Lo mismo pasa con la descripción de alguien como que tiene un polvorón en lo alto. Por ejemplo, Moratinos; aunque del ministro sería todavía más exacto afirmar que lo tiene en la boca mientras farfulla afanosa, mofletudamente sobre la Afifanza de Cifilifafiones. Esto por limitarnos a los dulces más característicos, que la cosa se podría estirar a otras frases hechas, tales como andar con el pavo subido, dar la matraca o que nos den las uvas, todas de resonancias navideñas, pero poco festivas.
El habla popular ha andado aquí muy fina, porque efectivamente todo tiene un límite y lo cotidiano es mucho y feo. Si nos pusimos a comer turrones allá por septiembre, nada más volver de la playa, es lógico que lleguemos a la Nochebuena deseando que comience la Cuaresma, o, si quieren —por eso de la famosa Afifanza—, el Ramadán. Y quien habla de dulces lo hace de salados y de bebidas espumosas. Con las inexorables comidas de empresa uno alcanza la cena familiar al borde de su resistencia física y psíquica.
Qué lástima que, por haber comenzado dos meses antes con las luces y con los villancicos en los centros comerciales y con las degustaciones, vayamos ahora a pasar el día principal de las fiestas empachados y protestones, hartos en los dos sentidos de la palabra. En vez de admirar la mesa nos automedicamos almax y sal de frutas. En vez de aplaudir a la cocinera o al cocinero apuntamos el régimen de la lechuga. En vez de brindar comparamos pesos y tallas. En definitiva, en vez de felicitarnos por el derroche que supone que Dios se haya hecho Niño para redimirnos, estamos deseando que todo acabe pronto.
Aún estamos a tiempo, sin embargo. Yo me propongo —si me dejan— pasar estos días que quedan hasta la noche del 24 en relativa austeridad, acordándome del frío camino en burro de José y María hacia Belén. Por repetidas experiencias, sé que basta un día y medio de régimen para que el pavo trufado, los turrones, los pestiños, los polvorones e, incluso, el mismísimo conejo vuelvan a recuperar su originaria condición de suculentos manjares. Con cinco días de frugalidad, que son los que quedan, llegaremos a la Nochebuena con el espíritu y el estómago bien dispuestos para la gran celebración.
[Grupo Joly]
8 comentarios:
qué bueno y qué gran verdad. Firmado: aduladora número uno.
Yo al menos me propongo no cenar hasta el 24 (en que además cumplo años y tengo doble festejo).
Explica a los lectores/amigos extranjeros lo de "e, incluso, el mismísimo conejo" (párrafo 5º).
Sólo como comentario a sus dulces relaciones: ¿sabía usted de donde vienen los "Suspiros de España?
Los suspiros eran unos dulces tradicionales navideños que se hcían en Cartagena en una conocidísima confitería llamada "España" y de los cuales el maestro Álvarez era un forofo.
Ya lo estoy viendo, pegado a la cristalera de la confitería suspirando por sus "suspiros". Y luego mirando en Nochebuena la bandeja de turrones y dulces y la alegría que no le cabe en el pecho y más que un villancico, le sale un pasodoble.
Levanto la mano querido profesor Máiquez para pedir la palabra.Me adhiero al comentario de Rocío, con el permiso de ella, para pedir el calificativo de adulador, me puede otorgar el número de lista que desee. Qué mensaje tan profundo y claro, lástima que a veces se nos olvida al segundo bocado. Aunque en algunas ocasiones las comidas o cenas son la excusa perfecta para encontrarte con amigos que en el día a día es imposible encontrarse, ahí también tiene un buen pesebre el niño Dios para nacer.Apúnteme en su lista de clase señor profesor.Gracias.
Qué alivio leer la palabra "derroche" en el contexto en que la pones, en un plis-plas lo pone todo en su sitio.
Tu artículo glosa una idea de Santo Tomás de Aquino: que el ayuno es una necesidad natural. Para gustar todo, con fruición e intensidad, es necesaria la privación previa. Los ritmos Cuaresma-Pasión-Resurrección y Adviento-Navidad sacramentan la realidad misma, el Universo todo, que es cristoforme.
Vale si, pero, ¿qué me dices de un universo lleno de torrijas y polvorones?
Sigo soñando, es la fiebre.
Publicar un comentario