lunes, 6 de marzo de 2017

Primeras impresiones



Tenía puestas grandes esperanzas en aprovechar la mañana de cuaresma que el carnaval de Puerto Real me regala, pero pierdo el tiempo.

Por suerte, leo un escolio de Gómez Dávila que me consuela lo indecible en lo profesional, en lo literario, en personal: "La resignación al error es el principio de la sabiduría". Entre eso y que Almuzara avisa que "todo lo que no sea ganar la eternidad es perder el tiempo", decido irme a misa al Puerto.

En la calle, el coche de enfrente viene por mi carril, tan campante. Me echo a la acera y le hago luces. En el penúltimo momento, se da cuenta y se va a su lado. Nada de eso me irrita, pero sí que el conductor pase sin levantar la mano en un gesto leve de disculpa. Gasto más tolerancia a las infracciones del código de circulación que a las del código de civilización.

Como cuando estaba grave de la garganta y era feliz, voy al bar a leer mientras espero que suene la campana de las Concepcionistas. Para no interferir con el ayuno eucarístico, pido una botellita de agua mineral. Justo mientras me la estoy sirviendo en mi vasito, llega un paisano y pide una copa de fino. Me echa una mirada de reojo, a mí y a mi vasito de agua, que es un taladro. El capitán Haddock no hubiese gastado más desdén. Y yo, como un niño mimado, corro a acogerme a sagrado. Ojalá me diesen la Comunión en las dos especies. Iba a enterarse éste de lo que me gusta el Vino.

Tengo que serenarme, me digo. Y lo hago con una carcajada. Jane Austen se empeñó en firmar sus libros con "By a Lady", que es una firma más que interesante, por cierto. Obsesivamente, guardaba el secreto de su autoría. Tanto que yendo de librerías con la más  letraherida de sus sobrinas, Anne, vieron un flamante Orgullo y prejuicio en el estante de novedades. Anne lo cogió y dijo: "Debe de ser una tontería, ¡con un título como éste!", y lo soltó en su sitio. La tía miró con un brillo en los ojos, divertida, y no dijo nada. Qué lección, aunque si hubiese sido andaluza podría haberle dicho: "No te fíes de las primeras impresiones".

En el bar entran y salen disminuidos psíquicos de una casa o residencia que hay cerca. Éste, viejo y encorvado, trata de hacerle una gracia a la perrita del dueño del bar, que no está muy convencida. "No me quiere", se queja el visitante. Y el dueño del bar le propone: "Dale un bocadillo de jamón, ya verás cómo te quiere". Se ríe, desdentado, pero deja para otra ocasión lo de ganarse el cariño de la perrita.

A otro, que entra para preguntar, le dice el dueño: "Por ser tú, te voy a regalar la hora", y se la dice. Y yo me quedo con eso: la hora que se me regala a cada instante.

Estoy apoyándome en Jane Austen para encontrar mi equilibrio con el mundo. Su sobrina Anna iba mucho a charlar con sus tías ("Ser tía es una de las cosas más serias que puede serse en el mundo", había escrito Jane). Ambas se ponían a caricaturizar las novelas del momento. Empezaba Anna, y Jane le seguía el humor, mientras cosía para los pobres. Es una estampa maravillosa: el perfecto equilibrio entre lo cáustico y la caridad. Cassandra, la hermana mayor de Jane, les decía que eran unas tontas y que parasen ya, que iba a morirse de risa.

Sigo leyendo de Jane Austen, aunque la charla que me estoy preparando la di hace un mes. Me pasa siempre: me queda casi todo el trabajo para después de que termino un trabajo. Y el retraso se va sumando a los nuevos trabajos. De pronto caigo en que la vida no es tanto el tiempo de ganarse la eternidad, sino el de hacerla necesaria. Debo de llevar ya unos ciento cincuenta años a cuenta, si no más.

Justo entonces me interrumpen, qué casualidad, las reflexiones de un parroquiano. Pensando que ya iba siendo mayor para subir la bombona de butano, aunque todavía puede, instaló en su casa gas ciudad y le han engañado y le cobran una barbaridad. "Y todavía puedo", recalca, "subir la bombona. ¡Qué tonto he sido! ¡Qué coño sé yo lo que me va a pasar mañana...!" Me falta valor para ofrecerle la cita de Gómez Dávila, pero la bombona de butano se ha convertido en un recordatorio de que no me tengo que agobiar tanto con el futuro ni asfixiar haciendo planes. Un carpe diem butanero.

Una expresión bonita: comentan ahora en el bar que los pinos no quieren tierra buena, sino arena de playa. La llaman "arena volaera" para distinguirla de las otras tierras, y en el nombre soplan a rabiar los vientos de levante que despeinan, y cómo, nuestras playas.

En misa, me fijo en que soy el más joven de la iglesia. Pero en la cola de comulgar la anciana que va delante de mí ve una moneda de cinco céntimos y se agacha a recogerla con una agilidad pasmosa, alada. Es como si los ángeles de la guarda se estuviesen riendo de mi presunción juvenil.

Volviendo a casa, veo una veleta que tiene un velero en la parte de la banderola y, en vez, de flecha, una ballena, eternamente perseguida. ¡No sabe nada la ballena! Como siempre se dirige, apuntando, barlovento, el bergantín nunca podrá alcanzarla. La eternidad de la pesca de la ballena está asegurada, porque ni contra el viento ni en los días de calma chicha podrá el velero acercarse a la ballena. El capitán del buque de la veleta también tendrá puestas todas sus esperanzas en la eternidad.




1 comentario:

Josefina dijo...

¡Qué bien escrito! Me encantó.
Y de paso, como soy tía, me encantó también la frase de Jane A.