo en la clase que mañana doy en la Universidad Francisco de Vitoria, pero al leerlo no me he podido resistir a traerlo aquí. Es de Otro cantar (Pre-Textos, 2007):
.................EL LIBRO

El tiempo es como un libro que Dios tiene en las manos.
Lo recita en voz alta, o baja, lentamente,
y así pasan las hojas de los pobres humanos
que casi apenas oyen la línea del presente.

Allí, toda la historia de Roma y los romanos;
las guerras, y las paces al párrafo siguiente,
allí, las experanzas; allí, los cotidianos
susurros y quehaceres del amor de la gente.
Allí, también, mi vida con sus pequeñas cosas,
y la tuya, con todo tu futuro, tu miedo,
tus sueños entrelíneas como en un escondrijo...

Y en el centro del libro, con las letras borrosas
de haber pasado el Padre tantas veces el dedo,
la página que cuenta la muerte de Su Hijo.

martes, 22 de marzo de 2011

lunes, 21 de marzo de 2011

Un epígono de Job

El barbero en Conversaciones de E. M. Cioran:

[Sobre si es reaccionario] Henri Thomas me dijo un día: “Usted está contra todo lo que ha ocurrido desde 1920”, y yo le respondí: “¡No, desde Adán!”
*
Un libro debe ser un peligro.
*
El poder es diabólico: el demonio no fue más que un ángel con ambición de poder.
*
En el momento en que escribes, estás tú solo contigo mismo o con Dios, aunque no seas creyente.
*
Pero, a decir verdad, soy casi incapaz de leer novelas, casi incapaz. […] Nunca he leído ese libro [El ser y la nada]: por culpa del estilo.
*
Hacer la torre de Montparnasse después de haber hecho catedrales: ¿podemos decir que la historia tiene un sentido?
*
¡Ay del libro que podemos leer sin hacernos constantes preguntas sobre el autor!
*
[¿Cuánto tiempo trabajó hasta que su primer libro quedó escrito en francés?] No mucho, pero día y noche durante tres años.
*
Estoy incapacitado para tener fe, pero no soy indiferente a los problemas que nos plantea la religión. La fe va más al fondo de las cosas que la reflexión. A quien nunca se haya sentido tentado por la religión le faltará algo: saber lo que es el bien y el mal. A veces imagino la historia universal como un gran río del pecado original. Leo y releo el Libro del Genésis y tengo la sensación de que eun unas pocas páginas está todo dicho. Es muy emocionante. Aquellos nómadas del desierto tenían una visión completa del hombre y del mundo.
*
Hay que elegir el sitio en que uno quiere fracasar en la vida.
*
He escrito aforismos por repulsión hacia todo.
*
Sin Bach, yo sería un nihilista absoluto.
*
Hay momentos es que, por alejados que estemos de la fe, sólo concebimos un posible interlocutor: Dios.
*
La profundidad es el monopolio de los que han sufrido.
*
Mientras frecuentas la poesía, no te arriesgas al vacío interior. La obra y el lector pertenecen al mismo universo, una intimidad extraordinaria los vincula. Como en el caso de la música, te aproximas a algo esencial que te colma: como una gracia, una complicidad sobrenatural con lo indefinible. El tiempo queda eliminado, te ves proyectado fuera del devenir. Música y poesía, dos aberraciones sublimes.
*
[¿Por qué rompió usted con la poesía?] Por agotamiento interior, por debilitamiento de mi capacidad de emoción.
*
Creer en Dios significaba para mí humillarse. Hay una faceta demoníaca en eso, muy grave, lo sé…
*
Toda mi ambición estribaba incluso en ser un pensador privado, un epígono de Job.
*
En general, quienes no tienen ninguna religión tiene una, que es la negación. […] el hombre que se vuelve arreligioso por su propia voluntad se esteriliza y lo más antipático es que eso va acompañado siempre de un orgullo exagerado y desagradable.
*
[sobre la escritura autobiográfica] Todo lo que no es experiencia interior no es profundo.
*
Tengo un auténtico culto por España.
*
Y ahora me preguntan: “¿Por qué ha dejado de escribir?”. ¡Porque estaba harto de hablar mal de Dios y del universo!

domingo, 20 de marzo de 2011

Río ¡bravo!

Hasta cierto punto hasta tiene gracia estos políticos andaluces nuestros queriendo que nos ofendamos mucho por lo del río.

Y el PP que votó a favor del Estatuto, ahora hace un trasvase y se pone la medalla de la sentencia negativa.

¡Qué truchas!, digo, qué tropa.

sábado, 19 de marzo de 2011

Arsa

Fíjate si te olvidé
que escribo esta soleá
sin saber siquiera a quién. 

El barbero barberizado

El barberizador que lo barberice buen barberizador será.

Perigeo

Este fin de semana, como si el universo se dispusiera a celebrar san José por todo lo alto y a rendir un homenaje a Japón, tendremos la Luna más cercana a la Tierra en 18 años. Pasará casi rozándonos a 356.577 kilómetros. (Los que más me impresionan son esos últimos siete km., tan precisos.) Y será luna llena, lo que engrandece el espectáculo. La cercanía y el plenilunio producirán unas mareas de coeficientes altísimos: grandes pleamares y bajamares amplísimas. Hay quienes se han dedicado a propagar por internet mensajes milenaristas, pero es que hay gente para todo. Para la gente como yo, será un fin de semana dedicado al paseo: por la noche a la luz de la luna, por el día al borde extraordinario de la marea baja.

viernes, 18 de marzo de 2011

A vueltas con la intimidad

La entrada de ayer me recordó mi compromiso de hablar de la intimidad. José Manuel Benítez Ariza, con su perspicacia indesmayable, escribió una entrada sobre el particular partiendo de mi poema "No hay cuidado". Se lo agradezco mucho, y más porque considera mi respuesta "satisfactoria desde un punto de vista poético". Viniendo de un poeta exigente y riguroso, suspiro aliviado. Más polémica la ve en "una discusión abierta". Yo, sin embargo, tampoco en abierto voy a polemizar demasiado, porque estoy muy de acuerdo con dos de las cosas que dice. Sólo con una, no.

El primer acuerdo es evidente. Se trata, sí, de un tema fundamental, casi el tema (literario) de nuestro tiempo, que las nuevas tecnologías han puesto todavía más, si cabe, en primer plano. El mismo Arcadi Espada echó su cuarto a cuenta de un poema de Juan Bonilla.

No estoy de acuerdo, en cambio, con Benítez Ariza en que el telón de fondo de la intimidad consista en "las miserias fisiológicas, las fijaciones mentales, las trapacerías del día a día, las pequeñeces domésticas y las mañas que dicta la supervivencia en el medio laboral, social, vecinal e incluso familiar". Eso vendría a ser --más allá de si las claves son verdaderas o falsas-- lo que yo objeto al poema de Juan Bonilla: confundir la intimidad con lo individual. Ya me gustaría ser más preciso señalando en qué consiste la intimidad interminable que interesa, la que da un tono, configura la personalidad o incluso, como dijo Gaya, muestra el ser; pero es que no lo sé aún del todo, como reconocí en el poema comentado. Dejaré, por eso, que la explique, a la contra, Cioran:
Si los lees, no están del todo mal, pero se agotan en fórmulas, no tienen prolongación. Y no hay necesidad de profundizar, no hay nada que hacer, es una confesión sin secretos. No esconde nada, pese a que todo está bien formulado en ellos, tiene un sentido, pero sigue careciendo de futuro. Lo que constituye el secreto de una persona no lo sabe uno mismo. Y a eso se debe el interés de la vida, del comercio entre las personas; de lo contrario se acaba en un diálogo de monigotes.  
Mi principal y más emocionante acuerdo con José Manuel radica en la importancia del diálogo y la expresión pública en la configuración de nuestra intimidad. Se trata del gran descubrimiento de los trágicos griegos y el fundamento de los diálogos platónicos. La claridad se revela, por tanto, como algo mucho más trascendental que una cortesía con el lector, que quería Ortega. Se trata, más bien, de una forma de caridad, que empieza con uno mismo. Ser claro es iluminarse por dentro y descubrirse, en ambos sentidos:  ante el otro y, a la vez, a uno mismo. 

(En mi caso, acude a complicarlo --en realidad, a simplificarlo-- Dios, el Interlocutor por excelencia, cuyas delicias son oír las cosas de los hombres. Me descubro en el diálogo con Él. Lo recalcaba Kierkegaard: "La persona que no es ante Dios, tampoco es ante sí". Aunque uno es finito y superficial, la mirada infinita de Dios me va haciendo hondo e inabarcable. Sólo hay que sostenérsela, que no es fácil.)

jueves, 17 de marzo de 2011

Dudoso murciano

Lo que menos me ha gustado de Sueño de origen, el último poemario de Eloy Sánchez Rosillo, es la dedicatoria de mi ejemplar. Es muy generosa por otra parte, pero me califica como “dudoso murciano”.

¡Dudoso, yo!, con la de vueltas, casi mareantes y quizá ridículas, que doy para no dejar atrás mi lugar de nacimiento. Pongo “Murcia, pero el Puerto de Santa María”, que es demasiado largo, lo sé, porque no quiero renunciar a nada. Cierto que sólo nací allí, como todos mis hermanos, uno tras otro. Mi madre buscaba el amparo de su familia para dar a luz, pero enseguida nos volvíamos aquí, donde mis raíces paternas. Luego volvíamos unos días en Navidades y otros en Semana Santa y pasábamos en verano camino de la playa, hasta que mis abuelos maternos se hicieron mayores y se vinieron al Puerto también, y ya nada. Sin embargo, está la frase honda de Ramón Gaya, que llevo en el alma:
Para mí las cosas murcianas, este paisaje por ejemplo, tienen mucha importancia. No tengo raza allí, pero se ve que ese primer llanto cuando uno aparece tiene mucha importancia, no sé, son cosas secretas
Entre esas cosas murcianas de mucha importancia, la poesía de Eloy Sánchez Rosillo, el mismo Eloy que duda de mi murcianidad, sin saber que uno de sus fundamentos es su obra. Y todo se intrinca. No ha sido frente a la dedicatoria la única vez que he recordado a Gaya con Sueño de origen entre las manos. Hay varios poemas fundamentales del libro que se entienden aún mejor si uno tiene presente lo que escribió Gaya de Velázquez:
Con Velázquez sucede al revés; que en estos extraños retratos se represente a la Infanta Margarita, o al Niño de Vallecas, o al Conde–Duque, no significa mucho ni ellos se diferencian gran cosa aquí, y no porque Velázquez confunda a unos con otros, sino porque él no los retrata nunca como personajes, ni como personas, sino como seres, como seres desposeídos; y los seres, llevados a su anónimo rincón vital, original, resultarán todos muy semejantes. De ahí que un gran retratista como él no caiga en esa prestigiosa trampa de la psicología, o en esa otra del carácter, y nos entregue a todos, como purificados, salvados de sí mismos. 
A partir de ahí se puede leer con total conocimiento de causa el poema “Un paso” de Sánchez Rosillo:
Más allá de quien eres. 
Aunque sólo sea un paso bastará. 
Atrévete; confía y nada temas.
Si das un paso, al fin habrás llegado. 

Traspasar esa línea de sombra que trazara 
en torno a ti la culpa de ser tú. 
Y allí, inocente, libre 
del triste encierro de la identidad, 
ver en el ámbar puro de la mañana nueva 
que la luz te perdona 
y te signa la frente con su mano. 

E insiste en “Sin mí”:
Paso deprisa por mi propia puerta: 
hoy no quiero encontrarme a ese que soy. 
Andar solo, sin mí, qué maravilla, 
cuánta despreocupada libertad. 
Y en torno esta mañana de incipiente junio. 
Son muy personales estos versos que celebran la impersonalidad, paradoja presente en los propios retratos de Velázquez, inconfundibles. Esto se explica, creo, en el poema “La belleza”, tan redondo en su paralela paradoja:
La belleza es de todos 
(huerto con sombra y sol, aljibe y cielo 
y acequia rumorosa, 
con su fruta y su rosal, 
y con su adelfa amarga): 
patrimonio común que sin embargo 
sólo es de cada uno. 
Y sin restarle alcance universal al poema, mi murcianía se emociona con ese epítome huertano de la belleza: la huerta, el aljibe, la acequia, la fruta, el rosal y la adelfa. Y cuánta agua fresca corre entre esos versos. Agua que nos trae de nuevo a la memoria, naturalmente, a Ramón Gaya…

martes, 15 de marzo de 2011

Elogio de la misma piedra

Mi hija juega con la gomita de cierre de mi moleskine. La estira y la suelta y hace plas con la fuerza de un tirachinas. A mí me va a desfondar el elástico, pero a ella le hace mucha gracia. Hasta que de golpe llora: la goma le soltó un latigazo. “No lo hará más”, suspira aliviado alguno de los presentes, que estaba ya de los nervios. Pero no ha terminado de caer la última lágrima, y vuelve a las andanadas. “Está visto”, se resigna el mismo, “que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Que me la llame “animal”, me subleva, y, de la mano de mi indignación, descubro con orgullo de padre que esa insistencia en el peligro y la curiosidad, despreciando el riesgo y el dolor, es lo que nos diferencia, efectivamente, del mono y los demás animales. ¡Ea, dale sin miedo, Carmencita!

lunes, 14 de marzo de 2011

Hombre de demasiada fe

No llueve, jarrea. Y yo tengo que ir a Correos, vaya por Dios, a Correos, que está en el centro del pueblo, donde aparcar es imposible. Y no llevo paraguas. Cuando paso por la puerta de la oficina, veo coches en doble fila y sobre el paso de peatones y parados y sonando los cláxones, y me acuerdo de pedir a lo Alto, como me enseñaron de pequeño, un aparcamiento. Pero enseguida me corrijo, y me parece ése un favor a la vez insignificante y, a la vista del tráfico, muy difícil. Prefiero pedir, pues, otro milagro, más a la medida de la misericordia de Dios. Que yo, como es de esperar, no encuentre un sitio y tenga que ir muy lejos a aparcar, sí, pero que deje de llover entonces y salga el sol y luzca un arco iris, y yo vaya felizmente paseando, oliendo a aire limpio y a agua dulce, viendo las gotas indecisas —como en un anuncio de colonia— aún sobre la piel tersa de las hojas de los naranjos, hasta llegar, al fin, saltando (casi bailando) para no meter el pie en ningún charco azul, dando gracias a Yavé, como el rey David, hasta la puerta de Correos… En mitad de esas ensoñaciones, veo que va a salir un coche, ¡salir!, ¡un coche!, pero me lo he pasado, pero no viene nadie, oh, nadie, así que puedo dar marcha atrás y aparcar, sí, aparcar. Sigue jarreando, y qué: estoy a veinte metros de la puerta de Correos. Doy dos saltos, dos pasos de baile breve bajo la lluvia, que apenas puede darme dos manotazos en la espalda.

La importancia de este sucedido radica en que no se trata de un caso aislado. Mutatis mutandis, estoy siempre en las mismas. Por poner el peor ejemplo, cuando me cuentan que alguien está muy enfermo, mi tendencia es ponerme a pensar ipso facto en el paraíso, en vez de rezar mucho para que se cure. Mientras esperaba mi turno en Correos, me he hecho el firme propósito de pedir más y, sobre todo, más humildemente por los aparcamientos y por las curaciones.

Nel mezzo del cammin de nostra vita

"En mitad del camino de la vida", o sea, en la mediana edad, me pareció siempre una bonita cita dantesca. Hasta que he llegado a esa encrucijada, y me he dado cuenta de que el Dante sabía lo que se decía. Uno se siente, a veces, aplastado entre su pasado y su futuro, exactamente en medio. La juventud otea un futuro fantástico, que da gusto soñar. La vejez, un pasado agridulce, que resulta entrañable recordar. En la mediana edad es cuando uno ya tiene un pasado, que le compromete, y un futuro, que exige ser hecho realidad. Con todo, la situación también tiene sus encantos y sus posibilidades. Dante, sin ir más lejos (porque más no se puede), se marcó la Divina comedia.

domingo, 13 de marzo de 2011

De ida y vuelta

Cumpliendo mi palabra cenicienta del miércoles de ídem, hoy hablo de política. En la redacción del Diario se han comido todos los puntos y aparte.

A Carmen los puntos y las comas se le quedan en nada. Prefiere comerse entera la pequeña selección de artículos menos políticos que me publica Siltolá. Están --parece que dice-- para comérselos.

Pero es publicidad engañosa, os desengaño, porque 1) ella no es objetiva y 2), como Plinio el Joven, piensa que no hay libro que no tenga algo bueno. Le hinca el diente a todos.

sábado, 12 de marzo de 2011

Imitación

A mí, que me gustan las comidas muy sabrosas, me han dado En Compostela una excusa contra tantos sosos avisos saludables e hipotensos, además de una industria humana para vivir con salero la presencia de Dios en la mesa. También recuerdo el Evangelio cada vez se me cae algo de la mesa y se lo comen mis perrillos, atentísimos. O si olvido lavarme las manos, como los apóstoles. A veces, soy descuidado a posta, y hago el papel de monstruo de las galletas. Podrían advertirme ustedes que Jesús no quiere que le imitemos en esas minucias discutibles, sino en su entrega incondicional a los demás y en su amor al Padre. Desde luego, pero aquellos pequeños detalles tienen gracia (son muy salados, como se dice) y lo otro es una labor para toda la vida. La caridad bien entendida acaba con uno mismo. 

viernes, 11 de marzo de 2011

Antes que el aire la manche

Agustín Porras no para de hacer descubrimientos sobre Gustavo Adolfo Bécquer, aunque no sé si éste le pediría que parase. El último, publicado en la nueva revista El alambique, son unas cuantas coplas flamencas que el poeta sevillano firmó como G. M. R. Para explicar el seudónimo, propone Porras que el gran (y breve) Bécquer, llevado por el amor a la poesía popular y a su casi consustancial anonimato, no quiso marcarlas a fuego con su nombre. No: para eso mejor las hubiese dejado sin firmar. Más bien creo que no las consideró a la altura de sus poemas, como salta a la vista que no lo están. No quita para que alguna valga. Como ésta, transparente y sensual:
Al decirme: ‘yo te quiero’
deja que tan dulce frase
recoja yo con mis labios
antes que el aire la manche.

jueves, 10 de marzo de 2011

Todo es regalo

Nunca imaginé que me alegraría tanto de que alguien no viniese a mi lectura. Qué maravilla.

La eternidad que anhela ha comenzado

Sale G. K. Chesterton, mi amigo, de W. R. Titterton, que me ha tenido ocupado en los últimos meses, como me quejé aquí. Reclamé ayuda allá. Mencioné acá. Y transcribí un himnillo acullá.

Titterton es un perfecto desconocido. Normal: se pasó la vida detrás de Chesterton, como segundo de a bordo de varias empresas suyas, y detrás de Chesterton es difícil que pueda verte nadie. De remate, murió el 22 de noviembre de 1963, el mismo día que asesinaron a John F. Kennedy, y en el que murieron, nada menos, que C. S. Lewis y Aldous Huxley. Su humildad (palpable en las páginas de su libro) y su tendencia a ocupar el segundo plano fueron quizá un poco exageradas ese último día.

Para que conste que éste no es un artículo blog spot publicitario, advertiré enseguida a todos que se trata de un libro indispensable exclusivamente para chestermaniáticos. Los chestertófilos pueden releer Ortodoxia, tranquilamente. Y para dejarlo más claro aún, paso a recortar y pegar los momentos estelares que recorto y pego en mi prólogo:

Titterton, que suele hacer gala de un magnífico humor, se enfada de la fama de bebedor pantagruélico que le han echado encima a su amigo. Consigue, arrastrado por la indignación, una de las frases más encendidas, con una comparación más brillante, de todo el libro: “No entendían el hecho, muy sencillo, de que era un gran bebedor igual que Robert Browning era un gran amante, y Don Juan y Lord Byron no lo eran”.

A la vez, porque lo cortés no quita lo valiente, cuenta varias chispeantes anécdotas tabernarias […] En ese ambiente, da Titterton con una imagen inolvidable. Describiendo al Chesterton que gustaba de tomarse una cerveza, observa: “Si está con un amigo, la eternidad que anhela ha comenzado”.

[…]

Se hacen muy pocas menciones al catolicismo, lo que puede sorprender en un converso como Titterton y que lo fue, en buena medida, por el influjo de Chesterton. Se trata, supongo, de la discreción inglesa. Pero también de la confianza en la unidad de vida: el Chesterton público era éste, hablando de sus ideas políticas. Y de su amor a Inglaterra: qué emoción épica cuando, para describir la grave alegría de la entrada de su país en la primera guerra mundial, Titterton escribe esta frase impresionante: “Y el milagro de encontrar a Inglaterra en el bando correcto era lo mejor que nos había pasado en cuatrocientos años”. Y hablando y escribiendo de trivialidades, minucias y frivolidades, porque como GKC decía: “Puritano era sinónimo de hombre cuya mente no tenía vacaciones… Es imposible estar serio trescientos años… En los templos eternos tiene que haber frivolidad. Es necesario estar cómodo en Sión, a menos que se esté de visita fugaz”. Mientras Chesterton hablaba de cualquier cosa, el catolicismo lo sostenía todo por debajo, y allí, debajo, lo ha dejado Titterton. Aunque pudorosamente nos hace alguna mención que no se nos debería pasar por alto, como cuando declara su convencimiento de que Chesterton tenía —susurra— la visión continua de la divinidad propia de los santos.

No se piense, sin embargo, que el libro rehúye lo más hondo. Con qué impresión se lee el rechazo de Chesterton a “su gran tentación”. G.K.C., según sus propias palabras, pudo ser un hereje. Pudo afincarse en la parcela de la verdad que más iba con su carácter y convertirla en un absoluto indiscutible. Esa verdad suya era la felicidad y la acción de gracias permanente. Y hubiese tenido muchos discípulos, como de hecho empezó a tenerlos. Pero abjuró de su herejía en cuanto comprendió que el mundo no es Dios, que no todo merece una celebración y que, junto al “Hágase tu voluntad”, hay que entonar a renglón seguido el “Y líbranos del mal”. Perdió sus discípulos. O convenció a sus seguidores para que le soltasen. Cayó entonces muy suavemente, dijo, sobre una roca; sobre la Iglesia. Por eso, ahora los discípulos de Chesterton no lo son suyos exactamente, sino cristianos. En rigor, nos viene a decir, no puede haber chestertonianos. Lean, pues, con mucha atención ese pasaje. No conozco una muestra más desnuda y directa de la humildad y la grandeza de Gilbert Keith Chesterton.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El golpe de la ceniza me ha aturdido un tanto

Me temo. Y es que ya es el quinto artículo sobre este día. Como expliqué el año pasado la casualidad -que no existe- ha querido que yo escriba los miércoles, lo que conlleva que los Miércoles de Ceniza, como su propio nombre indica, me toque artículo. Cuando las fechas son fijas, el calendario da vueltas como una ruleta: el día del mes rueda entre los de la semana y permite un juego de perspectivas diversas. Véase la Nochebuena: un año es la víspera la que cae en miércoles, y hablo de la ilusión; otro, el mismísimo 24 de diciembre, y lo celebro; y otro, la Navidad, y entonces no escribo porque el 25 no hay periódicos. Sin embargo, de la ceniza no me libro nunca.

Podría mirar hacia otro lado, por supuesto, pero uno debe hacer honor a su rol de columnista católico, y prestar a los hitos de la liturgia la atención que merecen. Así, poco a poco, voy reuniendo una colección de columnas cuaresmales. Dentro de cincuenta años, podré publicar un monográfico sobre este día de llamada universal a la penitencia y al arrepentimiento. No será mi libro más alegre; aunque nunca se sabe, porque la conversión es la cruz cuya cara es la esperanza. En el de este año, de hecho, se me ha ido la mano con la alegría.

martes, 8 de marzo de 2011

Ante otro aforismo idiota

Un aforismo idiota pertenece, como los poemas malos, a ese tipo de entes fantasmagóricos en los que se funden dos características asombrosas: son, por un lado, completamente imposibles y, por otro, se los encuentra uno cada dos por tres. Y, a veces, entre sus papeles.

lunes, 7 de marzo de 2011

El tesoro de la memoria






[Entrevista en La Voz de Cádiz, hace cinco años]





A los 92 años, que no representa, Leonor Gómez es la dulzura, la prudencia y la amabilidad en persona. Su prodigiosa memoria guarda el testimonio de un tiempo que no está cronológicamente tan lejos como parece si atendemos al gran cambio que han experimentado las estructuras sociales, los usos y costumbres, la educación, la sociabilidad y tantas otras cosas. En el encanto de Leonor, en sus maneras tan educadas como cordiales, en su acento un poco andaluz, pero no demasiado, incluso en su forma de expresarse, tan rigurosamente correcta, se ven claros los ecos del testimonio de su vida y del tiempo al que pertenece su formación. Cuando en un Cádiz «limpísimo», como ella recuerda, la gente de toda condición compartía un común estilo refinado, dice, elegante, singular sin duda en relación con la estructura de clases de la época y de la Baja Andalucía; producto todavía de un medio cosmopolita, ilustrado, de una ciudad atenta al mundo, abierta a las novedades que venían del extranjero. Una clase de Cádiz, un Cádiz con clase, sin chauvinismos, que aún se puede rastrear en muchos gaditanos, a quienes correspondería, digo yo, hacer algo por reivindicarlo y reinstaurarlo, en contra de la ola de abandono, suciedad, malos modos, de la que todos, por otra parte, nos quejamos. Leonor Gómez nos regala con sus recuerdos valiosos fragmentos de la vida cotidiana del Cádiz de buena parte del siglo XX. Ha sido un placer.
LALIA GLEZ-SANTIAGO

-¿Cómo era la ciudad que usted recuerda?
-El Cádiz de entonces era una preciosidad, una gente educadísima, todos nos conocíamos, nos saludábamos por la calle, todo limpio, limpísimo. Lo pasábamos muy bien, la vida era muy tranquila.

-¿Cómo fue su infancia?
-Íbamos al colegio a Gibraltar, porque mi padre había sido educado en Inglaterra y era muy inglés. Estuvimos seis años en Gibraltar y luego nos mandaron a Inglaterra. Íbamos al Tenis, al Hotel Atlántico, donde había tres orquestas todo el verano, las de Casablanca, de Pasapoga, paraba una, tocaba la otra, y venía a veranear lo mejor de Madrid. Cádiz era un sitio elegantísimo, tranquilísimo. Todo el mundo era educado, todos.

-¿Cómo era la sociedad de entonces?
-Había habido grandes fortunas y los que morían sin hijos eran benefactores: el Hospital Mora lo construyó José Moreno de Mora que trajo un arquitecto de París muy relevante entonces. Hizo también una casita preciosa que era el Sanatorio Madre de Dios, a donde mandaban a reponerse a los niños endeblitos que estaban en la Casa Cuna. Yo me acuerdo que de pequeña íbamos allí a ver a los niños. Tenía un jardín muy bonito. En Puerta de Tierra lo que había era muchísimas huertas, muy poquitas casas. Y la verdura era buenísima, unas alcachofas, alcauciles, como nosotros le decimos, estupendos. Mi tía Elena tenía vacas en La Laguna. Todo aquello lleno de vacas.

-Y eran muy cosmopolitas, viajaban desde jóvenes ¿no?
-Cuando terminé el colegio, en el año 30, salía todos los veranos al extranjero, con la suerte de que conocí toda Europa antes de la II Guerra Mundial. Recuerdo Yugoslavia, las mujeres con los trajes típicos en el campo, los gansos en la carretera.

-¿Eran, además de turismo, viajes formativos?
-Mi tío era muy culto, me llevaba a los museos, a la ópera, a todos los festivales de Wagner, ¡que me aburrían! ¡Con 17 años oír Parsifal! Yo ya no sabía qué hacer con los pies. Pero terminó gustándome Wagner.

-¿Cómo era el ambiente de la ciudad?
-Las niñas no estudiábamos carreras, pero sí idiomas, inglés, francés, y piano, pintura, para lo que se tuviera disposición. Una hermana mía tocaba el violín, y otra el piano, otra dibujaba. Salíamos por la mañana, íbamos a misa, después al Tenis. No se podía ir a la calle con la cabeza descubierta. Por la tarde, sombrero. Volvíamos al Tenis otra vez por la tarde, a casa de las amigas, las Báez, Mary Poole, Mari Pepa Samalea, un montón de niñas.

-¿Dónde vivía?
-Vivíamos en la Alameda, en una casa muy bonita, una de las más antiguas de Cádiz. Éramos diez hermanos, una casa alegre. Comíamos todos juntos en el comedor, las comidas eran sagradas, tocaban un gong y todos teníamos que estar bien vestidos y peinados y comer derechos, sin poner los codos en la mesa lo mismo que ahora. No hablábamos más que cuando nos preguntaban.

-¿Cómo fue su educación?
-Nos educaron muy a la inglesa. Teníamos institutrices en casa, inglesas, aunque la de mis hermanas pequeñas fue alemana, y una española de Valladolid para que aprendiéramos a hablar correctamente castellano. Mi padre era muy aficionado a la música y compuso varias misas, que se cantaban el día de Santa Cecilia, en la iglesia de San Francisco. Cuando mi hermano Carlos hizo la primera comunión también se tocó la misa de papá. Por la tarde venían a casa algunos chicos y chicas y sacaban una botella de vino y se tomaba una copita pequeña, no lo que se bebe ahora. Jugábamos al billar. Estábamos muy vigilados. Mi madre siempre estaba con mi padre, pero teníamos una señora que nos acompañaba. Éramos tres o cuatro, cada una se sentaba en un rincón del salón con el novio, y en el centro la señora con un libro y si el novio se acercaba un poquito más, a la señora le daba un ataque de tos. Un día hubo un apagón y cuando se encendió la luz apareció la doña sentada en medio de los novios.

-¿Cómo vivió la guerra civil?
-La guerra no la pasé aquí, me cogió fuera y no volví hasta el año 38.Viajaba por toda Europa, pero echaba de menos Cádiz. Y Chiclana. Teníamos una casa muy bonita, grande, que había sido del marqués del Retortillo y entonces era de mi tío Luis Gómez Aramburu. Allí pasamos los días más felices, ¡cómo echaba de menos Chiclana! Cada uno de los primos tenía un departamento, los Martínez del Cerro, nosotros los Gómez, Ángel Picardo tenía su cuarto. Ángel Picardo Blázquez era anticuario. Por sus manos pasaron goyas, velázquez, cogió una época que era una maravilla y venían los anticuarios de Munich a comprarle.

-¿Por qué ha habido tantas antigüedades siempre en Cádiz?
-Los que se casaban en el XIX en vez de comprar los muebles en Valencia, o donde fuera, los traían de Londres, de puerta a puerta, del muelle de Londres al muelle de Cádiz. Era más fácil. Por eso hay tanto mueble inglés en Cádiz.

-¿Y de Cuba?
-La madera, las vigas de las casas, que venían de lastre en los barcos, y el mármol de Génova, también. Por los pueblos había maravillas. Cuando se casaba alguna de las muchachas que trabajaban en las casas de las familias gaditanas les regalaban el cuarto. Cuando ellas se hartaban de los muebles los vendían. Había piezas estupendas, chippendale, de los mejores estilos, porque el mueble inglés se adapta muy bien al estilo andaluz.

-Su abuelo, José Esteban Gómez, estaba casado con Luisa, hermana de Micaela Aramburu.
-Recuerdo que nos llevaron a ver a la tía Micaela. Era muy viejecita, muy cuidada, con el pelo blanco, ondulado, vestida de negro, muy sobrio pero muy elegante. Estaban en plena tertulia y ella en un rinconcito, creo que en una silla de ruedas. Se había quedado ciega y nos tocaba la cara cuando le decían quiénes éramos. Fue una de las grandes benefactoras de la ciudad, junto con su marido, José Moreno de Mora. No sólo hizo el hospital de Mora, sino también otros pequeños hospitales por muchos pueblos de la provincia. Todos ellos tienen una calle o una plaza Moreno de Mora, en agradecimiento.

-¿Qué le ha parecido el legado de Carmen Martínez de Pinillos al Museo? 
-A mí me parece que se ha portado como una gaditana estupenda. Todos los gaditanos que tenían grandes fortunas y no tenían hijos hicieron grandes cosas por la ciudad, como Ana de Viya o Elias Ahuja.

-Y hace poco también, Micaela Aramburu.
-Mi prima Micaela era una amiga maravillosa, la echo mucho de menos, hablábamos a diario. El cuadro de Zuloaga que donó al Museo es precioso.

-¿Cómo era Carmen Martínez de Pinillos?
-Carmen Martínez de Pinillos era simpática, inteligente, tenía gracia. Escribía muy bien. La donación de su casa al Museo significa que su legado va a ser para Cádiz.

-Cuénteme de José Villar, su marido, un médico que tuvo una larga dedicación y a quien aún mucha gente recuerda bien.
-Era un hombre cultísimo, tenía una biblioteca inmensa, que repartí a su muerte. Los libros de medicina los tiene mi nieto Jaime, que va a ser un médico tan bueno y tan humano como su abuelo, y los demás se los dividieron dos de mis hijas. Cuando llegó la mudanza a Madrid les preguntaban si iban a poner una tienda de libros. Pepe tenía relaciones con todos los grandes médicos de su época, con Severo Ochoa, Grande Covián. Era muy amigo de Laín Entralgo, que venía a Cádiz todos los veranos; de Américo Castro, a quien acompañó ya muy mayor, de visita a Véjer. Conocía a Marañón, a Jiménez Díaz.

-¿Quiénes fueron sus maestros?
-Él fue adjunto de Rodrigo Lavín. Estuvo 20 años encargado de la cátedra de fisiología, y unos años en piel. Siempre en Cádiz, aunque sus amigos se lo querían llevar para Madrid. Obtuvo muchas condecoraciones, algunas extranjeras, brasileña, argentina, venezolana, y poseía la más alta que da la Marina de Estados Unidos a los civiles. El día que se la dieron fue el infante de Sanlúcar, el gobernador, alcaldes, había formado la Infantería de Marina… Le dije: «Pepe, me siento como el día de mi boda». Y él me respondió: «y yo me siento como Glenn», porque fue el día que Glenn volvió de la Luna.

-¿Qué queda de todo aquello?
-Cádiz ha cambiado mucho, no quiero ofender a nadie. Entonces la gente era finísima, la gente del pueblo. Las mujeres parecían señoras, cómo hablaban, cómo vestían, cómo se comportaban. Era un refinamiento que no había ni en Madrid. En su mayor parte eran comerciantes, no había apenas nobleza.

-¿Es cierto que era un espíritu más liberal que en otras ciudades de su entorno?
-Uno de mis tíos, hermano de mi padre, era jefe del Partido Liberal y otro del Conservador. La mitad del siglo XIX Cádiz fue gobernada por los Gómez Aramburu. Cuando no era uno era otro. Una vez hasta se dieron un bastonazo por la calle. Aunque se querían mucho.

-¿Y el ambiente cultural?
-Había cine de verano, también teatro de verano, en la plaza de España, cuando no estaba terminado el monumento, donde representaban obras de Muñoz Seca, los Quintero. Nos reíamos muchísimo. Quedaba aún alguna tertulia, en casa de mi tío Luis, donde se hablaba de todo, pero no de una manera profunda.

-¿Y la postguerra?
-Cuando volví en el 38, llamé a doña Consuelo, que era la señora que nos acompañaba, para ir a misa y salieron mis hermanas diciéndome: "¡ahora salimos solas, ahora salimos solas! Y sin sombreros".

-¿Cómo cambió la ciudad?
-Durante la guerra vino a Cádiz gente de toda España. Por ejemplo, se llenó de nobleza catalana. El comercio era muy bueno. Preguntabas cuánto es y decían: «aquí no hay prisa»... ya mandarían la cuenta.

-¿Cuáles eran los mejores?
-Había uno en la calle Ancha que se llamaba Tobías, quizás fuera de origen judío. Era un señor muy fino, muy bien vestido, con unos lentecitos, que te salía a despedir a la puerta, y cuando llegabas te ponía una silla y enseñaba todas las piezas de tela para que escogieras. También estaba Domínguez, en la plaza del Palillero. Allí estaba la única mujer dependienta de todas las tiendas de Cádiz. Se llamaba de apellido Gomila, era listísima.

-¿Que recuerda de la posguerra?
-Muchísima hambre. Es que no había comida. A nosotros delante de una revista americana viendo un jamón se nos caían dos lágrimas. No había café, no había pan, ni arroz. Cuando pidieron a mi hermana Isabel, que se casó con el duque de Peñaranda, vino doña Sol, la hermana del duque de Alba, y mi madre mandó con 300 pesetas de aquella época a que buscaran café, y no lo encontraron. Volvieron con las 300 pesetas. Consiguió pan blanco de una estraperlista, de las que iban con unos grandes bolsillos donde escondían las cosas, y dijo doña Sol: «¡Pan blanco!»

-¿Recuerda que llegaran refugiados?
-Vinieron muchos jóvenes judíos. ¡Cómo los atendimos! Nos señalamos mucho durante la guerra, porque todo Cádiz era germanófilo y mi padre y Pepe eran anglófilos. Vino el gobernador de Gibraltar a Cádiz, le dieron una cena en el Hotel Atlántico y no fue nadie más que las autoridades, que tenían que ir, Micaela Aramburu, mi padre, Pepe y yo. Cuando cayó un avión en Chiclana, en la huerta de las Bolas, que era de los Lacave, fuimos a socorrerlo, estaban allí los pilotos quemando unos mapas, y los llevamos al Retortillo, donde los recogió el cónsul inglés.

-¿Cómo eran los refugiados?
-Eran banqueros y gente muy bien que quisieron sacar a sus hijos de Alemania, y algunos de Italia. Iban camino de América y partieron en unos barcos que se llamaban Avemar y Montemar, en unas condiciones malísimas, y les cobraron un dineral. Recuerdo uno, muy joven y guapo que se llamaba Nicky Voguel, de la familia editora de la revista Vogue. Se enamoró de mi hermana Aurora. Quería ser artista de cine. Tenían su propia orquesta, tocaron aquí por primera vez el booguie-booguie.

-¿Recuerda que vinieran nazis?
-Cuando una vez vinieron las Juventudes Hitlerianas a Capitanía, nos invitó la mujer del almirante, que era cuñada de la mujer de mi tío Juanelo, y mi padre no quiso que fuéramos…, pero no hablemos de política.

-¿Y el Carnaval?
-Nos sentábamos en la calle Ancha y veíamos pasar el Carnaval, y las chirigotas, que decían muchas verdulerías, pero ninguna palabra malsonante.

Tres del Ies

REMINISCENCIA

El alumno que en el exámen óral o a una pregunta de clase te contesta: "No me acuerdo" cuando, en realidad, no ha estudiado, no te está mintiendo, no. Es platónico.
***
PALABRA DE DIOS


Los inspectores de educación reúnen a unos cuantos profesores para explicarnos el nuevo sistema de evaluaciones. Desde el principio, me llama la atención el temor reverencial que muestran hacia los decretos y órdenes. El catolicismo —me distraigo, como un mal alumno— presenta una firme resistencia al positivismo jurídico. Por su propia legislación positiva y, sobre todo, por su defensa cerrada del derecho natural. La reforma protestante al crear iglesias nacionales, cuyas cabezas ostentan también el poder civil, sentó las bases de un férreo formalismo forense, que los totalitarismos laicos explotarían y explotan al máximo… “¡Me he ido demasiado lejos!”, me recrimino a mí mismo. Vuelvo a atender, con renovada aplicación. Y justo entonces el señor inspector está clamando: “… porque el Boletín Oficial es palabra de Dios”. 

***
DONDE DIJE DIGO

La profesora de literatura me pidió que diese una charla sobre Baudelaire a los de segundo de bachillerato. Allí me encontré a mis conocidas de los pelos de colores. Y la normal que dije, ¡qué lista! Hizo unas preguntas finísimas, tuvo unas intervenciones sorprendentes, unos silencios atentísimos, unas sonrisas de complicidad impagables y hasta me llevaba la contraria cuando era necesario con tanto afán de verdad que ni me escocía el amor propio. La inteligencia es, entre otras cosas, un elemento esencial del atractivo. No veo ya diferencias entre ellas.

sábado, 5 de marzo de 2011

Recibimiento


La camisa de rayas la compré ayer en Madrid, y también tiene su historia. 

Efectos colaterales

La prohibición de fumar habrá quitado muchos humos, pero levanta densas polvaredas. Ya se han vertido ríos de tinta sobre las consecuencias económicas en el sector servicios. También se bromea sobre el smirting (mixto de smoking y de flirting), que es la nueva modalidad de ligar, en la puerta de los locales, aprovechando el relativo silencio, la separación de los cerrados grupos de amigos, la luz de la luna o de la farola, que hace las veces, y sobre todo la excitante complicidad en lo prohibido. Pero todavía no he leído a nadie comentar que los mendigos colilleros encuentran ahora cigarros casi intactos, pues la gente que no practica el smirting sale, calma el ansia en dos caladas y vuelve a entrar rápidamente. No lo he leído, pero lo he visto con mis propios ojos en Madrid, y me alegro del regocijo humilde de los mendigos.

jueves, 3 de marzo de 2011

Un poema de Cecília Meireles para Leonor Gómez, abuela de Leonor, que murió esta madrugada

VIGILIA



El compañero ha muerto, y cómo

todos nosotros morimos

un poco.



El valor de nuestras lágrimas

por el que perdió la vida

es nada.



Amarlo, en esta tristeza,

es suspiro en una selva

inmensa.



Sólo la fidelidad

al compañero perdido.

¿Y qué más?



Dejarnos morir un poco

por aquel que estamos viendo

todo muerto.

Plinio revisitado (y 2)

Esta entrada es una autocorrección. Hablé de reciclaje, porque me pudo la dichosa ansia de ser ingenioso. En realidad, es todo mucho más elemental, inmediato, sensitivo y delicioso, bastante menos medio ambiental:
No hay libro malo
que no tenga algo bueno:
el placer de cerrarlo.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Dos caras

¿La llamada ampliación de los derechos sociales y los recortes de las libertades individuales son dos caras de la misma moneda o es simple casualidad que ZP esté dedicado a ambos? Esa es la cuestión de calado. Y no contesto a ella --se me ha escapado-- en el artículo.

martes, 1 de marzo de 2011

Uriarte y el arte de los juegos de palabras

"Siempre me ha parecido que los juegos de palabras hacen parecer más listos a los tontos y más tontos a los listos", apunta Uriarte en la pág. 24 de su delicioso Diarios. La observación es exacta, aunque a uno le deja la duda de si le conviene usarlos o no. Por si acaso, de vez en cuando…