- Preparados, listos, ¡ya! (La muerte)
- —Te quiero. (La inapelable sentencia del Juez en el Juicio)
- Querer no quererlo. (Infierno)
- Querer quererlo. (Purgatorio)
- Quererlo, quererlo, quererlo… (Paraíso)
jueves, 30 de junio de 2011
Los novísimos (una sinopsis)
Por Cioran, por Shakespeare y por todos mis compañeros y por mí primero
Me acuerdo continuamente de una anécdota de Cioran, aunque la cuente poco. Estaba el corrosivo rumano en la cafetería del instituto en que trabajaba, leyendo, y se le sentó al lado el profesor de gimnasia a darle conversación. Cioran se revolvió y le preguntó de muy malos modos si era Shakespeare acaso. Ahora, mis compañeros de Instituto, por segundo año consecutivo, me hacen un regalo estupendo, tan generoso como acertado, esta vez por el nacimiento de mi hijo, y me avergüenzo de mi crónica misantropía libresca. Claro que no son Shakespeare --le explicaría hoy al amigo Cioran, si él me lo permitiese-- pero en muchas cosas para mí son mejores que Shakespeare. Sin ir más lejos, en su cercanía. Si el Omnipotente hubiese querido, nos habría puesto de vecino o de compañero de trabajo o de colega de Parnaso o de hermano de misas clandestinas al bardo para que nos tomásemos de cuando en cuando con él una copa de jerez, pero escogió para nosotros a otros y viceversa, no lo olvides nunca —le diría a Cioran y, sobre todo, a mí mismo. Y además Santo Tomás de Aquino, que es lo más cercano a la infabilidad que tenemos como pensador, escribió que siempre hay una razón (una como mínimo) por la que cualquiera es superior a cualquiera (lo que incluye a Shakespeare), y que por eso todos nos debemos reverencia a todos. Descubrir en los demás esa superioridad es una de las más apasionantes investigaciones (aunque a resulte a menudo demasiado fácil y evidente para nuestra vanidad, todo hay que decirlo) que se pueden emprender, y se emprende, encima, tomándose un café, en distendida charla.
miércoles, 29 de junio de 2011
De los álamos vengo, madre,/ de ver cómo los menea el aire
El mecánico, buen amigo de mi padre de la pesca, me avisó: “A esas gomas les falta viento”. Vaya, “viento”, y recordé de golpe a mi madre, que, aunque nació en Elche, era de Murcia, y que, como buena huertana, cuando soplaba el malhumorado levante o el undoso poniente o el sedeño sur o el titilante norte declaraba: “Hace aire”. Por más que nos metíamos con ella, y le explicábamos que en movimiento el aire cambia no sólo de sitio sino también de nombre, y aunque prometía decirlo bien a la próxima, ella seguía luego fiel a su aire, donde había echado por lo visto unas raíces muy hondas. Ahora comprobaba yo que también se puede poner uno, muy marinero, a llamar “viento” a todo. Y me alegré de mi doble regionalidad, que me permite decirle al aire, aire, aunque sea a presión, y viento al viento, aunque sólo sople por dentro, desde la memoria al corazón, aireándome el alma.
martes, 28 de junio de 2011
Luces, cámara, ¡acción!
Ya han acabado las evaluaciones y, por tanto, la de este blogg. Contagiado por el espíritu de hermanita de la Caridad que me ha embargado durante las primeras, he sido muy misericordioso con Rayos y truenos también. Pero como necesitaba un cambio --eso era evidente-- he decidido (véase el subtítulo) cambiarme las reglas del juego.
Mis antepasados, los paganos, echaban una piedra blanca o una piedra negra a una bolsa cada noche, según el día hubiese sido bueno o malo. Admira su capacidad de síntesis. Yo tendría que echar cada día a un saco una mina, un aluvión, una cantera de piedrecillas y pedruscos y pedradas multicolores. Algo dije ya.
Trataré de recoger aquí de cada día sólo su pepita de oro, o sea, su momento de hermosura, de emoción, de dulce melancolía o de humor, ese instante que lo justifique. Creo que hay un poema de JRJ que me vendría muy bien de cita inicial, que hablaba de no dejar escapar el día sin arrancarle su tesoro. ¿O era de Rabindranah Tagore? Bueno, eso, no dejarlo escapar. El tesoro por excelencia es, lo tendría que haber dicho el día del Corpus, para guardar el paso con la liturgia, la comunión diaria, piedra blanca por excelencia, que es la piedra angular, pero como eso no lo voy a repetir todos los días (lo voy a repetir todos los días, D. m., pero no lo voy a contar aquí), me dedicaré a una pipa más humilde.
La cosa tiene su riesgo. Mirarme las manos por la noche, y hallármelas vacías, como en la adolescencia, pero heladas de decepción, hundidas en las sombras, y asumir que el día se fue con sus cáscaras, huero. Bueno: el riesgo es lo que le dará emoción a la cosa. También lo mejor de un día puede ser un recuerdo. O un sueño. O una lectura. Apuesto que no hay un día (lo dijo Borges) que se nos disuelva sin que hayamos estado al menos una vez en el paraíso.
¿Paraíso, oh, o pipa, eh?, podríais decirme con una sonrisa zumbona. Sí, suenan contradictorios. Aunque se trate del paraíso, prefiero pipa, porque suena más humilde y porque me permite ponerme la venda antes de la herida. Cabe la posibilidad de que el resultado (un buen momento por día cada día) resulte un tanto monótono, monocolor. Como el dichoso cuento de la buena pipa, precisamente. Pero debo intentarlo. Si procuro hacer de mi poesía una comedia, ¿por qué no hacer de mi blogg una película de acción, de acción de gracias?
lunes, 27 de junio de 2011
Tres cosas a la vez
Mi cuñada, que tomó la fotografía, me la ha mandado con el siguiente título: "Dos cosas a la vez".
Yo me he permitido cambiarle el título porque también estaba atendiendo a las visitas, naturalmente.
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