jueves, 30 de septiembre de 2010

El chino expiatorio

Como los datos de la huelga general son tan brumosos y contradictorios, habrá que fiarse de fijarse. Y lo que uno ha visto, en general, es poca huelga. Una amiga de Sevilla me cuenta, sorprendida, que los únicos comercios que han cerrado en su barrio son los chinos. Han puesto grandes carteles apoyando a la huelga.

Es raro, porque no se les ve muy concienciados con los derechos laborales a los chinos ni interesados por la política nacional. Mi impresión es que, con la prudencia milenaria que les caracteriza, han decido cerrar (de puertas para afuera, por lo menos). Y todavía me aventuraría a llevar más lejos mi hipótesis: no lo han hecho por un miedo puro y simple a los piquetes informativos.
Saben que no concitan demasiados entusiasmos, y girardianos por instinto, han pensado que a los piquetes se les podía ir la mano especialmente con ellos, y que quizá algunos ciudadanos secundasen la cosa. Seguro que un proverbio chino lo dice mejor, pero traducido, se han dicho: “Por si las moscas…”

Es sólo una hipótesis, pero convendría verificarla, por si las moscas. No vaya a ser un síntoma de un miedo más hondo y de un rechazo latente.
[Con esta entrada ya escrita, leo una noticia en El Mundo sorprendiéndose del cierre a cal y canto de los grandes almacenes chinos. ¿Y los restaurantes?]

miércoles, 29 de septiembre de 2010

La huelga como método de trabajo

En el Diario, aprovecho el día para hablar de trabajo y estudio. Pero tendría que haber hablado de la huelga como método de trabajo. Un poeta no puede hacer huelga, además de por sus convicciones políticas, si es el caso, que lo es en este caso, porque en cualquier momento la musa puede, oh, asaltarlo. De hecho, la musa prefiere cogerlo, contra lo de Picasso, por sorpresa, descansado. Lo malo es que tendría que haber citado a Mario Quintana, el de La pereza como método de trabajo, y de él hablé hace nada en otro artículo para el Diario. Y eso estaba pensando cuando recibí, oh telepatía consanguínea, este e-mail de mi hermano Jaime:
Enrique, estaba ojeando (hojeando) tus/sus Puntos suspensivos y me han entrado ganas de verle la cara a Mario Quintana. Te copio tres fotos en las que el pobre hombre está trabajando; qué vidas duras hay por ahí. Da que pensar.


Sin necesidad de ponerme de huelga he podido echar la mañana marioquintaneando. Los alumnos la han hecho por mí. Ha sido muy provechosa

lunes, 27 de septiembre de 2010

Un girardiano de bodón

Ante una fiesta, y más cuanto más grande, el giradiano se pregunta dónde está el sacrificio. Si la fiesta es una boda, la pregunta es inquietante. Que entren dos y salga un cuerpo solo, o en camino de hacerse, es un milagro, pero a uno le cuesta trabajo verlo como un sacrificio, la verdad. Con todo, sacrificio tiene que haber y el sacerdote, por si cupiesen dudas debajo de un crucificado enorme, avisa al marido de que habrá de amar a su esposa como Cristo amó a su Iglesia, nada menos.

Lo que se sacrifica en una boda, pensé (a medias con Chesterton y su Superstición del divorcio) es la libertad futura, la posibilidad de ir amando a todas las mujeres, que se lo merecen. O sea, escoger a una entre todas las mujeres (aquí, un oportuno toque mariano). No es pequeño sacrificio, aunque sea gozoso. Por eso se merece una celebración por todo lo alto.

Cuando no se hace el sacrificio en serio, no viene a cuento la celebración. Al menos desde el punto de vista de un girardiano irredento. No fue el caso, y lo pasamos de miedo.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Mi familia (política) al derecho y al revés

El otro día Leonor me sorprendió clamando al cielo: "¡Un marido, dos perros y una hija es demasiado para mí!". Yo me quedé sorprendido, porque en ese momento estaba intentando montar (sin éxito) la silla de seguridad en el coche.

Lo he contado en una reunión familiar y mi cuñado, muy serio, sorprendido él mismo, ha preguntado: "Pero, ¿los perros, los pobres, qué molestan?"

viernes, 24 de septiembre de 2010

El último trago

Las picaduras de los mosquitos de septiembre son terribles, reconcentradas. Conscientes de que el frío echa el cierre al chiringuito, apuran el último trago hasta el fondo, de un tirón. Les falta dar un golpe en la barra con el vaso vacío, mientras dicen: "Argh". O ni eso les falta, que hace nada zumbaban alegremente y ahora rugen.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Sensación de vivir

En parte por el mal cuerpo de uno de los primeros madrugones del curso, después de una noche movida; en parte porque, probando las herramientas del programa Evernote, había capturado mi imagen con la cámara del ordenador y había quedado impresionado, cazador cazado, con mis arrugas y bolsas en los ojos, por todo eso, estaba predispuesto a que me pasara lo que me pasó.

Cuando se me acercó la alumna y se asomó sobre mi hombro y me preguntó en un susurro por la clave del wi-fi de la biblioteca y sentí su olor a recién salida de la ducha y vi su melena mojada y su sonrisa, me entró una oleada de sen... sación de vejez. Podía haber sido de sensualidad, claro, pero eso no hubiese sido una novedad. Fue de vejez. Sentí el vértigo del abismo del tiempo, de su paso; pero no con rabia, sino con aceptación, no con pesadumbre, sino si acaso con pesantez. La clave del wi-fi no la sabía.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Efecto Quintana

El momento peligroso del artículo de hoy es cuando cito un aforismo de Quintana y digo, sin más, sin explicar que una cosa es un poeta y otra un político, que más o menos lo podría haber dicho igual Zapatero. No lo sé, pero si Mario Quintana supera esa prueba, sería ya la pera. (Ahora tengo un poco de cargo de conciencia de haberle hecho pasar por ese trago.)

martes, 21 de septiembre de 2010

Más asombro

Miró por la ventana, se volvió y le dijo: "Mamá ¿tú sabes que todos los días se hace de noche?"

[Rafa Méndez, 3 años. Mamá es una prima de Leonor, o sea, que el genio es mi sobrino, político, pero sobrino.]

lunes, 20 de septiembre de 2010

Otro asombro

La vuelta al cole se les vende a los niños con eso de que se van a reencontrar con sus amiguitos. También debería vendérseles que van a encontrar amiguitos nuevos. Como profe, ese es mi caso todos los años, y éste más. A mi departamento en el Instituto han llegado dos nuevos colegas. Si yo fuese mi admirado Julián Marías, podría reflexionar sobre el impacto en la vida biográfica cuando nos encontramos con otras personas y las trayectorias que se abren, las posibilidades de influencias y enriquecimiento mutuo, etc.

No soy Marías. Así que me contento con disfrutar de un asombro más elemental o naíf: la existencia de tantas personas que desconozco y que llevan sobre sus hombros una porción tan grande y tangible de realidad. Me hablan de sus maridos e hijos, de sus trayectorias profesionales, de sus ideas pedagógicas, de sus ilusiones y miedos, y yo les escucho asombrado de la casi infinita riqueza de los seres humanos.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El síndrome Sansón

Lo padezco. Y tengo mucho interés en saber si es algo generalizado. Cuando me pelo pierdo toda mi fuerza (y como física no hay mucha que perder, pierdo sobre todo la intelectual). Venía notando esos efectos de hace tiempo, pero habida cuenta de lo torpe que estuve antes de ayer, todo el día, después de ir al peluquero, ya he visto claro que es un síndrome. Me pica todo el cuerpo y tengo como una leve sordera, y estoy lento e incómodo, como medio mal dormido. Se puede aventurar una explicación científica, para dejar a la bíblica en paz. Esos meneos de cabeza, inclinada para acá, y para allá, la sensación lorquiana de la navaja en la nuca, los retorcimientos de oreja, el cepillado final de la caballera, la raya hecha a presión y con la ayuda del secador, la amistosa conversación animada… Poco a poco, todo te va aturullando. Luego, lógicamente a uno le cuelan todos los goles del mundo durante las siguientes horas. Sin embargo, hay una conexión con lo bíblico que me escama: yo siempre voy a pelarme cuando me lo dice mi mujer.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Versos que el viento me trajo

Un comentarista del BB (blog Baltanás), en una entrada que se ha volatizado, añadió a la añada 2010 de libros de poesía, un título de Karmelo C. Iribarren. Es el negativo de Carmelo G. Acosta, o la kruz de su cara (el canto es de los dos). El caso es que me gusta mucho K. C. I., y era, encima, un libro para niños: Versos que el viento arrastra. No me pude resistir y se lo encargué a nuestra librera preferida. Y entre unos y otros vientos me llegaron sus versos, muy sazonados de greguerías, entre los que el barbero del rey de Suecia nos ha seleccionado tres poemas:
.......LO QUE DICE LA FAROLA

Qué vida
más arrastrada:

de día
los perros
y de noche
los borrachos.

Por qué
no nacería
lámpara.

............***

.......LA TRISTEZA

Un gorrión
muerto
en la acera:

Un truco de la tristeza
para decirnos que existe,

sin ponernos
muy muy tristes.

............***

.......DÍAS CORTOS, NOCHES DIMINUTAS

Qué cortos parecen los días
y qué diminutos los noches
cuando vas sentado en un tren
que pasa por muchos túneles.

............***

.......LAS ESTACIONES

Las estaciones
sirven
para tres cosas muy importantes:

para que lleguen los trenes,

para que se vuelvan a ir,

y para que lloren los enamorados.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

lunes, 13 de septiembre de 2010

Leve toque maestro

José Jiménez Lozano, en Historia de un otoño deja caer una joya de ironía. En la historia, el amable abate Dubois hace una exposición del desengaño que la vida supone tanto para las monjas como para las señoritas que se casan y que se habían pasado, previamente, el día hablando de amor y creyendo que es una batalla de rosas o de poesía; en todo caso, de inacabables desmayos del corazón... Pero (y aquí viene la joya en negritas mías) luego sucede que:
Su marido bebe o lee o anda tras otras muchachitas.
Es un levísimo toque maestro, aunque en mi conciencia haya resonado como un tremendo aldabonazo, y por sorpresa.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Y viceversa

“El mayor encanto de los bebés son sus mamás” me parecía uno de los aforismos más incontrovertibles de Mario Quintana. Y lo es, en términos generales, menos para sus papás.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Dolió

Me habían avisado, pero no lo bastante. “Es muy duro ser padre”, repetían. Y no lo digo ahora por el corazón en un puño del día de ayer, el primero que dejábamos a la niña sola, los dos trabajando. Ni tampoco porque la puñetera, enmadradísima, no permita que nadie le dé los biberones. (Como la pille Aído, la encarcela, porque Carmencita no es partidaria de la paridad para nada.) Tampoco lo digo por el sueño interrupto. Ni tan siquiera, por aquello, tan advertido, de que uno iba a pasar a un segundo plano para Leonor. Lo verdaderamente durísimo ha sido oír a ésta decir a aquélla: “A mí nadie me ha querido tanto en la vida”.

Eso me dolió. Mi primer impulso fue echarme al monte de las disquisiciones metafísicas, que si la inteligencia, que si la voluntad, que si el amor es esto y es aquello; pero no iba a convencer a ninguna de las dos.

Guardé silencio.

Aguanté como un hombre.

martes, 7 de septiembre de 2010

Anda, jaleo

Al ir y al volver al instituto paso por el barrio de José Antonio Primo de Rivera, que es el peor del Puerto y, por lo visto, uno de los más peligrosos de Andalucía. Con frecuencia hay varios coches patrulla y mucho follón de gente corriendo arriba y abajo. Yo siempre miro, por si descubro algo.

Ayer a las diez menos cuarto sólo estaban allí dos niñas chicas, de siete u ocho años, con su chándal rosa y su camisetilla blanca, sacudiéndose las manos. Se las sacudían tanto, con tanta fuerza, que me fijé mejor para descubrir con qué se las podían haber manchado, las pobres. Y no, que estaban tocando las palmas, pero con mucha energía, jaleándose una a otra, y la más gordita llevando el compás con zapatazos de la zapatilla su pie derecho, las dos tan rectas, tan rectas como se ponen las gitanas, que ya se doblan un poco para atrás, como un arco. Y dale que te pego a las palmas.

Yo apagué las noticias que iba oyendo en mi coche, y seguí mi camino encantado. La tristeza y la marginación se la estaban sacudiendo a base de bien.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Estrategia

Frente al paso del tiempo, las fotos se ponen de perfil. Esperan el momento preciso para dar la cara y cogerle la espalda.

domingo, 5 de septiembre de 2010

sábado, 4 de septiembre de 2010

Penitencia

La estación de trenes del Puerto se ha convertido en una estación de penitencia. Para mí lo es, además, de ida y vuelta. La estación de mi pueblo era pequeña, blanca y azul, encalada y con tejas, con una cantina de aire decimonónico y una inmensa higuera inmemorial tras una verja de hierro oxidado. Desde el andén se disfrutaba de una vista inmejorable del penúltimo meandro del río Guadalete entre salinas, como en un poema del primer Alberti: “¡Ay mi blusa marinera!/ Siempre me la inflaba el viento/ al divisar la escollera”.

Como iban a traer el AVE, tiraron aquella estación para hacer una nueva, adaptada a los tiempos. Siendo en nombre del progreso, nadie dijo ni mu. Y luego, mientras levantaban la nueva, aunque ya se iba viendo que era un horror funcional, un cubo de chapa sin gracia, como seguíamos ilusionados con el AVE, tampoco protestamos mucho. Cuando lo acabaron, efectivamente era un cubo ni tan siquiera grande, descomunal sólo como adefesio, cerrado herméticamente a las vistas y a las brisas, pero, habiendo pasado ya dos o tres años, se nos había olvidado bastante la vieja estación, ida para siempre.

Y ahora viene la penitencia de vuelta. Los amigos van apareciendo por el Puerto y nada más vernos preguntan qué ha pasado: ¿ómo nos han colado el timo de la estacioncita? Y nosotros, entonces, caemos en la cuenta, y la humillación es doble: por haber perdido aquella, tan bonita, y por el papel tan desairado que hacemos cuando son los de fuera los que se duelen más.

El último visitante se empeñó en que le dedicase mi columna de Alba. Me parecía un tema muy local para tratarlo en un medio nacional, pero él insistía con contundentes argumentos. Me convenció, como ven, y no sólo porque daba la casualidad de que era y es el director de este semanario, sino porque efectivamente la historia encierra una moraleja clara: el cuidado que hay que gastarse con la retórica del progreso, que, si te descuidas, te deja descompuesto y sin novia. Porque esa es otra: después, entre un paso para adelante y dos para atrás de los Presupuestos, el AVE no vino.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Incierta, sin duda

Como este número [el último del mes de julio] está dedicado al heroísmo, tenía previsto hablar de las familias numerosas. Pero lo primero que leí nada más comprar el Alba de la pasada semana, me hizo cambiar de planes. Naturalmente, lo primero que leí fue mi artículo (“naturalmente” viene aquí de naturaleza caída).

Contaba que estaba leyendo la novela Incierta gloria, y la recomendaba vivamente. Y eso mismo he estado haciendo con todo el que me cruzaba. Ahora, que la he terminado, he de relativizar mi recomendación. No creo que los lectores de Alba necesiten que yo les convenza de las virtudes heroicas de las familias numerosas y, en cambio, sí cabe dentro de lo posible (siendo optimistas) que alguien se anime con la novela de Joan Sales fiándose de mis palabras.

La novela, a partir de la mitad, se vuelve más incierta que gloriosa. Da melancolía y hasta rabia, porque las dos primeras partes de las cuatro en las que se divide son extraordinarias. La acción transcurre en el frente de Aragón durante la guerra civil, dentro de una brigada republicana formada por catalanes, pero se tocan temas universales y muy íntimos.

En las dos partes finales, sobre todo en la última, el interés se va traspasando de lo humano y teológico a lo sociológico y clerical. Al final el libro se convierte en una prueba irrefutable del empobrecimiento decisivo que producen los nacionalismos, incluso en los más inteligentes y talentosos, como sin duda lo fue Joan Sales.

El autor se empeña en convencernos de que las matanzas de religiosos en la Cataluña republicana obedecían a un milimetrado plan de los fascistas. Encima cae en el racismo más burdo: el villano de la historia no es un catalán de pura cepa, como parecía, sino “naturalmente” el hijo ilegítimo de un extremeño, como el personaje principal de la novela ya le había adivinado nada más echarle un ojo.

Entristece ver cómo el catolicismo cósmico, vibrante, trágico, trascendente de la primera parte de la novela, acaba reducido al eslogan de “¡Queremos obispos catalanes!” Un sacerdote pierde la fe, entre otras cosas que pierde, porque no le dejan predicar en catalán. Como motivo es asombroso, muy sintomático y poco intelectual.

La novela puede partirse, pues, en dos. La primera mitad, absolutamente estremecedora. Y la segunda de relativo interés, aunque sirva para estremecerse ante los estragos que hizo, hace y hará el nacionalismo, incluso entre los mejores.

jueves, 2 de septiembre de 2010

No pude atraparlo

Me faltaban unos cuantos poemas para mi libro, y oía su música, los tenía en la punta de la lengua pero no me salían. Se me ocurrió escoger algunos poemas de otros (ya sabéis, los poemas más míos) que respondiesen a mis expectativas o necesidades y ponerlos idealmente en los huecos, para que llamasen a los poemas míos míos. Uno de los que puse fue este de Blanca Andreu:

Con diplomacia
como para una cena de embajada
camufladas de condes o notarios
de viudas ricas o de camareros
se cuelan en el pazo
las golondrinas.
Y con el barro
de la tierra
y su saber
de arquitectos celestes
construyen sus moradas en los techos
de las cuadras y el viejo portalón.
Luego salen,
con el deber cumplido
a dibujar palíndromos
que en chino dicen
ven
amor mío
atrapamesipuedes.

No hace falta decir que no pude atraparlo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tres meses y medio

Carmen es ya una señorita: mantiene erguida la cabeza y se ríe de todo. Para andar por el mundo no hace falta más, verdaderamente.