miércoles, 31 de octubre de 2007

O zombis o santos

Ésta es la noche de los muertos vivientes. España, la sociedad más antiamericana de Europa, se lanza a celebrar el Halloween con fervor. A mí no me lo despiertan, uf, ni las inquietantes calabazas ni esos jovencitos uniformados de cadáveres ni ésas de diablesas.

Sin embargo, admiro la justicia poética del Halloween. Resulta natural que una sociedad que ha entronizado la cultura de la muerte tenga festejos de este estilo. Con la eutanasia a la vuelta de la esquina, no hay que extrañarse de que por todos los rincones del país la gente se disfrace de calaveras y se marque una danza macabra. Si el aborto es la solución natural, como enseñan en la tele, es lógico que surjan brujas de debajo de las alfombras. En la cultura popular, como en la alta cultura, como en el mundo físico, nada surge por casualidad ni por generación espontánea. Las causas y los efectos son un laberinto que se puede recorrer bastante bien con el hilo de Ariadna del sentido común.

La cultura española tenía una manera propia de celebrar estos días con huesos de santos, misas de mucho sentimiento, ofrendas florales y representaciones del Tenorio. Era una manera empapada de catolicismo, que ahora está difunta o, con suerte, moribunda. El laicismo militante tiene esto, que vamos a acabar todos con la gorrita de béisbol y diciendo “Oh yeah”. España será católica o no será más que un apéndice cultural de los USA.

En ninguna otra época del año se muestra esta disyuntiva con tanta crudeza. Para mayor claridad, la coincidencia en el tiempo de la ley de la memoria histórica y de la beatificación de aquellos que murieron perdonando a sus asesinos incide en lo mismo: mientras la primera se propone desenterrar muertos, la segunda los eleva a los altares. Conste que, aunque no lo comparto, comprendo y respeto el interés de los familiares por encontrar los restos de sus antepasados. Con todo, se constata que estamos ante dos cosmovisiones cada día más distintas.

Este Halloween o, mejor, esta víspera de Todos los Santos, la ocuparé en reflexionar sobre el dilema extremo de si zombi o santo. Cuando no te sobrepones, la fuerza de la gravedad te va enterrando en rutinas y egoísmos… hasta que acabas yendo por ahí como un muerto viviente o un vivo amortizado, con disfraz o sin él. Hoy pondrán alguna película de terror de serie B y yo volveré a pensar que al menos como retrato social, como símbolo, está muy lograda. Incluso me recitaré, para espantar el miedo, estos versos: “La imagen de los zombis / asusta y es espléndida. / Que hay muertos y que andan / lo sé por experiencia. // Por esperanza sé / también —y me reanima— / que la resurrección / es otra alternativa”.
[Joly]

martes, 30 de octubre de 2007

Hipocondría nel mezzo del camin

Antes, cuando olvidaba un nombre, se me trastabillaba una palabra o me despistaba con una dirección, lo atribuía a la dislexia. De un tiempo a esta parte, ya no. Ahora me preocupa el Alzeheimer.

lunes, 29 de octubre de 2007

499

Los milicianos lo sacaron a empujones de su casa, dispuestos a convertirle en el mártir 499 de una futura beatificación. Don Bartolomé se dejaba empujar, sabiendo que esperanzas tenía pocas. En cambio, esperanza la de siempre. Cuando descubrió que el jefe del autodenominado “Escuadrón de la Canina”, era Manolito, el de las Tejas, pensó que tal vez no estuviese todo perdido. Había sido su profesor en la escuela del pueblo y conocía bien que su fuerza bruta tenía un parangón: su orgullo.

—Manolito…. —gritó.
—Me llamo Sangre, don Bartolomé, y no me llamo don Manuel porque ya no hay dones que valgan…
—Pues don Sangre, ¿no pensarás matarnos a mí y al señor cura y a las monjitas de la Encarnación así como así, sin convencernos de que morimos por la Revolución y por la Libertad?
—Yo pensaba no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy, como usted nos enseñó. Los muchachos, ya ve, están deseando darle al gatillo… El boticario y el alcalde se nos han escabullido, los muy maricones…
—Pero, hombre, Manolo, recuerda que sois unos animales (hizo una pausa, mirando en redondo, como si estuviera dando una clase) racionales y que no podéis matarnos sin más, que hay que conseguir que las víctimas os demos la razón, que vayamos tan contentas al paseo, que os agradezcamos de corazón vuestra labor revolucionaria…
—A usted seguro que le podría convencer yo, pero no al cura que es cerril al máximo, y a las monjas, qué, que ni me miran a la cara...
—Trato hecho, Sangre, si me convences a mí, nos das matarile a todos.
Y le tendió la mano.

A partir de aquella noche de julio, en el pueblo, Manolito, alias el Sangre, y don Bartolomé, el maestro-escuela, discutían de filosofía política ante las impacientes escopetas de caza de los milicianos y los hiperestésicos oídos del clero local. Sangre se destapó como un polemista eficaz, a pesar de algún que otro trabucamiento y exabrupto. Iba convenciendo al asombrado maestro, ante el pavor de las monjitas, que, entre avemaría y avemaría, seguían mareadas los meandros de la discusión. Suspiraba don Bartolomé:

—¡Anda, Manolito!, pues en eso de la colectivización no había yo caído…

Y a Sangre se le esponjaba el pecho. Sólo que un poco antes del alba, cuando avisaban los gallos, don Bartolomé añadía:

—Pues sí, por la colectivización estaríamos dispuestos a ser asesinados, pero ya mismo, vamos... Lo malo es que la Revolución Rusa, no sé, me pilla un poco lejos, Sangre, me deja frío.

—Tengo que documentarme, don Bartolomé, no me va usted a coger por sorpresa… Además estoy cansado. Mañana por la noche le convenzo en un periquete de las bondades de don José Estalín, pierda cuidado.

Sangre saboreaba cada noche las mieles de una victoria intelectual. Tanto, que no quería ventajas sobre su oponente. Así que dejó que el maestro volviese a su casa: que tuviese cerca sus libros para preparar el último, siempre el último, punto pendiente. Las monjas, como con tanto cuchicheo distraían el debate, volvieron a la clausura. Y el cura, que ciertamente era cerril y no se dejaba convencer ni un ápice, fue el único que se quedó en el calabozo que habían improvisado en la iglesia. Los milicianos se dividieron en dos: los que le cogieron gusto a las tertulias nocturnas y a la bohemia de la intelectualidad y los que, aburridos, volvieron aliviados a las labores del campo.

No habían pasado mil y una noches, sino un poco menos de la mitad, cuando un destacamento de la Guardia Civil entró en el pueblo. Allí parecía que la guerra no iba con ellos. Sangre estaba dormitando en una silla de anea con el libro de Paul Laforgue, El derecho a la pereza, entre las piernas; y don Bartolomé andaba por el río, pensando en la colectivización. Los guardias arriaron dos o tres banderas rojas y raídas y abrieron la boca oyendo que el “Escuadrón de la Canina” era, prácticamente, un diálogo platónico.

Antes de irse, tenían que dejar nombradas nuevas autoridades. El cura propuso a don Bartolomé y don Bartolomé a Sangre, quiero decir, a Manolito.
— Hombre, maestro, no se pase —repuso el capitán de la Guardia Civil.

domingo, 28 de octubre de 2007

Propuesta

Amalia y yo seguíamos hablando en casa de Rocío Arana, indiferentes al paso del tiempo, o disfrutándolo. Hacía poco habíamos llegado al acuerdo de que ambos éramos noctámbulos impenitentes. Rocío, Marita y Leonor podrían haber saltado: “No hace falta que lo juréis”, de no estar demasiado cansadas. Avanzaba la noche…, y volvíamos a coincidir Amalia y yo en lo duro que se nos hace recitar, sobre todo ante tantos poetas. Y de ahí pasamos a considerar lo interesante de un ciclo de “Los versos más míos los han escrito otros poetas”. Para leernos a nosotros basta ir aclick o aclick, pero viendo qué poemas de entre toda la literatura universal antologaba cada ponente habría curiosas sorpresas, fecundas conexiones, cierto morbo, conclusiones jugosas sobre su propio gusto (o no) y, en todo caso, un recital antológico. Las hondas cabezadas de Rocío, de Marita y de Leonor no se debían al asentimiento, sino al sueño, aunque habrían asentido quizá a una hora más cristiana. Pues bien, ahora que es temprano, lanzo la propuesta a la red por si alguien más madrugador que nosotros y más gestor cultural se anima y organiza el ciclo.

Y luego nos invita, eh.

jueves, 25 de octubre de 2007

Libros de arenas (movedizas)

Lo habrán notado en mi sincopada sintaxis o en que no respondo a las llamadas o en que no contesto las cartas o en que olvido, incluso, las citas: la mudanza inmutable me está matando. Ahora vengo a llorarles sobre el hombro con un símbolo. Busco mis libros, no para regodearme, ni mucho menos, sino para preparar una lectura, los busco y no los encuentro, mis propios libros, ¿entienden?, que no es perder los de cualquiera de ustedes, que sí, que están muy bien, incluso mejor, pero son otra cosa, como es natural, y ya aparecerán. Ni mi vanidad, tan perspicaz para lo suyo, se orienta por una biblioteca a medias desmantelada, mudada a medias.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Qué puñeta

Resultan muy sospechosos los que se lamentan de las desventajas que les acarrea su exquisita educación en el mundo actual, como si la elegancia fuese por interés. Sin embargo, yo he estado a punto. En una clase de secundaria, observé como a un muchacho se le caía al suelo una moneda. Para que no se levantara a recogerla, me agaché enseguida. “¡No, no!”, me gritó la criatura, pero yo ya había sentido en mis dedos la humedad solidificándose de un eficaz pegamento de contacto. Con perdón de Zapatero, no miré al muchacho con una sonrisa. Él se deshacía en disculpas: “Era una broma a mi compañero…” “¡Hombre, es que esto ni a un compañero!”, contesté, mientras realizaba esfuerzos por limpiarme la mano… y por no lamentar la esmerada educación que me dieron mis padres.

No lo hice gracias al sabio aviso de Oscar Wilde: la buena educación es lo primero que se pierde cuando no se tiene. Yo tenía la frase fresca de unos días antes, cuando contemplé, atónito, cómo María Teresa Fernández de la Vega perdía los estribos y abroncaba en medio del desfile del día de la Hispanidad a María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional, nada menos. Desde lejos, la cámara no capta lo que le dice, parece que de todo menos bonita. Ni lo que excusa Casas, sumisa, aunque no llegaría a llamar bonita a la Vicepresidenta, espero. En un momento estelar se puede leer en los tensos labios de De la Vega: “¡Qué putada!”.

Qué mal hablados son nuestros políticos en la intimidad o en cuanto se acaloran. Todos, también Trillo-Figueroa con su celebrada gracia (que maldita la tuvo) del “Manda huevos”. Estos políticos nuestros, que se muestran tan finolis delante de las cámaras, a la media vuelta juran como en una taberna. Sufren doble personalidad o, como poco, hipocresía verbal. Quieren engañarnos hasta en el tono.

Yo, mientras tanto, recuerdo a Góngora. No por su elevado estilo, desde luego, sino porque don Luis, para echarle en cara a Lope su pluma popular, le espetó: “con razón Vega por lo siempre llana”. Con mucha más razón Vega, Fernández de la, por lo plana que se ha mostrado la Vicepresidenta.

Pero lo peor, por supuesto, no es el desahogo “qué putada”, tan poco feminista, por otra parte. Lo peor es lo que estaba detrás o debajo y ha venido después. El Gobierno hace denodados esfuerzos por controlar al Tribunal Constitucional, al CGPJ y a la Justicia misma, aprovechándose de que ésta lleva los ojos vendados. La Justicia, escuchando a Bermejo, sí que podría decir: “Qué putada”; aunque, como es más fina y acostumbra a moverse entre sus prudentes señorías, apenas exclamará, la pobre, con gesto levemente contrariado: “¡Qué puñeta!”
[Joly]

domingo, 21 de octubre de 2007

Allí

Cuando se despertó el dinosaurio, Augusto Monterroso también estaba allí, en el Valle de Josafat.

sábado, 20 de octubre de 2007

Postal

En mi buzón, entre cartas de banco, una misteriosa postal


con este texto: "Lo dijo el Padre: 'Tenéis que ser como ángeles'... aunque no especificó la clase. Espero que éste te asista en tus quehaceres periodísticos. Un abrazo."

Yo espero que alguien que se ha tomado la molestia de averiguar entre otras cosas mi dirección postal, visite de vez en cuando el blogg. Más que nada, para darle las gracias.

viernes, 19 de octubre de 2007

Ay

La gramática hace una confesión de narcisismo universal con eso de que la primera persona del singular es, indiscutiblemente, “yo”. Los ingleses, en el colmo de la sinceridad, se lo ponen en mayúscula y escriben un number one (en números romanos incluso, que da más prestancia). A cambio o en consecuencia, cuando lo pronuncian se lamentan: ay. El egotismo es lo que tiene: duele. Yo, ay, algo anglófilo, lo sé por experiencia.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Premios gordos

Jorge Luis Borges pensaba que a los suecos se les daba mejor inventar la dinamita que otorgar premios. Qué clarividencia tuvo, pues él mismo se quedó sin Nobel por razones explosivas que nada tenían que ver con la literatura.

Este año el de Literatura, comparado con el de la Paz, es un remanso de ídem. Doris Lessing, tan feminista -ista -ista, no provoca ni frío ni calor. En cambio, las teorías del calentamiento me dejan frío. Por no pecar de frívolo, procuro no entrar en la discusión sin un estudio en profundidad que no me propongo hacer. Mi intención es esperar tomando el fresco a que los científicos se pongan de acuerdo, aunque en la intimidad me permito —perdonadme— cierto escepticismo. Es lógico: en mi adolescencia los algoreros se dedicaban a predecir una inminente glaciación y ahora, como en una ducha escocesa, auguran que nos asamos. Eso no hay credulidad que lo aguante.

Ni ayuda a despejar mi escepticismo que los más firmes partidarios del fatal desenlace se dejen una pasta en consumo de energía, como Al Gore, que en su mansión de Tennessee gasta más electricidad en un mes de la que utiliza un americano medio en un año. O como Zapatero, que, a pesar de su honda preocupación por el calentamiento global, se ha comprado en Almería un chalet a la vera de la playa, sin demostrar demasiado pavor a la anunciada subida del nivel de las aguas.

Hubiese sido prudente que los miembros del jurado del Nobel esperasen a que la comunidad científica alcanzara un consenso más amplio sobre la verdad (o no) incómoda (o no) del vídeo de Al Gore, aunque tampoco hay que pedirle peras a Oslo. El Nobel da para lo que da: un poco más que el premio Planeta. Su millón de euros ayudará al agraciado a pagar las facturas de la luz y tanta publicidad le permitirá colocar más conferencias al módico precio de 200.000 euros.

Ningún premio hace más admirable a un escritor ni convierte en ciertas las teorías de nadie. Las novelas de Doris Lessing no son hoy mejores que ayer. Ni aún peores. Ganará, eso sí, un montón de público, entre el que no me encontrarán a mí. Yo me haré el sueco, quiero decir, que seguiré siendo el juez de mis particulares premios nobeles. No me parece de recibo que unos señores que no tengo el gusto de conocer alteren mi plan de lecturas o suplanten mi veredicto personal.

Menos todavía cuando a uno le queda el regusto de que los jurados se eligen a sí mismos. Lo que buscan, sobre todo, es quedar ellos bien. Este año han querido posar de súper-fashion, o sea, de concienciación ecológica y alegato feminista. Y lo han conseguido. Pues hala, los felicito, señores, enhorabuena: ¡sois la bomba!
[Joly]

martes, 16 de octubre de 2007

Paradoja

Las tonterías más grandes las he leído en aforismos.
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— ¿Las llamarán máximas por eso?
— Y en otra versión: Lo malo, si breve, garrafal.
— ¿No sería al revés: Lo malo, si largo, catastrófico?
— Al revés es peor, pero se nota menos. Lo malo, si largo, aletarga. (Recuerden los versículos de Vicente Aleixandre.)

lunes, 15 de octubre de 2007

Evidente

En clase de Derecho Laboral tratamos el caso del profesor ciego que el año pasado daba clase en el instituto. Por Borges, por Milton, quizá por Homero y, de oídas, por Groussac, uno apenas ve la ceguera como una minusvalía, si me permiten la pose. Eso no se lo digo a los alumnos para no liarlos. Y porque no me da tiempo, que enseguida sentencia una alumna: “Aquel hombre era un malaje”. Intento poner la cara de malaje que corresponde en estos casos, pero no me sale. Sonrío sin remedio. La chica es lo que se dice bastante mona y debe de estar acostumbrada a que todos sus interlocutores se dulcifiquen ante ella. Por razones evidentes, ése no era el caso de mi compañero del año pasado.

viernes, 12 de octubre de 2007

Rojigualda


El viejo adagio “Timeo hominem unius libri” [Temo al hombre de un solo libro] necesita una readaptación. Para empezar está en latín, que es un idioma muy complicado para nuestra ministra de Cultura. Luego, la frase no es políticamente correcta porque parece que se refiere a los fundamentalistas del Corán, y eso hoy es inadmisible. Y ni siquiera vale contra el Cristianismo, pues la Biblia no es un libro, sino toda una biblioteca de 73 títulos, más de los que mucha gente ha leído en su vida.

Los hombres de una sola bandera sí que dan miedo. Lo lógico, en este mundo globalizado de múltiples intercambios y relaciones, es vivir varios patriotismos jerarquizados según los diversos intereses, afectos y lealtades. Querer ver el planeta a través del color de una sola enseña (sea del país, del partido o de la pedanía) es síntoma de una peligrosa estrechez mental.

La actitud cateta del nacionalismo excluyente es, para colmo, contagiosa como una gripe aviar. Algunos políticos creen enfrentarse a él defendiendo un neo-nacionalismo: “Si ellos catalanistas, nosotros andalucistas o valencianistas, ea.” En realidad, están bailándole el agua a los que aspiran a que España sea un catálogo de banderitas, como una verbena de barrio. Frente a la cerrazón nacionalista, la bandera a ondear, sin dejar de sentir los colores de cada región, es la rojigualda: la misma que defienden heroicamente los vascos y los catalanes que, amando su tierra y sus costumbres, se saben españoles.

Nuestra bandera no tiene un escudo único. El águila de Patmos voló al pasado. Pero el escudo actual, llamado constitucional, no termina de cuajar en las banderas que vemos en el fútbol, en algunas manifestaciones o en las pegatinas de los coches. Tal vez se debe a que el pueblo soberano, que es sabio, presiente oscuramente que la Constitución no está resultando un verdadero escudo capaz de proteger a España. Con frecuencia, podemos ver nuestra bandera sin escudo ninguno, a pecho descubierto.

Y sin embargo, poco a poco, el subconsciente colectivo va colocando en la bandera, como un símbolo, al toro bravo. No me extraña. Es el tótem de Iberia desde la Antigüedad: su piel extendida es nuestro mapa y en la fiesta nacional se hunden nuestras raíces míticas. Este país, tan trágico, podría hacer suyos los versos de aquel soneto de Miguel Hernández y decir “Como el toro he nacido para el luto/ y el dolor, como el toro estoy marcado/ por un hierro infernal en el costado…”

Hoy, entre todas mis banderas, entre la europea, la andaluza, un poco la murciana, la de El Puerto de Santa María, entre todas, pongo en el mástil más alto a la española, porque es la que está siendo banderilleada y picada por los fanáticos de las banderas únicas. Y les recuerdo que, con un verso impresionante, España, en aquel soneto, da este aviso a los nacionalistas: “Como el toro me crezco en el castigo.”
[Publicado a principios de 2006 en Alba]

jueves, 11 de octubre de 2007

Lo que falta

De un día para otro se dio cuenta de que su prosa no fluía. Leyó más, lo planificó todo mejor, fatigó borradores, cuidó cada coma, y seguía sin fluir. Sus amigos más perspicaces empezaron a notarlo y él notaba que lo notaban. Se obsesionó con un poema de d’Ors que habla de una hoguera apagándose. Yo le habría aconsejado que no se torturase, que en su mano no estaba devolver a sus escritos el calor y la música. Como soy el autor omnisciente de este microrrelato, no ignoro lo que ocurre. En un rincón un hombre anónimo ha dejado de leerle, no necesariamente por aburrimiento o disgusto, quizá por causas más circunstanciales, como defunción o traslado de localidad. Ni ese lector humilde, que bien podría ser lectora, ni él lo saben, pero la gracia alada de su prosa no era suya. Manaba de la mirada generosa que ahora falta, se pasaba a su prosa, contagiaba a sus perspicaces amigos, llegaba hasta algún crítico...

miércoles, 10 de octubre de 2007

Tenue elogio de la tristeza

Hasta Nehemías, cuya fuerza era la alegría de Dios, pasó por el trance de la tristeza: “En el mes de Nisán, el año veinte del rey Artajerjes, siendo yo encargado del vino, tomé vino y se lo ofrecí al rey. Anteriormente nunca había estado triste. Me dijo, pues, el rey: ‘¿Por qué ese semblante tan triste? Tú, enfermo no estás. ¿Acaso tienes alguna preocupación en el corazón?’ Yo quedé muy turbado, y dije al rey: ‘¡Viva por siempre el rey! ¿Cómo no ha de estar triste mi semblante, cuando la ciudad donde están las tumbas de mis padres está en ruinas, y sus puertas devoradas por el fuego?’” O sea, que la misma Biblia bendice, mutatis mutandis, el dolor de España, de tanta raigambre literaria. Y de tan rabiosa actualidad.

Por otra parte, la vida privada, fecunda en felicidades, también pega sus zarpazos en cuanto te descuidas. Entre anuncios de televisión, cojines, almohadones y promesas electorales, se nos olvida que la realidad presenta aristas cortantes. Olvidarlo es una pena (otra), porque los disgustos nos cogen por sorpresa. Más prudente sería preguntarse con frecuencia lo que el poeta Eduardo García: “¿Cómo reconciliarse con el mundo/ si es tan necio, veleta, tarambana,/ que es capaz de albergar al mismo tiempo/ el Taj Mahal, los campos de exterminio,/ la mezquindad, tu risa, la traición,/ los libros, la ignorancia, un cuerpo que fascina,/ el carbón y la sal, los muros y el espacio,/ el cáncer y las playas tropicales?”

Ante el dolor y el mal, el corazón nos pide embestir, lanza en ristre, contra los gigantes. Gigantes o molinos, que a saber… Lo malo es luego, molido, cuando no queda otro remedio que ser más cervantino que quijotesco, y asumir que la tristeza es la única manera de enfrentarse a ciertas cosas.

Pero entonces la tristeza es de justicia y nos afina y nos une a los otros y hay que llevarla en alto. Aunque sin olvidar aquella honda verdad de la que nos hablaba Claudio Rodríguez: “Déjame que te hable, en esta hora/ de dolor, con alegres/ palabras: Ya se sabe/ que el escorpión, la sanguijuela, el piojo,/ curan a veces: Pero tú oye, déjame/ decirte que, a pesar/ de tanta vida deplorable, sí,/ a pesar, y aún ahora/ que estamos en derrota, nunca en doma,/ el dolor es la nube,/ la alegría, el espacio;/ el dolor es el huésped,/ la alegría, la casa./ Que el dolor es la miel,/ símbolo de la muerte, y la alegría/ es agria, seca, nueva,/ lo único que tiene/ verdadero sentido./ Déjame que,/ con vieja sabiduría, diga:/ a pesar, a pesar/ de todos los pesares/ y aunque sea muy dolorosa, y aunque/ sea a veces inmunda, siempre, siempre/ la más honda verdad es la alegría”.

lunes, 8 de octubre de 2007

Una feliz desilusión

Pues resulta que aquel cuento que premiamos hace dos cursos y que tanto nos gustó (a mí, al resto del jurado y a ustedes mismos, lectores de este blogg) era un plagio como la copia de un pino. Ayer por la noche me lo encontré de cuento presente, presentado como historia popular, en el libro Francisco Fernández-Carvajal sobre [contra] la tibieza.

Y uno, en un segundo momento, se alegró mucho, porque la autora no me saludaba por los pasillos, me huía por el IES. Yo, que me quejé con mis compañeros y lo comenté en alguna cena de amigos, lo achacaba a que a nuestra juventud le avergüenza la excelencia y el talento, y que prefiere perderse en el magma de la mediocridad. Anoche descubrí que no. A la violinista le escocía la conciencia, lo que es una noticia prometedora.

Mi duda es si trincarla, antes de que se me escabulla, como suele, por las esquinas y explicarle que uno ha aPLAudido alguna vez comPLAcido el PLAgio, que la expresión sí era suya y estaba muy bien y que, en cualquier caso, la mala conciencia es un timbre de honor. No creo que lo haga, entre otras cosas, porque, ya digo, no hay quien la trinque por los pasillos.

domingo, 7 de octubre de 2007

Línea y literatura

La literatura no da para comer, pero no se para. Lo bueno de comer bien y tanto es que te permite oír hablar de Gamoneda sin atragantarte demasiado, en una amable modorra. Todo fluye a la orilla de un vino sardo. Y a la mañana siguiente se levanta uno sensible hacia los Special K que tiene mi suegra en su cocina. He leído con Special Kuriosidad la caja y he dado, cómo no, en los significativos resquicios que dejan las traducciones. En concreto, veo que los señores de Kellogg’s consideran a los españoles bastante vanidosos [“Presume de tu línea este verano”] mientras que destacan en los portugueses su motivación de logro [“Alcance a sua linha este verâo”]. No sé cuánta razón tendrán los cerealistas, porque hace decenios que ni presumo de línea ni la alcanzo. Y no es extraño, con tanto amor por la literatura...

viernes, 5 de octubre de 2007

Seguridades chestertonianas

Siempre brillante y siempre confundido, Ignacio le atiza este aforismo a Chesterton: Mi desacuerdo con Chesterton se puede resumir en que estoy seguro de que tendría problemas para condenar a ETA.

Efectivamente, como luego explica Ignacio en los comentarios, Gilberto creía en las patrias y creía en el deber de defenderlas y además tenía predilección por las pequeñajas y oprimidas, como Irlanda. Ignacio, en cambio, no cree en las patrias por lo mismo que piensa que para acabar con la rabia lo mejor es terminar con los perros. Ésta es su idea fuerza porque también quiere acabar con el fanatismo arrasando las religiones. Que Ignacio piense esto, mientras no se ponga manos a la obra, me parece bien y anima mucho las discusiones blogueras.

Lo que sí me importa es añadir que estoy seguro de que Chesterton no tendría ningún problema en condenar el terrorismo de ETA. Primero, por sus métodos, nada gallardos ni medievales, muy poco heroicos. Segundo, porque los pequeños y oprimidos en las Vascongadas son otros. Y tercero, porque quien ama las patrias (también las de los demás) prefiere las auténticas a las falsas. Chesterton era un forofo de la historia y no le hubiese pasado desapercibido el débil fundamento del fundamentalismo vasco.

Otra cosa es que los particularismos le hacía una gracia particular. Pero a él se la hubiera hecho no tanto el de los vascos y las vascas, como el particularismo de cada pueblo, el de cada barrio y, sobre todo, el de cada caserío. Los patriotismos de Chesterton se confundían, al final, con su pasión por el matrimonio y la casa propia. El fervor por Notting Hill fue una megalomanía de juventud, prácticamente un imperialismo.

Lo que sí habría hecho el gordo es excusar a aquellos que, creyendo que su patria está invadida, se revuelven como gatos. No sé qué pensará Ignacio de la Guerra de Independencia, pero yo estoy encantado con que nos sacudiéramos a los franchutes. Y para que nadie me acuse de francofobia, reconozco mi tierna devoción por Juana de Arco, que zumbó de lo lindo a mis admirados ingleses. Como el patriotismo tiene derecho a la legítima defensa, lo prudente sería que nadie envenenara a los niños vascos, ni catalanes, ni andaluces con patrias ficción. Por eso, como siempre cuando hablo del problema vasco, acabo con la educación, que es la clave. Y en mi Jon Juaristi, bien en prosa, bien en verso:

.....................SPOON RIVER, EUSKADI

¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo.

jueves, 4 de octubre de 2007

¡Adiós, patinadora!

Al fin caí en por qué me gustan tanto. Las patinadoras son la imagen exacta de la juventud: parecen mucho más altas, casi altivas, y pasan, pasan rápido, suavemente deslizándose.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Autoridad

No sé por qué nos referimos sistemáticamente a la escuela cuando se habla de crisis de autoridad. Toda España la sufre, y la escuela sólo es un reflejo, bastante mitigado. Empecemos aclarando el concepto de autoridad, que para muchos son los policías. Y no: ellos son los agentes de la autoridad o, mejor dicho, de la potestad.

Paralela a la potestad, que es el ejercicio del poder público, la autoridad es el saber reconocido, la capacidad creativa —autoridad viene de autor—, el prestigio personal y profesional, la integridad moral y el liderazgo auténtico que se hacen respetar por sí mismos. Aunque suene a paradoja, un componente fundamental de la autoridad es la obediencia. Obediencia a la verdad, a la justicia, a todo lo superior, en suma. Ése era el sentido del lema “por la gracia de Dios” de la monarquía: no tanto fardar de un privilegio como asumir la sumisión de la que emanaba su autoridad.

En el sistema actual, la autoridad de los gobernantes debe nacer de su obediencia al imperio de la ley. Si el presidente del Gobierno, los ministros, el Fiscal General no terminan de guardar ni de hacer guardar la Constitución, como juraron o prometieron, se desautorizan y la potestad se va quedando coja. Los radicales, entonces, se crecen: amenazan con “pim-pam” y Pumpido se esconde; cualquier municipio se salta la ley de banderas; o unos tipos queman retratos del Rey —riéndose, de paso, del Código Penal— y aquí no pasa nada, humo, cenizas, aire.

En cambio, a los ciudadanos de a pie se nos aplican las normas al pie de la letra. La cosa mosquea, porque la ley parece una telaraña que atrapa a los pequeños, pero que se quiebra y deja escapar a los animales más gordos. Lo más grave, con todo, es el desprestigio acelerado de las instituciones. Una democracia desautorizada se descompone en luchas de poder y demagogia.

Un síntoma de esta demagogia es el protagonismo que se da a la palabrería para la resolución de los problemas reales que plantean los incumplimientos descarados de la ley. Con los asesinos de ETA se dialoga; a los que incumplen la ley de banderas hay que convencerlos; Ibarreche, tras su órdago constitucional… va a oír a Zapatero, etc. ¿No sería más sencillo aplicar la ley sin tantos sofisticados sofismas ni zalameras soflamas?

Piénsese también en Educación para la Ciudadanía. En vez de clases magistrales y curiosos temarios, los políticos tendrían que dar el ejemplo cívico de un estricto ejercicio de sus funciones. Sería más pedagógico. Con lo que ven los alumnos, pobrecillos, bastante buenos son. Ni queman retratos invertidos de los directores ni exigen, a cambio de dejar de patear al profesor, un aprobado general en matemáticas. Al menos por ahora.
[Joly]

martes, 2 de octubre de 2007

Bloggsesión

Esta noche he soñado que ardía del todo nuestra casa nueva, que es vieja, pero reformada o, mejor dicho, reformándose... Aunque una ventaja de la inmóvil mudanza, ahora que caigo, es que las llamas no nos cogieron dentro. Ni las llamas, ni la Navidad, a este paso. A lo que iba es que en el sueño, cuando estoy hablando con los bomberos por el móvil, todo muy vívido y dramático, y me están detallando el desastre, voy y pienso: “Huy, con este lío mañana no voy a poder escribir nada en el blogg”.

lunes, 1 de octubre de 2007

Ring, ring

Sonó el timbre otra vez. Esta vez eran Silvia y Teresita, dos niñas de siete u ocho años, de la urbanización, que vienen de vez en cuando (como otras niñas de la urbanización) a visitar a Carbón y a Pukka. Bajé los dos pisos del adosado, otra vez, para abrirles la puerta.

—¿Y Leonor? —preguntaron nada más entrar, mientras se abalanzaban sobre los resignados Pukka y Carbón.
—Este fin de semana no está. Ha ido a Madrid…
—Uy, pobre, te ha dejado solito… —se condolió Silvia muy sinceramente.
—¿Y la cuidadora? — terció Teresa, más práctica.

Como a mí quien me cuida es Leonor, iba a repetirle, por si sorda, que ¡este fin de semana no está, que se ha ido a Madrid! Justo a tiempo recordé que en una boda nos tocaron en la mesa unos que se la pasaron hablando de cuidadoras, de sus virtudes y defectos por nacionalidades. Ah, me dije, cuidadora es el nombre chic de lo que toda la vida fue tata, cuando era mayor, o muchacha, cuando era muchacha…

—¿Te refieres a Ángeles, la chica que viene a limpiar?
—Sí, ésa, tu cuidadora, ¿tampoco está?
—No, viene entre semana.
—Pobre —insistía Silvia, meneando la cabeza mientras retorcía las orejas de Pukka.

No sé si era solo solidaridad infantil, que pensaban ellas que necesito también una cuidadora; o ya caridad femenina, ese peligro, porque van descubriendo que no es nada bueno que el hombre esté solo. Sé que subí otra vez los dos pisos hacia mi buhardilla con el corazón en un puño, y no eran taquicardias de tantas escaleras.