domingo, 31 de diciembre de 2017
Pesadillas
El diminutivo de "pesadilla" le viene que ni pintada a las mías, porque son de lo más corrientito. Sueño con mis costumbres y mi vida ordinaria. Y eso, contra lo que podría parecer, resulta terrible.
Si soñase con monstruos o con guerras nucleares o que caigo simplemente de un décimo piso, bastaría despertarme para descartar la realidad de mi pesadilla. Pero sueño con cosas tan cercanas a mi realidad que me paso medio día tambaleándome de incertidumbre.
Hoy he soñado que había decidido dejar de escribir mis artículos en el periódico. Pensaba que mi triunvirato de directores (del Diario de Cádiz, del de Jerez y el jefe de opinión del Grupo) me iban a aceptar, aliviados, la dimisión. Que la estaban, en el fondo,deseando. Pero se pusieron furiosos, y me exigían el artículo para el día siguiente y yo, tan confiado en mi cese, no lo había hecho. Encima tenía que expulsar a dos alumnos del IES, que los que han hecho una trastada no pueden ir paseándose tres o cuatro días -que dura la burocracia multiplicada por mi lentitud- como si no hubiese pasado nada. Y esas dos cosas de mi día a día he pasado una noche malísima.
Y llevo todo el día sobresaltado, además, con el artículo hipotético que no escribí, con los alumnos inexistentes que no expulsé. La frontera entre mis pesadillas y mi realidad es muy prosaica, desde luego, pero muy fina.
sábado, 30 de diciembre de 2017
Oposiciones
Del funeral de don Francisco Querejeta me impresionaron los 17 sacerdotes que concelebraron. Era una muestra de la unidad de la Iglesia y de la trascendencia del ministerio. En los cantos, sobre todo, se percibía una virilidad ofrecida y una unidad en las voces que estremecía. La salida del féretro de la parroquia a hombros de varios sacerdotes fue impresionante.
Yo, en medio del clímax de emoción, tuve una sonrisa. Recordé que mi madre tenía la misma fe en la fuerza de la oración que don Francisco. Pero que, a diferencia de él, rezó muchísimo por mis oposiciones. Tenía claro el ordo caritatis y no hacía ascos a un enchufe, ni siquiera celestial, si era para su hijo.
Está claro que la iglesia doméstica también es imprescindible. Y no hago de menos por ello a don Francisco, sino que agradecía el doble modelo. D. Francisco, reflejo de la justicia divina. Mi madre, de la misericordia.
Saqué las oposiciones, eso sí, y con bastante ayuda divina, por cierto.
viernes, 29 de diciembre de 2017
Christmas
Por fin he acabado de escribir mis christmas de esta Navidad. Menos mal que nos queda el feliz Año Nuevo por felicitar y, sobre todo, la Epifanía, y que, además, la Navidad es eterna y no se puede llegar tarde a ella. La melancolía con la que he realizado la tarea no se ha debido al retraso, disculpado por el viaje fugaz a Madrid y por los recovecos del envío de los originales. Ha sido más honda.
Amigos a los que mandaba siempre mi felicitación ya no están para recibirla: Carlos Pujol, Mario Míguez...
Qué soledad, de golpe.
Que no alivia, no sé por qué, tanta felicitación 2.0. Y están luego los que están cada vez más lejos. Y, más allá aún, a quienes ya he perdido, no de vista, sino de lo demás.
Ha sido un día de "mañana serán hiel", aunque qué consuelo escribir a los amigos que conservo [¡qué hermosa palabra!] Y recibir alguna felicitación inesperada, recuperada. Y arroparme en el Pesebre, entre las pajas, que aunque frías las veis, hoy son flores y rosas.
jueves, 28 de diciembre de 2017
Conflicto familiar
Carmen está muy enfadada conmigo. Guarda un ofensivo silencio.
Pasa Quique y ve en el lomo del libro que estoy leyendo un rosto que reconoce. Exclama entusiasmado: "¡Oh, Dante!"
Carmen entonces dice: "Yo prefiero a Mozart". Con toda la intención.
De repronto
Enriquito me está contando algo que escucho a medias. Entonces dice: "de repronto", y yo pego un respingo: más sorpresa ya no cabe en una narración. Le celebro mucho, para su extrañeza, el hallazgo verbal.
miércoles, 27 de diciembre de 2017
Perfectamente serio
En el edificio de mi suegra, los timbres atraviesan los pisos y los tabiques. Nunca se sabe en casa de quién están sonando. Por eso, al llegar a la puerta después de haber ido a volver a aparcar el coche, en vez de llamar al timbre, llamo con los nudillos en la madera.
Suenan los huesos sobre el bosque inmemorial.
No sé si he hecho bien porque quedo tocado: un golpe de hueso sobre la puerta de un hogar es algo perfectamente serio.
martes, 26 de diciembre de 2017
Feliz Navidad
[Este año no he conseguido colgar la felicitación desde casa de mi suegra. Lo haga de vuelta al Puerto. Cada foto es una de las páginas del christmas. Lo dicho: Feliz Navidad.]
miércoles, 20 de diciembre de 2017
Ironía sofoclea retroactiva
Releyendo Emma, se tiene el sabor constante de una ironía sofoclea finísima. Sabe lo que va a pasar que no saben los personajes pero que está ahí latente, entre las líneas y el sonido de la voz y en leves gestos.
Jane Austen puso todos esos indicios como pistas, jugando con la inteligencia de los lectores y con la verdad de la historia. Pero el tiempo, el conocimiento y las relecturas, que han ascendido la novela a la categoría de clásico, le han dado ese cariz sofocleo, que le sienta de maravilla.
La piedra de toque de la literatura es el mármol clásico. Ver si aguantan la relectura, por supuesto, pero, más allá, ver si ganan nuevas dimensiones con ella, más gracia, más hondura.
martes, 19 de diciembre de 2017
Nomen omen
La perrita la ha tomado con el árbol de Navidad. Hasta medio metro, no ha dejado una bolita ni un adorno ni una cinta ni unas luces vivas. Ahora la ha emprendido con las ramas. El belén, sin embargo, no lo toca. Ayuda la altura, claro está, pero yo quiero ver un símbolo.
También la ha emprendido con la alfombra de la Real Fábrica, que le debe sonar (o saber) a excesivamente borbónica.
Nadie le pone a su perra Aspa impunemente, Aspa de Borgoña.
lunes, 18 de diciembre de 2017
Pasotismo optimista
No terminaba de entender(me) por qué, siendo yo de natural optimista, en los debates estoy siempre a favor del más pesimista y catastrofista. Y era elemental. El pesimista es coherente tratando de dar la voz de alarma. El optimista, ¿qué hace discutiendo un tema que, según dice, ni le afecta ni le preocupa? Un optimista convencido tiene que pasar. O hablar de otra cosa. O cantar.
domingo, 17 de diciembre de 2017
Ida y vuelta
Voy a Madrid y vuelvo como las musas al teatro de Lope de Vega, en horas veinticuatro. Aquí siempre cuento la ida y la vuelta y me dijo el "y", que es lo más sustancioso, pero, por eso mismo, lo menos anecdótico.
En la estación del Puerto me encontré a un amigo. Me entra la misma sensación tonta de haber sido cogido en falta de siempre. Como si me estuviese fugando de casa.
Luego volvió a pasarme lo del famosísimo poema de José Luis de la Cuesta, pero completamente al revés: cuesta abajo. Ya saben:
De todas las chicas hermosas
que entraron en el tren
ninguna se sentó a mi lado
nunca.
Me pasa tanto, que empiezo a empezar que quizá yo considere que todas las chicas son hermosas y, por tanto, aumente mi índice de probabilidades.
En este caso, no, que medio vagón pensaba como yo, porque la chica llevaba un escote que le daba la vuelta. Y no me refiero a la vuelta por la espalda. A partir de entonces las miradas de medio coche 7 y las de los que lo cruzaban pasaban rozándome, pero no me daban. Era como en una película de guerra, cuando los tiros pasan muy cerca, silbando, y las bombas explotan al lado y te salpican de arena y de polvo.
Estaba (¡ella, ojo!) muy excitada. Llamó a una amiga. Ésta le debió protestar. Le contestó: "Pues me escuchas y luego te vuelves a dormir". Además, tenía carácter. Eran las cinco de la tarde. O sea, que una buena siesta se estaba metiendo su amiga entre pecho (ejem) y espalda.
Tras la conversación, que hice esfuerzos por no oír, empezó la muchacha una transformación allí, ante mis ojos. Se quitó las gafas y se puso lentillas. Se soltó el pelo. Se pinto. Se puso coloretes. Se pinto las uñas. A una educación diferencia, supongo, y llena de estrictos tabúes sexuales les debo una sensualidad siempre alerta que me ha dado momentos de gloria. Lo que se pierden los desinhibidos.
Por otra parte, la edad me ha dado el privilegio de decirle ciertas cosas a las chiquillas. Le alabé el resultado de su obra . Y le recomendé la escena de El sueño eterno en la que la librera se transforma ante los ojos pasmados de Bogart. Me dijo: "Así somos todas, tan presumidas" y me prometió que buscaría la película. Se le notaba que pensaba que todas, todas no eran así y que tampoco buscaría la película, pero no me importó en absoluto
Me importaba más una señora que estaba un asiento por delante, en la otra banda, que desde que se sentó la de los escotes a mi lado no dejaba de mirarme con una sonrisa tan irónica como benevolente. Me recordaba muchísimo a Leonor (que espero que me lea con esa sonrisa).
Cené solo en Madrid.
Y quedaría muy bien no añadir nada más, pero la camarera fue muy simpática y me aconsejó muy bien. Luego entró otro solitario, pero más joven que yo. A ese le llamaba todo el rato "amor" y a mí me llamaba"señor". Reconozco que cumplir años, por una cosa y por otra, me está encantado.
El premio fue muy bien, quitando el horrible darwinismo, tan cruel.
En el tren de vuelta, se me sentó al lado
un tío bastante feo, para compensar, pero que todavía podía ser simpático. De hecho se río
amablemente de una broma que le gasté al entrar. Pero no, protestaba de todo. De
lo mala que es la Renfe, la misma que me llevaba a casa. Llamaba cabronazos
e hijos de puta a los amigos con los que hablaba por teléfono, lo que me quitó todas las ganas de intimar ni de recomendarle películas, ni siquiera de Loach.
Yo quería aprovechar para leer Emma, de Jane Austen, pero, de pronto, empezaron a llorarme los ojos. A llorarme a mares. Como el tío me miraba raro y cada vez menos de reojo, le expliqué que no me había pasado nada grave y que sentía mucho no haber podido dar dos accésits más en el premio Adonáis pero que no me había afectado tanto. Qué tenía los ojos irritados, pero que era un hombre feliz. Me miró raro.
Como no podía leer ni tampoco charlar con el vecino, pensé que me tenía que resignar a revivir una novela: Asesinato en el
Sureño Express. Tenía que matar el tiempo.
Fue un asesinato perfecto. Llegué enseguida a casa.
Más ilustraciones gráficas
Me manda Miguel d'Ors otra ilustración gráfica de la encarnación biográfica de la teoría de la estirpe. Falta Eugenio porque es anterior a la Universidad de Navarra, pero es la propia Aula Magna de la universidad la que entra, tímidamente, como tercer eslabón de la cadena. Las fotos son preciosas, además:
Ya estoy en ascuas pensando en cuál de los brillantes hijos de d'Ors volverá a ocupar, cuando el tiempo diga, esa tribuna; y qué nieto...
sábado, 16 de diciembre de 2017
Raíces
Hoy no iba a poder escribir entrada ninguna, y sale, al rescate, el artículo de la Revista Misión, que trae, de regalo, encima, esta estupenda ilustración de Marta Jiménez:
viernes, 15 de diciembre de 2017
No hay d’Ors sin tres
Un amigo ve en internet esto:
Y se acuerda de un poema mío del que la página de Wikipedia parece una ilustración.
ORSTODOXIA
Primero, Eugenio.
Don Álvaro después.
Y ahora Miguel.
No hay d’Ors sin tres.
Pero mi emoción va más honda. Don Álvaro habló de la suya como una estirpe intelectual de derechas y, por tanto, solitaria. Abandonada por la intelligentsia por ser de derechas y por las derechas por ser intelectual. Wikipedia suele poner entre las búsquedas asociadas a compañeros de generación o de trabajo, siempre a coetáneos o colegas. Con los d’Ors ha respetado la estirpe y la soledad y yo pido un aplauso muy fuerte para el algoritmo recóndito que haya tenido tan preclara idea en contra de sus hábitos.
jueves, 14 de diciembre de 2017
Pupila azul
Es mentar cualquiera la Rima XXI de Bécquer, y que te recuerden ipso facto que el maestro se equivocó al hablar de “tu pupila azul”. Yo llevaba 48 años (más o menos) sufriendo en silencio, pero se acabó. Voy a explicar por qué esa pupila azul está perfecta, desde el punto de vista poético, dejando fuera la oftalmología, claro, y también que Bécquer tuviese una tendencia pupilística notable: hay pupilas en las rimas XIII y XIV y en leyenda "El caudillo de las manos rojas", por no hablar de los casos menos chocantes de la rima VIII y la leyenda "La rosa de pasión". Habría que ver (con las pupilas) caso por caso, aunque puede ser que una querencia becqueriana diese en la Rima XXI su mejor cara. Porque la da. Fíjense:
1- Hay un traslado de sentido, no sé si metononimia o sinestesia o sinécdoque, pero que hace que el azul lo llene todo, la mirada, claro, y el poema.
2- “Iris azul” hubiese sido cursi; “mirada azul”, obvio y oftalmológicamente igual de falso o más; ojos azules, prosaico y desvaído.
3- La pupila azul hace una alitearación que titila. Parece una estrella.
4- Que la pupila azul se clave en la pupila incolora, toda atención, del poeta tiene un recoveco erótico que j. detectó ayer en su comentario, él que sabe mucho de esto.
5- El encuentro de las dos pupilas, además de lo dicho en el punto 4, hace saltar chispas de alguna manera pre-machadianas: el ojo que mira, el que ve, y todo eso. Mira tan intensamente el poeta y desea ser mirado tanto que todo es pupila. Azul, naturalmente.
miércoles, 13 de diciembre de 2017
Holan explica a Bécquer
La famosa Rima XXI de Bécquer ha dado lugar a muchas interpretaciones metapoéticas. ¿Confundía Bécquer la poesía con el amor? ¿Estaba haciendo una referencia a la teoría del lector como fuente final de la poesía del texto?
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
Vladimir Holan --aprendemos en la última entrega de la revista Anáfora, gracias a una traducción del impagable Vicente García-- escribió, seguramente sin saberlo, el mismo poema, con un toque Ernesto Cardenal:
LA POESÍA
"¿Qué es poesía?", te preguntó una joven,
y quisiste decirle: Que tu existas,
y, con temor y asombro,
que son las evidencias del milagro,
me abrumen de tal modo
tu juventud y tu belleza.
Y no puedo besarte ni acostarme contigo
porque no tengo nada
(tan solitario escribe quien carece de todo).
Te quedaste callado,
y ella no fue capaz de escuchar todo esto.
Holan explica la rima de Bécquer: su fascinación ante la belleza, que lo es ante el poema, el misterio cercano, pero inalcanzable, la pulsión física y la tensión espiritual. Y al iluminarlo el poema de Bécquer se engrandece: porque calla todo lo que Holan dice y dice (a la chica) todo lo que Holan calla.
martes, 12 de diciembre de 2017
Figurita
Me acosté tarde y vi que las luces del belén que habían puesto los niños seguían encendidas.
Fui a apagarlas, pero no encontraba el interruptor con las pilas. Miré tras las montañas. Nada. Miré bajo la mesa. Nada. Miré junto al enchufé. Nada.
Hasta que vi el paquetito con las pilas escondido tras una columna del Portal. Y me pareció una figura de Navidad especialmente perfecta. La luz y la energía de todo el belén emanan secreta e inesperadamente del Portal.
[Interesará a Ricardo Calleja]
lunes, 11 de diciembre de 2017
Cyrano retroactivo
La observación crítica más valiosa (la de las muertes) la pude hacer in situ a pesar de mis hijos y sus pataditas. La más pedante y discutible la hago ahora, sopesando la experiencia, con la espalda recta, tranquilo.
Mi tesis es que una adaptación cinematográfica es letal para una obra de teatro. Más allá de lo evidente, como los primeros planos, el tono de voz y los decorados naturales, más allá, está que el cine fija la obra. Si el teatro sigue a la película, suena a interpretación sobre interpretación y sobre interpretación otra. Demasiado y no llega. Si se quiere apartar, el público nota el esfuerzo y el gesto.
Lo fluido y libre, que es esencial en el teatro, se congela. Yo no le veo remedio.
domingo, 10 de diciembre de 2017
Cyrano y su circunstancia
Hace meses tuve la feliz idea de ir al teatro con mis hijos a ver Cyrano de Bergerac, y reservé las entradas de esta noche. Pensé que la rima, las espadas, el amor, la nariz (con perdón) y las continuas protestas de los niños cada vez que Leonor y yo salimos sin ellos harían que el plan saliese redondo.
Entrar en el teatro les ha gustado. Hemos saludado al alcalde, que les ha regalado un boli. El boli era sospechosamente rojo y me malicié que David de la Encina les había soltado a mis hijos un boli del PSOE. Luego vi que no, que era del "Ayuntamiento del Puerto de Santa María", y me quedé la mar de satisfecho.
La obra empezó bien, pero no para los que se sentaban delante de nosotros. Se volvió muy serio un señor muy calvo, como de película española, a decirnos que el niño daba pataditas en el respaldo de su señora. Cierto. Como no le llegaban los pies al suelo, Quique se balanceaba, ay.
Le ordené que se quedase inmóvil, cual estatua de mármol.
Pero no. El señor se volvió a volver. "Es de suma importancia que el niño deje de dar patadas", me dijo. Yo, crecido por Cyrano, sopesé la oportunidad de un duelo en el teatro, que tendría algo de mise en abyme y de homenaje a Rostand. El problema es que el caballero tenía razón y Quique balanceaba los pies, y a mí no me importa dar las batallas que sean necesarias, pero sólo si son justas.
Me pasé el resto de la obra retorcido, para aguantar las piernas de Quique, que no sabía qué le extrañaba más, si las peripecias de Cyrano o mi torsión. Aprovecho para decir que llevaba unos días con dolores de espalda, además, que ahora se han agravado.
Con el rabillo del ojo veía que Leonor también tenía su ten con ten con Carmen y sus piernas colgantes.
La obra resulta bastante larga, al menos en nuestras circunstancias.
Que eran ideales para apreciar un matiz del final de Cyrano que quizá no controló Rostand, pero que resulta estupendo. Dice Roxana que ha perdido dos veces al mismo ser, y eso nos anima a comparar las dos pérdidas. La sobriedad de la muerte de Christian de Neuvilette contrasta con la muerte un tanto egocéntrica de Cyrano. Le salió mejor la muerte escrita que la real (no a Rostand, a Cyrano), y eso es otro símbolo metapoético en una obra que está llena de ellos. Vivmos, Cyrano, mejor por escrito, morimos mucho mejor.
Me ayudó a verlo que, a esas alturas, con Carmen dando cabezadas y Quique con calambres en la pierna, estaba deseando que aquello acabase como fuera.
Hemos aplaudido a rabiar.
sábado, 9 de diciembre de 2017
Resistir es ascender
Qué difícil es,
cuando todo baja,
no bajar también.
Pasa, don Antonio,
también al revés:
cuando todo baja
saber sostenerse
supone ascender.
viernes, 8 de diciembre de 2017
miércoles, 6 de diciembre de 2017
Chulo, la verdad
La presentación de Vida le llaman de Cristina Luque fue como la seda. Era estupendo oír a los presentadores y luego escuchar los poemas de Cristina y sus explicaciones. Pero tanta perfección no era posible. Abrí el poemario, ansioso, y me saltó al cuello (nudo en la garganta) el poema "Cumpleaños". Me desazonó. No, no porque no fuese bueno, que lo es, ya verán, sino por lo contrario. Era un poema al padre y se había escapado de mi Tu sangre en mis venas. Entre poemas que salen después y los que se me traspapelaron antes y los que no leí nunca, qué remordimientos me rodean.
Para evitarlos, abro nueva etiqueta en el blogg y copio y pego:
CUMPLEAÑOS
Recuerdo en un poema hablar de tus silencios,
de toda la enseñanza que guardaban
y de cómo Galicia me recordaba a ti.
Hubiéramos comido hoy todos juntos,
con la gente de siempre
y, aparte de reírnos y charlar,
hubieras apagado ochenta velas.
Y hubiéramos hecho fotos...
Y hubiéramos cantado Fogar de Breogán...
Hubiera estado chulo, la verdad.
martes, 5 de diciembre de 2017
Memorialista (2)
Rebusco en mi memoria para satisfacer la demanda de "historias de mi vida" a la hora de acostar a los niños.
Mi madre decía a todo el mundo que yo era muy simpático y amigable. Cuando una madre o una abuela estaba preocupada por las habilidades sociales de su niño, me enviaban a mí para integrarlo. Conocí a gente muy curiosa en toda la extensión del término.
Mi mayor éxito fue un chico al que integré tan bien que acabó esnobeándome.
Pero en la mayoría de los casos yo fracasaba estrepitosamente.
Mi mayor fracaso fue hasta peligroso. Llegué a la casa del paciente a echar la tarde. Yo también iba muy paciente, dispuesto a todo. La tarde se hacía infinita. Parecía la hora de irme y era sólo la de la merienda. Me ofrecieron un bocadillo. Dije "vale". Me preguntaron: "¿De qué?" Dije: "Me gusta todo" y, como castigo a mi hipocresía, me dieron algo que me repugnaba: un bocadillo de mantequilla y azúcar.
El chico solitario y yo mascábamos nuestros sendos bocadillos en silencio. Se oía el cri-cri del azúcar horadando nuestras muelas. Un magnífico bóxer se sentó enfrente y miraba con ojos de deseo mi bocadillo. Yo le miraba y pensaba: "Qué más quisiera dártelo".
Cuando lo terminé. El bóxer se puso furioso de que no le hubiese dado ni un trocito y se abalanzó contra mí. Yo eché a correr como un loco, aprovechando que el jardín estaba cuesta abajo. El bóxer me pisaba los talones. Oía a lo lejos los gritos del niño silencioso y de su madre preocupada por las amistades del muchacho (en toda la extensión del concepto). Como me cogía, me tiré de cabeza a la piscina, con ropa y todo. El bóxer se tiró detrás. Pero en el agua yo era más rápido y me salí por el otro extremo de la piscina. Sin decir "adiós", calado hasta los cuernos, temiendo un corte de digestión por mi bocadillo de mantequilla y azúcar, cogí la puerta y me fui chorreando a casa. Dejando un reguero de agua. Tal vez también de lágrimas. Tomé por calles accesorias no fuese a encontrarme la madre con el niño y a darme otro bocadillo de mantequilla con azúcar.
Lo bueno de hacer memoria es que anoche, por fin, comprendí la furia del bóxer. Había detectado, el animalito, el asco que me daba el bocadillo y no entendió que me lo comiese así, entero, sólo por jorobarle.
lunes, 4 de diciembre de 2017
Memorialista (1)
Mi hijos saldrán memorialistas, ya verán. Mi profecía se basa en mi experiencia. A mi padre, en vez de cuentos, yo le pedía poemas. Y eso marcó mi destino. Mis hijos no me piden cuentos ni poesía, sino "historias de mi vida". Les estoy haciendo un repaso exhaustivo.
A veces me veo bastante agobiado y falto de material. Así que hace varias semanas les conté que una vez se despertó mi vocación científica y quise saber qué pasa con la orina si se conserva un tiempo. Añadiré que estamos ante uno de los motores de mi vida: la conservación y el aprovechamiento. Me da mucha pena desperdiciar cualquier cosa y me gustaría encontrar una utilidad hasta para el pelo que me corto. El caso es que hice pipí en un bote de cristal y lo cerré bien. Lo escondí al fondo del paragüero de la entrada.
El problema es que lo olvidé allí.
Un día, mucho tiempo después, de pura chamba, lo recordé a la hora de la siesta. Daba gracias al cielo porque habría tenido muy difícil explicar el experimento a mis padres de haber sido descubierto in fraganti.
El resultado daba pena y asco. Cogí el frasco haciendo de tripas corazón y me escabullí por un boquete en la valla a la parcela de al lado, que estaba sin construir y era nuestro monte, y allí lo enterré, debajo de una casuarina.
Pasaron los años. Luego construyeron en aquella parcela y la casa, todavía más tarde, resultó ser la casa de la abuela de un amigo de Quique.
Por eso del amigo y que es, por tanto, un secreto de familia, esta historia le encanta a Quique. Me la volvió a pedir, pero yo os la cuento por lo que sigue. Carmen se negó. Dijo que eso son cosas muy asquerosas propias de chicos. Luego, me miró apiadada y dijo: "Pero tú ya has crecido, papá, y has dejado de ser asqueroso".
domingo, 3 de diciembre de 2017
Maldita rima
Se empeñan en invitarlos a chucherías, aunque yo no quiero que tomen tantas. Para convencerme, me dicen: "Las tomaremos de postre de la cena". A los cinco minutos, Carmen me da su bolsita y me dice: "Guárdamela para no caer en la tentación".
A Enrique le gusta el método. Me da su bolsa y repite: "Guárdamela para no caer en la ilusión".
Yo caigo en la confusión, porque no sé si reírme por la rima retorcida o preocuparme por lo que tiene de conexión psicológica para siempre.
sábado, 2 de diciembre de 2017
Omnia in bonum!
Anoche, cuando el camarero, cansado de nuestra tertulia interminable, me quitó, con pasos sigilosos y un magistral movimiento de muñeca, el whiskicillo que llevaba, apenas, por la mitad, cortando además por lo sano, lógicamente, la posibilidad de pedirnos otros, me dio muchísima rabia.
Sin embargo, esta mañana, con un dolor de cabeza que me atraviesa de oreja a oreja, doy gracias al cielo por la destreza de bailarín, que Dios le pague, de aquel alma bendita.
viernes, 1 de diciembre de 2017
Estar en la honda
Nos avisaron que algunos muchachos, desde fuera del instituto, estaban lanzando piedras contra la fachada. Algunas clases habían tenido que bajar las persianas para proteger los cristales. Llamamos inmediatamente a la policía. Cuando salí, después de llamar, vi a un macarra como de película que se había colado dentro del centro saltando la puerta principal, que está cerrada hasta que acaban las clases. No me quedó más remedio que irme hacia él, pero con cierta desconfianza. A ver qué pasaba.
Le di el alto. “¿Qué haces aquí, tú, eh?” “He venido a ver a mi primo”, me mintió. “Déjate de primos y vamos para fuera. ¿Cómo se te ocurre saltar la puerta así?” “Es que ha llegado la poli”, me informó. “Ah, ¿ya ha llegado?” “Sí, sí...” “Bueno, pues vámonos a verlos”.
Y me seguía dócilmente. “¿Cómo te llamas?” “Moi”. Yo empecé a desarrollar un síndrome de Estocolmo a la inversa. Qué buen chaval el macarra tirapiedras. Cuando nos acercábamos a la policía, amplió su confesión: “En verdad, salté para esconder aquí la honda”. “¿Qué honda?” “Esa”, y estaba detrás de un matojo. “Vaya. ¿Y para qué quieres tú una honda?” “Pá las cabras”, me dijo, no sé si con la intención de reírse de mi pregunta absurda o por un resto de bucolismo.
Cogí la honda, que es lo que más preocupaba al chico, y me la guardé en un bolsillo. Supongo que con intenciones contrapuestas: dársela a la policía, encubrir al amable macarra o, incluso, quedarme con ese objeto cervantino. Ahora no sé exactamente por qué me la guardé ni sé si lo sabía entonces.
Como la policía estaba al otro lado de la valla, cacheando a los colegas del colega, le dije al mío: “Eh, tú, ahora das la vuelta corriendo a toda velocidad y vas donde la policía. Pensé que si se largaba, ya podría sacar la honda sin traicionar al esfumado elemento. El chaval corría que se las pelaba hacia la puerta del IES. Enseguida llegó el director y abrió la puerta principal. A mis alumnos, que veían la escena desde las ventanas, aquello les hizo una gracia tremenda: el chico corriendo para dar la vuelta cuando ya no hacía falta. Luego me contaron que también habían observado el misterioso movimiento de muñeca con el que me había guardado la honda, pero que no dijeron nada por no comprometerme.
El director y yo saludamos a los policías. Al rato llegó, sudoroso y jadeante, mi elemento. Le llamaron “Moi” sus colegas y la policía también. Ni me había mentido ni se había fugado. La policía nos sopló: “Ese es de los más peligrosos” “Vaya por Dios”. Con todo, la honda se hundía cada vez más hondo en el bolsillo de mi tres cuartos.
Interrogaron a los tipos. De pronto, uno va y dice sin venir a cuento: “Si no estábamos haciendo nada. Sólo jugábamos con la honda, pero tirando para allá, no para el colegio”. No sé si le tendría alguna guardada al Moi o qué. “¡La honda! ¿Qué honda?”, gritaron los policías, excitados como sirenas de policía. Yo vi que ya no tenía ambigüedad en la que esconderme. Saqué con cara de naturalidad la honda de mi bolsillo: “Esta”.
Los policías me miraban sin dar crédito. A mí, al bolsillo, a la honda.
Yo creo que la mitad de los gritos los daban en mi honor. El rabillo del ojo no me lo quitaban de encima no fuese a sacar otra cosa del bolsillo. La honda, por lo visto, tiene la consideranción legal de arma. Puede matarte. La mía (la que fue mía durante diez minutos, pero que era del Moi) era una honda enorme, buenísima, peligrosa. La ponderaron mucho todos, para mi dolor. Y yo volvía tener sentimientos encontrados: el remordimiento de haber guardado en mi bolsillo el equivalente de un revólver y la lástima de no habérmela distraído. A Moi se le complicaban las cosas.
Yo decidí volverme con mis alumnos, porque aquello ya lo manejaba bien el director y porque los policías me miraban bastante raro.
Anduve apesadumbrado por la policiía. Supuse que tiene que ser muy cansado defender la ley y el orden y que hasta los más carcas caigan en la tentación de echarle un cl un poco al niño hondero.
Luego, mis alumnos, muy divertidos me amargaron más. Me explicaron que en Puerto Real hay una enemistad infinita entre las hondas y la policía desde los tiempos de las huegas salvajes de Astilleros. También me recordaron que hay un delito de encubrimiento. Uno de ellos tuvo que pagar una vez una multa de 89 euros por no denunuciar a un amigo.
Estaba desconsolado y sin honda.
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