En la hamaca de la piscina me di cuenta de que mi tarde se me estaba complicando mucho. No podía sacar a los niños del agua a la carrera y Leonor estaba haciendo gestiones. Me resigné a quedarme tumbado en la hamaca, leyendo, mirando de reojo las risas de los niños, y a no ir a una actividad religiosa que tenía convocada. Como estoy leyendo un librito extraordinario de un escritor protestante, me dije: "Cambio la meditación por esta lectura y quizá me aproveche bastante más".
Pero la Providencia no iba a dejarme tan pancho en mi hamaca. El libro, ya digo, había sido extraordinario hasta ese momento, pero justo cuando lo utilizaba de coartada moral, va el autor y se pone a hablar regular de la Virgen María, con lo que yo la quiero, y del culto excesivo de los católicos. Ay.
Me lo tenía merecido.
Quedé bastante mohíno. Tanto, que por la noche, la misma Providencia tuvo a bien regalarme una copla de Mario Quintana que, aunque quizá sólo sea un requiebro a una sobrina llamada María, podría leerse perfectamente como un canto eucarístico y mariano. Así lo leo y lo rezo y lo agradezco yo:
Tres cosas hay en el mundo
cuyo gusto nunca hastía.
El sabor del pan, del vino
y del nombre de María.