Si no tienen novela para este verano, no lo duden: Las señoras, de José Jiménez Lozano. Yo no comprendo cómo se me ha podido pasar esta novela, quizá la suya que prefiero de todas, por razones claras y distintas. Las explica muy bien aquí Pablo Velasco. Yo la leí a medias por la autoridad de Pablo, a medias por la vanidad de verme citado en su reseña. Su autoridad ha salido reafirmada y me vanidad revoleada. Qué joya incomparable este novela.
El barbero del rey de Suecia ha hecho lo que ha podido, pero se ha quedado muy corto:
... como en “el querido William”, como llamaban siempre a
Shakespeare.
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... sus conversaciones eran como susurros; y, cuando se
enojaban, todavía bajaban mucho de ese todo, salvo en sus famosos “noes”, que
pronunciaban contundentemente cuando las cosas las parecían intolerables, o
salvo cuando reían abiertamente como colegialas.
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Un antepasado nuestro a quien le divertían mucho los
novísimos. Sobre todo, la muerte y el juicio.
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—Aquí huele a Estado que apesta, comisario —dijo Clemencia.
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—El latín funciona, Constancia.
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Los egipcios y, en general, los hombres antiguos, que sabían
lo que era la libertad, se negaban a pagar los impuestos y a ser reclutados por
la fuerza para la guerra, pero sobre todo se dejaban sacar la piel a tiras antes
de que el César, o el Estado, supiese su verdadero nombre.
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—Menos saben los ministros, jefe.
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Nosotras no gastamos bromas, porque son una ordinariez.
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… pero quizá estaba prohibido para que la prohibición se
desafiase.
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… como con un temor de hacerse daño en su recuerdo.
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A nosotras, comisario, no nos importan un comino las
costumbres sexuales de un individuo o de una tribu. Primero, porque no somos
etnólogas, ni antropólogas, ni sexólogas, ni escritoras de best-sellers. Ni tampoco voyeristas. Y segundo, porque sólo nos
interesan las actividades humanas que exijan más de dos neuronas o tres.
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Hablar a las masas era muy peligroso, porque nunca se sabía
lo que iban a entender.
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… y reaccionarias porque sí —explicó Clemencia.
—Porque sí, no —matizó Constancia—, sino porque nos daba la
risa cuando mirábamos el mundo, ¿no te acuerdas, Clemencia?
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… el mérito de Goethe [el loro de madera] no era que fuera
una mascota, sino que era una conciencia.
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[Ilustración de la entrada de Carmen García-Máiquez]