sábado, 19 de enero de 2019

Una vieja historia


Mi abuela materna era esencialmente hedónica. Una tía suya era la que rezaba el rosario alternando los misterios gozosos, un día, los gloriosos, otros, saltándose los dolorosos, salvo en Semana Santa, si acaso. Mi abuela era fiel a esa tradición y nos la transmitió. Por eso, le divertiría saber el final de una de las pocas anécdotas en las que la vi fastidiada.

Cada vez que venía al Puerto a vernos pagaba visita a una duquesa, prima hermana de una íntima amiga suya de Murcia. La prima recibía esa visita con cierto fastidio o sin grandes alharacas de amistad, y mi abuela se dolía de eso. En parte, afirmaba, por su amiga, que tantas alegrías le hacía de vuelta a Murcia o que le mandaba, a través de ella, bombones o regalos. Y así fueron pasando los años hasta que pasaron por encima de la duquesa, de mi abuela y de la prima y amiga respectivamente. 

El otro día, sin embargo, en una estirada reunión social en la que yo andaba torpemente me presentaron a un grupo de gentes exquisitas. Entonces uno dijo: «¡Oh, claro que conozco a Enrique: su abuela era muy, muy buena amiga de mi madre!». Eso, dicho por el duque, contribuyó a relajar el ambiente. Alguno podría haber interpretado mi emocionada sonrisa como una debilidad social, en plan snob, pero era un homenaje a mi abuela, que también debería de estar sonriendo.


3 comentarios:

Unknown dijo...

Qué emocionante. Ninguna vida acaba con la muerte.
Lo de los alternar misterios gozosos y gloriosos me chifla... ¿Era la abuela de Adaldrida la que rezaba: "Señor, como hoy siempre... Mejor, cuando quieras... Peor, ni se te ocurra"? Cito de memoria. Pero me encanta ese empeño en la alegría.

E. G-Máiquez dijo...

Oh, me encanta esa oración. No se lo había oído contar a Rocío. Mil gracias.

Adaldrida dijo...

Era, Ana, era. Dios mío qué ilusión me ha hecho este comentario