viernes, 31 de julio de 2020

Corregirse


«La autocrítica bien entendida empieza por uno mismo» no da para aforismo, aunque me haga gracia, pero sí me vale como

Estoy corrigiendo los aforismos (precisamente) que he ido anotando en mi cartera en estos años y he de aplicarme, al menos, la misma crítica puntillosa con que leo los aforismos del prójimo. «Esto, ¿si fuera de otro me parecería bien?», es una pregunta tonta que me sirve: diezma mis cosas.

Idealmente, escribo cuando estoy de buen humor y corrijo cuando estoy de mal humor. Es mi combinación, aunque ayer di (serendipia) con un método mejor. Descubrí qué inspiró la espada láser de los caballeros jedi: la rendija de luz de la puerta del dormitorio a la mañana siguiente de una cena animadísima. Una ligera resaca es una arma excelente para la exigencia más tajante. Aniquila la más mínima complacencia, sin agriar tu visión del mundo. El malestar sólo va por fuera y es leve, pero eficaz.

Por suerte para mi salud moral, yo, para tener reseca, no necesito haber perdido los estribos la noche anterior.




miércoles, 29 de julio de 2020

Emocionante


Bien pensado, enternece que mi mujer no se resigne de una vez a que yo envejezca, engorde o descuide mi aliño indumentario. Ella todavía me ve posibilidades ir hecho un figurín y un pollo pera. A mí. Para que luego duden ustedes de la existencia de la gracia sacramental del matrimonio.


Desgracia


Me alegra oír cosas emocionantes de otros niños porque a veces me temo que me esté dejando cegar por el instinto paternal. Me cuenta un amigo que estaba en casa oyendo cómo su hija mayor (15 años) daba clases a su hijo menor (8 años). Éste, por lo visto, se estaba haciendo un lío con las entidades administrativas, que es algo que suele pasar. ¿Madrid es España? ¿Valencia no es Madrid? Etc. Entonces pasaron de lo administrativo a lo político. «¿Y Cataluña?» «Cataluña es España, aunque algunos catalanes no quisieran». «Ah», amoscado. Y entonces le dice la niña a su hermanito: «Pero mientras papá viva, Cataluña seguirá siendo de España, no te preocupes».

No sé si mis hijos lo tendrían tan claro conmigo.

Cuando he llegado a casa, Carmen ha querido acompañarme a la compra. Yo me he hecho ilusiones con que, charlando, charlando (la inspiración la tiene que pillar charlando), igualase el órdago a grandes de mi amigo. En el peor de los casos, llevarla en la vespa, me encanta.

De pronto ha empezado a sonar un ruido muy raro. «Para, para, ¡para!», ha gritado. He derrapado del frenazo. El ventilador del motor había cogido el vuelo de sus súper pantalones de campana con flores hippies y los había chupado con fuerza.

«Uf», suspiré con alivio, «podía haber pasado una desgracia...», mientras desenredaba unos pantalones ahora grasientos y raídos.

Me ha contestado indignada: «Una desgracia ha pasado», y señalaba los bajos de los pantalones.

Mi risa le ha terminado de provocar una indignación muy fashion. No es la épica de la hija de mi amigo, desde luego; pero menos da una piedra.

lunes, 27 de julio de 2020

Zasca


Carmen me pregunta qué pájaro puede ser uno que ha visto, y me describe perfectamente un verderón. Se alegra mucho de que tenga nombre y celebra lo bien puesto que está. Yo le repito una vieja ambición mía: «Quiero que seáis los niños que más sepan de pájaros, de plantas y de perros». Me sonríe y me contesta: «Yo quiero ser la niña que quiera más a Jesús».

Me ha dado otro zasca místico, vaya.

domingo, 26 de julio de 2020

All shall be well, and all shall be well, and all manner of thing shall be well


Estoy repasando las entradas antiguas del blogg. Leo el Barbero del rey de Suecia que le apliqué a un libro de Bobin. Digo que no me gustó mucho, y recuerdo que no me gustó mucho, pero qué esplendidos fragmentos recorté. Son tan buenos como los del libro de Antonio Moreno que recorto un poco después y que me gustó mucho más.

Jamás seré un buen crítico por esto. Por mi querencia a quedarme sólo con lo bueno, que hace que, en apenas tres años, se me confunda el juicio y no me quede más que agradecimiento.


sábado, 25 de julio de 2020

Lección estética, además de moral



«Vemos todo a través de nosotros mismos. Somos un medio siempre interpuesto entre las cosas y nosotros», anotó Joseph Joubert. Y qué manera tan luminosa y transparente de decirnos, sin decirnos, que hemos de ser un cristal muy limpio y, si acaso, una lente de aumento de lo bueno y hermoso.

El escritor, para poder callarse, tiene que ser muy limpio y transparente.

jueves, 23 de julio de 2020

Paradoja

 

La incompatibilidad de aquel matrimonio era tan evidente que su divorcio me ha sorprendido muchísimo. Ya de novios tenían que haber sido por fuerza muy conscientes de su situación; en la boda, la llevaban al altar más larga y pesada que la cola de la novia; y, además, siempre imaginé que estaba el orgullo (muy bien sentido) de burlar todos nuestros prejuicios. Por eso, mi sorpresa.

Pero debo de ser el único, porque cada vez que pongo cara de pasmo, todo el mundo me mira con lástima por mi ingenuidad irremediable.


miércoles, 22 de julio de 2020

Aniversario


Hoy coronamos los veinte años de casados y hemos de vencer una tentación constante e insidiosa. La de pasarnos el día entero pasmándonos de lo rápido que ha pasado el tiempo. Doy fe de que la tentación es poderosa, pero cualquier día es bueno para entonar el tempus fugit. Hoy toca una celebración pura, como de amor platónico y eterno, y, si tiene que estar transida de temporalidad porque, al fin y al cabo, es un aniversario, que sea para mirar el rostro y de frente del futuro.



 

Menos es más


En la homilía del funeral de la madre de un amigo, el sacerdote contó que, al final, estaba tan malita, con tan pocas fuerzas, que, cuando rezaba el rosario, sólo contestaba: «Santa María». Es mejor ejemplo que he oído nunca del tan mentado «menos es más», como estaría de más explicar.

martes, 21 de julio de 2020

Por el codo abajo la tinta goteando.


Cuando me tengo que releer para antologarme, es una carnicería. Entro con el hacha en el fragor de los textos y voy descuartizando páginas hasta terminar como Minaya Álvar Fáñez: «Tanto su espada tajó, que sangriento lleva el brazo, y de la muñeca al codo la sangre va chorreando». Claro que en mi caso es tinta, pero tan autobiográfica que bien podríamos llamarla sangre sin faltar a la verdad.

(Lo que más me duele, es pensar en todo lo que me habéis leído que no merecía la pena. Los clásicos siempre tienen razón y ¡cuánta llevaba Horacio cuando decía que los textos tienen que esperar nueve años en el cajón hasta que se den a la luz! Como yo no espero ni nueve minutos, pasa lo que pasa y tengo que dar nueve tajos de cada diez, lo menos. Lo que más me ilusiona de antologar mis artículos o las entradas de mi blog volvéis a ser vosotros: que veáis que no leíais sólo por misericordia, sino también con una pequeña esperanza fundada. Razón para blandir con más fiereza aún la espada.)






sábado, 18 de julio de 2020

Media docena de sonetos


Cuenta José María Pemán que en el colegio San Felipe Neri, un profesor muy optimista les puso de tarea a los alumnos adolescentes que trajesen un soneto escrito por cada uno para el día siguiente. Él escribió los seis (eran sólo seis alumnos en esa clase) y los repartió entre los compañeros, reservándose el mejor. El profesor recogió los cuadernos y leyó los sonetos. Dijo: "Pemán, el suyo es el peor. Se ve que usted no va para poeta". El joven José María contestó por lo bajo para no traicionar las leyes sagradas del compañerismo: "Se ve que para lo que no voy es para crítico".

La anécdota la he escuchado y la he contado un montón de veces. Pero, en realidad, hay muchas posibilidades abiertas, menos la literal. No se puede ser un buen poeta, si no se es también un crítico como mínimo implícito y de lo propio. Si tuviésemos los sonetos, podríamos juzgar  con más fundamento; pero que en esta anécdota hay gato encerrado no me lo quita nadie de la cabeza. Pudo haber ocurrido una de estas cosas:

A) Que el joven José María se quedase, en efecto, con el mejor soneto y, por tanto, con el menos obvio y consabido, con el más personal, con el menos ejercicio de retórica. El profesor ejerció honradamente de profesor y le gustó mucho menos el mejor.

B) Que el profesor descubriese el pastel y, haciéndose el tonto, embromase al autor.

C) Que el profesor fuese consciente de las condiciones y aptitudes de Pemán y, al ver que su soneto era tan del mismo nivel que los poemas de los más brutos de la clase, le exigiese que destacara más.

D) Que el profesor lo descubriese todo, incluso el mínimo egoísmo de quedarse Pemán con el mejor, y no le estuviese dando una lección literaria, sino levemente moral.

E) Que el profesor fuese un crítico finísimo y que viese en tanta facilidad soneteril del joven alumno un escollo para que se convirtiese en un poeta auténtico, esto es, agónico. Entre dientes, mientras Pemán susurraba su protesta de crítico, quizá el profesor masculló: "Pero qué gran columnista será usted, Sr. Pemán".

¿Tenéis alguna preferencia u otra solución? 


jueves, 16 de julio de 2020

Pancratium maritimum


Hace cinco años, una tarde de enero, recogíamos semillas (aquí Quique) de Pacratium maritimum. Se dieron. 

Hoy han vuelto a florecer. 

Imagen

He recordado, sacudido por la alegría y por la nostalgia, toda la historia, desde el cariño que le tengo a esa flor hasta el día que lo recogimos y con quién hasta la sorpresa de que agarrasen y la ceremonia de esperarlas cada año.

Nos advirtieron que el "pancratium maritimum" no se daría en nuestro jardín porque, con el riego, el entorno es demasiado húmedo. Pero no contaban (como casi nunca cuentan) con las benéficas paradojas. Acostumbrado a hundir sus raíces en los arenales para alcanzar un poco de humedad, su instinto le servía ahora para todo lo contrario: para huir de la humedad. Salvado por la tradición en un entorno hostil a esa misma tradición. Da que pensar.

Pero para que no todo sea tan moralizante, una observación frívola. Qué curioso que los lirios de mar florezcan en verano, como esperando a los turistas para lucirse ante un público más numeroso. En mayo no causarían tanta impresión.



martes, 14 de julio de 2020

Anestesia


Pocos días antes del confinamiento, me hicieron una endoscopia en la que detectaron dos pólipos en la garganta, pero la sedación no fue suficiente para que me dejase extirpar lo que en principio pensaba que era mío. 

El médico me dijo que tendría que volverme a intervenir pero en quirófano y con anestesia general. Tras sucesivos retrasos, que me han alegrado mucho, ayer llegó el día.

Me desperté temprano y me puso a escribir y a leer como si nada, supongo que pidiéndole a la rutina que me acogiese en sus amorosos brazos.

Pero cuando en el baño del hospital tuve que cambiar mis ropas por la batita azul semiabierta, me sorprendí recitándome: «Debes hacer un rito del vestirte,/ la sobreveste puede ser mortaja». El truco de la rutina no había funcionado. 

En la cama de la sala de anestesia hice un esfuerzo por redoblar la atención:

Atento a todo
antes de la anestesia.
Por compensar.

Entraban y salían pacientes. Una señora de 97 años con un estupendo humor. Todas las enfermeras le decían que firmarían por llegar así. «¡Yo también, yo también!» quería gritar desde mi rincón.

No llegaba mi prueba del Covid y había, además, un problema con mis papeles del seguro. O sea, que aquello se estaba eternizando. Menos mal que me había llevado un libro: La desaparición de los rituales de Byung-Chul Han. Dio la casualidad que me tocó un capítulo «Juego a vida o muerte», muy oportuno. Defensor de poner la vida en el tablero y tal, y hasta un poco del suicidio en plenitud, no por depresión, sino por exaltación. En esos momentos, me convenció.

Soy un suicida del mismo modo que un polígamo. Amo a todas las mujeres que hay en Leonor según los días y los ánimos; y vivo todas las muertes que sufre un hipocondríaco y dejo voluntariamente la vida (como en una ruleta rusa) en el tambor de la pistola de la providencia. Un suicida sucesivo.

Y entonces la anestesia hizo su efecto y me quedé dormido.

Por lo que me han contado, todo fue bien.


lunes, 13 de julio de 2020

Finura


Todos hemos alabado y con razón la finura psicológica (que se adelanta a Freud) de esa Lady Macbeth lavándose compulsivamente las manos de una sangre que sólo ella ve. More she needs the divine than the physician, y todo eso. No sé y no he visto nunca que se haga lo propio con Cervantes, que tiene también un hallazgo maravilloso, aunque más alegre.

La famosa infanta Micomicona, que es Dorotea con toda su historia por detrás, ha montado la tramoya de su reino y el gigante que el brazo de don Quijote tiene que desbaratar para sacar engañado al pobre hidalgo de la Peña Pobre. Hasta ahí bien. Pero, cuando en la venta coinciden todos y se desatan los nudos, Sancho ve «que se le desaparecían e iban en humo las esperanzas de su dictado y que la linda princesa Micomicona se había vuelto en Dorotea, y el gigante en don Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueño suelto, bien descuidado de todo lo sucedido».

¿Dónde se había dicho nunca antes que el gigante representaba a Fernando? Pero ¿cómo no?, si el gigante había arrebatado y desamparado a la Micomicona; y los paralelismos son evidentes. Las sugerencias de la metamorfosis son deslumbrantes. De paso, humaniza a Dorotea y llena de una verdad al sesgo la fantasía que ella se montó, diciéndonos, sin decirlo, que todas las historias, incluso las más abracadabrantes, llevan en el fondo una verdad herida, si son auténticas.

miércoles, 8 de julio de 2020

Repetición


La repetición como recurso poético cuya virtualidad se ve mucho mejor en la prosa diaria. 

Una repetición que encanta a los niños es que, cuando nos sentamos a almorzar, digo cada día: «¡Qué suerte: mi comida preferida!», sea lo que sea. No miento demasiado, porque, aunque no sea muy lógico, es lo que siento. A los niños (¡y a Leonor!) les hace tanta gracia que ay de mí como un día se me olvide.

Otra figura retórica de repetición en la que insisto: cada vez que entro en casa, me paro, contemplo la perspectiva del jardín, y digo: «Yo, con el confinamiento, me he enamorado de esta casa». Y Enrique se ha sumado al teatrillo y dice: «Vaya, no lo sabíamos»; y a todos nos hace gracia.

No todo es buen rollo. También mi hipocondría es muy repetitiva y han celebrado hasta con palmas cada vez que he dicho que me temía que ya había cogido el coronavirus y me ponía el termómetro. Me cruzaba en un pasillo con Carmen y me preguntaba: «¿Te has puesto el termómetro?» También insisto en mi vejez o en la posibilidad de una muerte repentina para la que quiero que estén preparados. Se mondan.

No sólo es la diversión: la comida es mejor, la casa más bonita, la rutina más lírica, los temores menos terribles.

La repetición retoca la realidad. Y previene con gran eficacia que nos quedemos sin conversación.



martes, 7 de julio de 2020

Curva de la felicidad


1- Creía yo que la expresión tenía un significado dietético-estético-y-por-lo-tanto-irónico o quizá histórico, de cuando había hambre; pero últimamente le veo la pura literalidad. Llevo a mis hijos en vespa y ponen sus manitas con un delicado ángulo sobre mi feliz curva (hipálage de libro). Y cuando tomo una curvita, presionan en mullido suavemente.

2- Hace poco leí no recuerdo a quién que uno no deja nunca de ser niño o joven sino que lleva dentro de sí al niño y al joven que fue y que, a veces, al anciano le asoma el pequeño que había llevado dentro a lo largo de toda la vida. Ayer, haciendo windsurf (me he apuntado con Quique a un curso) veía al adolescente surfero que fue. Naturalmente la tabla soportaba mucho más peso y más torpeza, pero no me importaba porque iba exactamente cuando sacaba a pasear a una chica agarrada a la popa de la tabla. La sensación era exactamente la misma: la vela que no entiende tanto peso, la tabla más hundida de lo normal y el rumbo torpe. O sea, que no sólo llevo dentro al adolescente que fui: toda mi adolescencia va por dentro.

3- El niño es más fácil de ver. Meriendo pan con chocolate y aquí está, como si hubiese sido ayer.


domingo, 5 de julio de 2020

Vaya


Nos enfurruñamos Leonor y yo por una cuestión doméstica de muy pequeña monta (al menos para mí, que soy el desordenado). Pero yo decido no bajar a la playa, como a ella le gusta que yo haga, y quedarme leyendo a la sombra, como me gusta a mí. Quizá sea el primer rato de soledad verdadera desde que empezó la pandemia. Hago un acto de voluntad para que esta circunstancia no me cree cargos de conciencia. Si la peleíta me ha servido para sortear la playa del domingo, con viento de levante y aparcamiento complicado, no voy a estropearlo ahora haciendo mala sangre. Siéntate me digo y disfruta. No puedo guardar ningún rencor. Todo lo contrario: agradecimiento. De novios las peleas tienen que ser dramáticas, pero ¿por qué no pueden tan ser alegres los desencuentros conyugales como los reencuentros? En casa se aprovecha todo.


[Me consta que alguien se quedó preocupado con esta entrada. Era una cuestión de ordinaria ordenación.]



jueves, 2 de julio de 2020

Garabato redentor


Ayer presumía del ánimo de Quique por tierra, mar y aire. Hoy vengo a todo lo contrario. Esto es, a seguir presumiendo, vaya, pero de su desánimo. No puede uno reírse siempre. Bien está caerse del caballo y no levantarse en la tabla, morder el polvo y sorber el agua sin derramar una lágrima, pero hoy, me ha contado su hermana, se puso lloroso. En una bolsa de la federación de vela habían escrito su nombre así: «Kike»; y él se quedó petrificado ante el horror con los ojos fijos, bajos, incrédulos y acuosos.  «Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé»...

El monitor no podía explicarse qué había pasado hasta que se lo ha explicado entre humillados hipidos. «Hombre, eso lo arreglo yo en un momento, no te angusties», ha dicho y ha hecho dos «Q» que eran dos garabatos con un rotulador muy gordo, según Carmen, más caligráfica; pero que han satisfecho el pundonor de Quique. Como ayer, aunque por todo lo contrario, lo he felicitado igual.

[A ver si mañana puedo no presumir de niños, hoy me ha resultado imposible.]



Viento fresco


Me siento al sol

y al viento, espectador
y campo de batalla.



miércoles, 1 de julio de 2020

Tomo apuntes


Quique está montando un caballo que respinga y le tira dos o tres veces al día. Eso, por las mañanas. Por las tardes, va a clases de windsurf y no para de caerse (siendo optimistas, porque lo que no consigue es levantarse). Hoy me ha dicho que la hípica es excelente para cuando se tiene hambre y la vela para cuando se tiene sed. Ante mi desconcierto, me ha explicado: «Con el caballo me harto de comer tierra; con la tabla, de beber agua de mar». Y me ha guiñado.

Esa es la actitud. De mí no la ha aprendido, pero yo  le estoy tomando apuntes.