Hay libros que te enganchan y otros que no te sueltan. Estar no estando (un viaje extremeño), la crónica del poeta Antonio Moreno de unas jornadas otoñales por la Vía de la Plata extremeña, es de los últimos. Yo he recorrido sus páginas a un paso tan demorado
o más aún que los suyos. En unos meses de muy poca lectura y excesivos compromisos, era
un libro, sin embargo, que no podía dejar de leer paso a paso. Serena el ánimo.
Esponja el corazón. Limpia la vista. Aguza el oído.
El autor se trata en
tercera persona: “el caminante”. He recordado a Ignacio Jáuregui que, en su
libro de viajes, se llamaba “el paseante”, y veo una honda sabiduría en esa vuelta de tuerca estilística, porque salir
de casa te saca de ti, aunque sea para volver, y para traernos de
vuelta también a los que fuimos más perezosos para movernos.
Cualquier texto con vida puede ser un buen apoyo para
mover el mundo.
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[El dulce erotismo leve de la joven frutera que le propone] “si
quieres pelamos un melocotón y nos lo comemos”.
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No hay dicha como ésta. Ser agradecido.
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[Fumando a la intemperie] El viento se lleva la primera
bocanada a toda prisa.
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[Atardece] Da la sensación de que el aire esté cogiendo
peso.
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[Es muy emocionante cuando en una tertulia de bar de un
pueblito responde que él no es nacionalista y el agradecimiento tácito o alivio
amable de esos españoles por el rechazo rechazado]
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El flujo de la realidad es demasiado pasajero para
elementos tan lineales, tan convenidos y tardos como las palabras. Ese
contraste nos exalta.
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... andar significa sobre todo ahondar, sin que uno se
mueva un ápice de sí mismo.
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La edad también es un camino. El caminante se ríe de
muchas cosas.
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El negligente —de nec-legens— es “el que no lee” […] Tal es,
en dos palabras, un lector: quien atiende
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Bajo esta
bombilla podía haberse escrito El elogio
de la sombra.
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Un profesor tiene algo de panadero.
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La superficie lisa y roja de unos alcornoques recién
descortezados.
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Lo mucho que crece el campo frente a la nonada que somos
cuando abandonamos los caminos.
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Por muy solitario que sea, un camino es siempre una tácita
reunión de gentes.
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[un mastín furioso] Costaba creer que un bicho como aquél
recibiese la gracia civilizadora de un nombre. [encuentro terrible que, con el
de un cerda, le sirven para recordar a Dante en su selva oscura]
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Llovizna como quien hace solitarios para matar el tiempo.
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La inteligencia inherente al ajustado hecho de ver.
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A la larga, se escribe para Dios.
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[Cuando le preguntan por su profesión de profesor] Siempre
que al caminante le preguntan sobre estas cuestiones, siente un desconcertante
titubeo: como si le pidieran cuentas de un disfraz que suele ponerse, pero que
a decir verdad no es su ropa.
A estas citas espigadas se les escapan los
encuentros novelescos que el caminante sabe propiciar y que nos dejan unos retratos estupendos, y sus reflexiones sobre la
enseñanza, dejada felizmente atrás, y las memorias de su niñez, que no ha dejado
nunca, y, sobre todo, sus recuerdos constantes de los seres queridos.