miércoles, 5 de agosto de 2020

Césped artificial



Lo bueno es que podré presumir muchísimo de un poema de Mal que bien, mi último libro. Hasta ahora lo admiraba en silencio. Era este haiku:

Pone la lluvia
también más verde el césped
artificial.

Yo no lo podía decir, pero tenía satori, esto es, el deslumbramiento ante la realidad, porque, sin dejar de ser superficial, todo adquiría en él una hondura mayor. Transmitía un sentimiento de piedad universal, una misericordia muy grande, cuando la lluvia (imagen de toda la vida de la gracia) venía incluso a redimir al césped artificial. Todo lo cual encajaba muy bien con el espíritu íntimo del poemario. En resumen, que yo estaba satisfecho (en silencio).

Ayer, gracias al repaso que está haciendo Ángel Ruiz de su blog, descubrí que el haiku no era mío, sino de él. Yo apenas lo retoqué para meterlo en cintura métrica. Aquí está todo. 

¿Quedé abochornado? Quedé abochornado. 

Es la segunda vez que me pasa, además.

Eso sí, se me pasó pronto gracias al procedimiento más mío de todos: el Felix culpa!

Para empezar, me permitiría presumir de lo lindo, quod erat demonstrandum. 

Después, me sirve para hacer una reflexión sobre mi manera de leer tan apropiativa. Cuando lees en serio un poema de otro, se hace tuyo. Tanto, que, cuando releía el haiku en los sucesivos repasos de libro, veía la concreta pista de futbito de césped artificial que se había puesto más verde con la lluvia. Pensaba que era la de Puerto Sherry. ¿Sería un engaño de la memoria o que, cuando leí el haiku de Ángel, reviví esa imagen con una impresión fortísima y (ay) para siempre?

Por último, lo más gozoso de todo. ¿No me había sentido yo tan hermanado al césped artificial, eh? Pues ea, el propio haiku era una prueba viviente de que brillaba más, más verde, a pesar de todo, gracias a la lluvia de la inspiración ajena. Es un haiku que se autorrealiza.




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