domingo, 30 de noviembre de 2008

Mira y pasa

Sin motivos, pero me encuentro en un estado de ánimo muy plácido y, por tanto, nada propicio para escribir una columna de opinión. Me siento —si me perdonan la petulancia y muy mutatis mutandis— como Virgilio en el Canto III del Inferno. O sea, que sí, que estamos en un infierno, con la crisis y con las cruces y con Lukoil y con la incompetencia de Garzón y con Almudena Grandes y sus chistes de sal —como era de esperar— gruesa sobre las violaciones y eso, pero lo que me pide el cuerpo es lo que el clásico aconsejó al Dante: “No hablemos de ellos, sino mira y pasa”.

Curiosamente Virgilio da su venerable consejo pasota cuando cruzan por delante de los indolentes, los que no hicieron nada cuando podían y ahora, en el Más Allá, corren de un sitio para otro sin fin y sin propósito definido. Lo que se parece como una gota de agua a las numerosas medidas contra la crisis, a cada cual más histérica, que toma el Gobierno que negaba la crisis hasta que se abrió bajo sus pies. Éste es el momento de darles el consejo del cojo: “No corráis que es peor”. Cada remedio contra la crisis de estos acelerados la azuza.

Luego están las cruces, que descuelgan de los colegios para regocijo progresista. Lo que, a su vez, recuerda a la novela de Chesterton La esfera y la cruz en la que un feroz ateo empieza arrancando crucifijos y acaba viéndolos por todas partes: en los postes telefónicos, en las vallas de madera, en las señales de tráfico. Entonces se le desata un furor destructivo. La esfera y la cruz se publicó en 1910, así que ya da mucha pereza insistir en lo mismo, aunque uno se malicia que, si siguen empollando esta obsesión, terminarán queriendo echar mano a la cruz que llevo en mi pecho. Y ésta no me la tocan si no me arrancan antes, por decirlo con la dulce expresión de Garcilaso, el sentido. Para darle el toque funéreo que faltaba, Zapatero ha equiparado las exhumaciones a las canonizaciones, con una lógica laica inquietante.

Pero hoy ni ZP me inquieta. Me temo que para hacer una columna de opinión esta serenidad estoica no ayuda mucho. Convendría sentirse muy irritado con el mundo y sus engaños o no poder resistir las ganas de reírse de todo (por no llorar). Hoy ni lo uno ni lo otro. Para colmo, a ratos, en la mesa camilla, supero la serenidad estoica y rozo el nirvana budista, con esos ojitos semicerrados de Buda que se ha puesto tibio de pato a la taiwanesa.

Entonces me susurro a Góngora: “Ándeme yo caliente/ y ríase la gente./ Traten otros del gobierno,/ del mundo y sus monarquías,/ mientras gobiernan mis días/ mantequillas y pan tierno,/ y las mañanas de invierno/ naranjada y aguardiente,/ y ríase la gente”. Claro que esto no resulta muy heroico, ni está nada claro hasta cuándo vamos a andarnos calientes, ni yo soy Góngora, ni Góngora tenía que escribir artículos de opinión... El miércoles será otro día y a ver si me levanto más Quevedo.
[Diario de Cádiz]

sábado, 29 de noviembre de 2008

Curiosidad del idioma

Q.Q.:

Cuando hago un descubrimiento relacionado con el idioma me gusta compartirlo contigo. Puede que en este caso lo descubierto sea el Mediterráneo, como se suele decir; pero, en fin, ahí va: Un verbo que cambia de acepción según vaya en indicativo o en subjuntivo. El ejemplo: “puedes viajar con quien quieras”, y “puedes viajar con quien quieres”. En el primer caso querer es tanto como elegir; en el segundo significa amar.

Sabía que las palabras, muy orteguianamente, son, como las personas, ellas y su circunstancia; y que, por ello varían de significado según el contexto que las rodea, los gestos, etc. Pero me ha sorprendido que haya un verbo que en el mismo contexto cambie de acepción según el modo en que se conjugue.

Un abrazo,

JMGM

viernes, 28 de noviembre de 2008

Paradojas

La altura del vuelo de los aviones se mide en pies.
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Los alumnos que leyeron mi “Aprender a suspender” son los que aprueban.
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Yo hablando de literatura... cuando es la literatura la que habla de mí.
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Defiendo que la poesía no es estética por la belleza de la idea.
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“Te leo si me lees” es una proposición indecente, por muy implícita que sea. Cuando la obra de la parte contratante es buena, la humillación es doble.
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No me siento cómodo de verdad con alguien hasta que no lo he decepcionado por lo menos una vez.
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Cuanto menos rezo más hablo de Dios, como tratando de llenar mi vacío soplando hacia fuera.
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Estoy muy cansado de mi vanidad, pero no tengo otra cosa.
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Desde que decidí que haría una serie de paradojas sólo se me ocurren metáforas.
*

jueves, 27 de noviembre de 2008

Me hace los honores

Hoy no estaré en casa, así que le he pedido a mi buen amigo Logan Pearsall Smith, que atienda a las visitas. Es todo un caballero.

“Debes prevenirte de pensar mucho en el estilo”, sugirió mi amable consejera, “o te volverías como esa gente tiquismiquis que corrige y corrige hasta que lo dejan todo en nada”.

“Entonces, ¿esa gente realmente existe?”, pregunté, perdido en el pensamiento de cuánto me gustaría encontrármelos. Pero la informada señora no podía darme una información precisa.

A menudo oigo hablar de ellos en forma tentadora, y quizá algún día pueda llegar a conocerlos. Parecen deliciosos.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

martes, 25 de noviembre de 2008

Gambas

Comer solo, uno y su plato, cara a cara, suscita hondas reflexiones. Cuando se hace en un comedor universitario, rodeado de mesas repletas de post-adolescentes que furtivamente condescienden a una mirada conmiserativa, más. Lo propio en estos casos es acordarse de César Vallejo: “He almorzado solo ahora, y no he tenido/ madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua”. Yo me acordé de Alberti. En parte, porque había viajado esa mañana desde El Puerto de Santa María a Madrid y, en parte, porque estaba tomando espaguetis con gambas. De poder, aquellas gambas hubiesen recitado: “¿Por qué me trajiste, padre,/ a la ciudad?/ ¿Por qué me desenterraste/ del mar?/ En sueños, la marejada/ me tira del corazón;/ se lo quisiera llevar”.

En mi familia hubo armadores de pesca hasta mi abuelo, y nos hemos reído siempre un poco de los madrileños que en verano mueren por tomar pescado en El Puerto, cuando el mejor pescado se manda a la capital. Sin embargo, allí, en un ambiente intelectual, entre estudiantes, yo en silencio y muy serio y concentrado, comprendí que los madrileños tienen razón. El pez y los mariscos mesetarios muestran un aire nostálgico, que quita el apetito. A la orillita del mar, te perdonan el bocado, pues eso hacen ellos, el grande al chico, pero tan lejos de sus saladas costumbres, dan una impresión de desamparo que encoge el corazón. “Padre, ¿por qué me trajiste/ acá?”

lunes, 24 de noviembre de 2008

Salta la liebre

Los libros de los muertos también llegan a mi buzón. Recibir a tu nombre La Ciudad de Dios de San Agustín, estremece, de emoción más que nada. Otro difunto del que me llega un libro es el poeta de Morón de la Frontera, Alejandro Fernández Cotta (1923-2008). Se titula Campamento de invierno y está publicado en la colección Aldebarán (Sevilla, 1978). Se trata del primer poemario del autor, que se estrenó, por tanto, a los 55 años. Todos los poemas son correctos, pero, de pronto, en la página 42 surge éste, que me parece maravilloso en todos sus sentidos:
.......HECHO CONCRETO
..........................A mi hija Koky

Es cierto:
.................Caen rosas,
rosas sobre mí, aunque no tienen
rosales los balcones.

Y en la calle
no queda ningún árbol, pero entran
ramas verdes por mi ventana y pájaros cantando.

Y estoy aquí, bajo mi techo,
cuando llega la lluvia y me lame.

Y en las sombras
de una noche cualquiera
viene el sol y me toca.

Tú sabes que no miento.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Está pasando, lo estás viendo

A veces lo que va de un slogan a un poema es la entonación del que lo lee. Canal Plus presume de que nos enseñan enseguida cuanto ocurre en el ancho mundo. Bueno. Pero uno no puede evitar leer su anuncio de otro modo: “Está pasando, lo estás viendo (pasar)”. O sea, una variación del “Todo pasa” y del “Tempus fugit” y, a los dos días, del “Ubi sunt”. De eso, aplicado a un caso concreto, y con la parte de melancolía que me toca por dedicarme al articulismo, va mi columna de hoy.
Y quién no recuerda ahora los insuperables versos de Álvaro García:
Deja la actualidad que se hace sola
y ve al presente que te necesita.
Yo a menudo me los recito con ligeras variantes, no sé si por mi mi mala memoria o por mi pesimismo ante la actualidad o por un imperturbable optimismo ante el presente o por un poco de todo:
Deja la actualidad, que se deshace,
y ve al presente, que no pasa nunca.

viernes, 21 de noviembre de 2008

¿Qué es peor?

Este año mis alumnos no entraban en el blogg. Qué raro, me decía. Luego, algunos (y algunas, como es natural) empezaron a contarme que lo visitaban, pero que no entendían nada. Que qué raro, protestaban. ¿Pero qué no entendéis? Así, más o menos, nada, maestro. Ah. Ahora, ante la inminencia de los exámenes, insisten en que no me olvide de que quiero ser santo (te has postulado, puntualizan), y que a ver cómo me porto. A ver.

jueves, 20 de noviembre de 2008

No, Nabokov

En su Curso de literatura europea, aventuró Nabokov: "La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo del valle neanderthal gritando 'el lobo, el lobo' con un enorme lobo gris pisándole los talones; la literatura nació el día en que un chico llegó gritando 'el lobo, el lobo' sin que lo persiguiera ningún lobo". ¿Seguro? Con todos mis respetos, la literatura nació cuando, en torno a la hoguera neanderthal, un viejo avisó de un peligro invisible, por ejemplo de la mentira, y lo comparó con un enorme lobo gris; y los que le escuchaban sintieron que su piel se erizaba como cuando oían a los pastores aterrados gritando en las tardes de invierno: “El lobo, el lobo”.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Guardia de tráfico

Me recuerdo a aquel policía municipal que ponían antes en el centro del pueblo, con un pitito y unos guantes blancos, a ordenar el tráfico. Últimamente tengo que ordenar mis ocurrencias. Ésa, por aquí, pi-pii-pííí, para un artículo, y ahora hay que ver para qué periódico o cuál revista; ésa, que le dé la vuelta a la rotonda hasta un microcuento; aquélla que siga recta hacia el poema; ésta, eh, ¡eh!, que aparque en el blogg o se eche al arcén de una reseña. A veces, el tráfico está tranquilo, y me aburro. Pero a las horas punta, ¡la marabunta!: vehículos de todos los tamaños, líricas bicicletas, ruidosas motos, camiones de mercancías, y atascos y colisiones. Y yo en medio, con mis guantes blancos y mi silbato afónico, subido a una caja blanca y roja, con un casco brillante de bombero, sin que nadie me eche demasiada cuenta, haciendo gestos con los brazos, desinflándome a pitar.

Hoy pondré un ejemplo ajeno, mañana propio. Hoy, José Emilio Pacheco y un poema que hubiese estado mejor en un libro de memorias o en una entrada de blog; mañana, un texto mío que estaba mal estacionado como poema, y que una grúa ha movido a al garaje de La Gaceta como pequeña columna. Para devolver lo de Pacheco a su sitio, lo copio aquí, donde pega:

EL FORNICADOR

En plena sala ante la familia reunida
—padres, abuelos, tíos y otros parientes—
abro el periódico
para leer la cartelera.

Me llama la atención una película
de Gary Cooper en el cine Palacio,
o en el Palacio Chino, ya no recuerdo.

Lo que no olvido es el título.
Pregunto con la voz del niño de entonces:
“¿Qué es El fornicador?”

Silencio, rubores,
dura mirada de mi padre.
Me interrogo en silencio:
“¿Qué habré dicho?”

La tía Socorro me salva:
“Hay unas cajas de vidrio
en que puedes meter hormigas
para observar sus túneles y sus nidos.
Se llaman formicarios.
Formicador
es el hombre que estudia las hormigas.”

domingo, 16 de noviembre de 2008

Furbo

Me doy cuenta de que en mi artículo futbolístico no hago ni una aleve mención al manifiesto de los futbolistas vascongados. Mejor.

[Peor, en cambio, que se me hayan comido en la página web del Diario los puntos y aparte.]

jueves, 13 de noviembre de 2008

A vuelta de correo

[Estreno sección en Rayos y truenos. En “A vuelta de correo” daré noticia de los libros que me llegan. Como no son tantos y yo soy tan buena persona, mi tentación es animar demasiado al remitente, a medias entre el agradecimiento y la empatía. Para vencerme, responderé aquí, a la vista (exigente) de vosotros.]

Kiko Méndez-Monasterio ha escrito la novela La calle de la luna. La sinopsis argumental la logra con una exactitud alucinante y profética esta soleá de José Luis Tejada en Cuidemos este son(Renacimiento, Sevilla, 1997; pág. 24):
Tú has de llegar paso a paso
de la calle de la Luna
hasta la del Desengaño.
A mí me gustaría que la novela me hubiese gustado menos, sinceramente. Habla de los años universitarios de mi generación, de una frivolidad que se hacía hielo, o nieve. La mía, mi frivolidad, era no frost, pero me he sentido bastante retratado y ya sabéis cómo me inquietan mis retratos. Sentir nostalgia me ha sorprendido, la verdad.

Aún más me ha gustado el novelista. M-M escribe digamos que de puta madre, con sentido del lenguaje y de sus ritmos. ¿Un ejemplo? Precisamente tanta palabrota (puta, joder, gilipollas, etc.), que suena fresca en la boca del estudiante recién llegado, pero imperceptiblemente, a medida que el tío va cumpliendo años y acercándose a la treintena, va cansando, tanta palabrota, que se solidifica y pesa. Conseguir un efecto tan sutil con un material tan basto tiene mucho mérito.

¿Una crítica? Hubiese pagado para que la novela acabase en la página 177, donde se está la imagen más rotunda y melancólica de La calle de la Luna. Habría sido un final redondo y a la vez abierto, con cierto atisbo de esperanza. Y con qué frase para el punto final: "Sí, matamos todo lo que queremos. Por querer poseerlo, lo matamos".

martes, 11 de noviembre de 2008

domingo, 9 de noviembre de 2008

¿Qué será lo que tiene el negro?

Si el título ha conseguido que usted baje a leer este artículo, objetivo cumplido y ya podemos volver a que Obama es un hombre de color, evitando lo políticamente incorrecto. Sin embargo, no está de más una previa reflexión lingüística. Ustedes, que se dan cuenta de todo, habrán notado cómo se está utilizando mucho en los medios la palabra “negro” para referirse a Barack H. Obama, que por cierto es mulato.

Lo de llamar a los negros “personas de color” era un circunloquio extravagante y una discriminación para con los otros colores: el albino, el blanco, el rosa, el amarillo, el moreno o el piel roja. Lo de “afroamericano” siempre me pareció una grosería porque les recuerda que vienen de otro continente. Con Obama hemos vuelto al simple negro, paralelo al simple blanco. Y ¿por qué con él? Pues —además de porque él mismo lo ha utilizado bastante— porque se ha convertido en el hombre más poderoso del mundo y, por tanto, cualquier intención peyorativa se cae por su propio peso. Si hubiese perdido las elecciones, ahora sería el pobre candidato de color. O sea, que el caso del negro Obama ha puesto en evidencia la paradójica condición de los eufemismos, que resaltan lo que pretenden ocultar.

Ése es el primer servicio de Obama al mundo. Los próximos habrá que verlos, y lo sensato sería esperar un poco. Se ha generado un exaltado entusiasmo que presagia profundas decepciones, no necesariamente por culpa del líder, sino por la misma naturaleza de las cosas. José Manuel Benítez Ariza ha visto con agudeza que esta catarsis colectiva y planetaria es “un episodio más de los ritos consecutivos de la entronización del poderoso de turno y su posterior defenestración”. Ante tantas promesas de cambio, no podemos evitar un recuerdo al Príncipe de Lampedusa, que apostilló: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”. En líneas generales, la política internacional y el papel de los Estados Unidos no van a pasar ahora del negro al blanco ni viceversa.

Otra parte del entusiasmo se debe a lo que yo llamo el Antisíndrome de Stendhal. En La Cartuja de Parma, Fabrizio del Dongo cruza un jaleo tremendo sin enterarse de que está en la trascendental batalla de Waterloo. Nosotros, por la vanidad de no caer jamás en el ridículo del Del Dongo, nos hemos pasado al otro ridículo, y descubrimos un Waterloo en cualquier esquina. Todos los partidos de fútbol son el partido del año, las bodas lo son del siglo, el invento lo es de la década, el concierto de la generación y así. Con nuestra compulsión por vivir momentos históricos a cada rato resulta natural que pensemos que la llegada de un negro a la Casa Blanca es un hito comparable al Descubrimiento de América.

El color del presidente nos debería importar muchísimo menos que su gestión. Por ahora le aplaudo el desmantelamiento de un tabú lingüístico y esa impresionante habilidad suya para despertar las grandes esperanzas. A ver si cumple algunas al menos en parte.
[Grupo Joly, pero no ha sido colgado de la página web]

sábado, 8 de noviembre de 2008

Dios en el autobús

En lo que se llama España, los progres, los laicistas, los conversos (al liberalismo) y demás predicadores del ateismo están que exaltan de gozo por la campaña publicitaria en contra de la existencia de Dios que se está celebrando en la ciudad de Londres. La idea se le ocurrió a la escritora Ariane Sherine, a la que no tengo el gusto de conocer, y que ahora ha saltado a la fama, como era de esperar. Allí, fundaciones pro-laicismo y personajes célebres —que quieren serlo más— se han aprestado a aportar su apoyo contante y sonante. En los autobuses campea, por lo que cuentan, este mensaje: "Es probable que Dios no exista. Ahora, deja de preocuparte y disfruta de la vida".

Soy firme partidario de que nuestros progres indígenas importen pronto esa campaña, que tanto les gusta. Pero sin pedir subvenciones, eh, que aquí ya nos conocemos; sino aflojándose la cartera, como Dios manda y como ha hecho el prestigioso catedrático Richard Dawkins, el de El espejismo de Dios. (Sí, sí, aquel que no se atrevió a mantener un debate público sobre la existencia de Dios con el periodista católico Paul Johnson.)

Además de por el divino placer de ver a nuestra progresía soltando pasta para algo que no sean sus viajes de merecido descanso todos los meses del año o sus compras por Nueva York, la campaña fomentaría precisamente un debate público sobre un tema de interés, que ya está bien de hablar de los fracasos y aspiraciones sociales del presidente Zapatero, el de me invitan, bien, no me invitan, ay.

Lo primero que quieren que discutamos, por lo visto, es quién disfruta la vida y quién se preocupa. Es una lástima grande que no exista un felicímetro para comparar. En cualquier caso, mediante la observación directa es fácil comprobar que los progres, que se autodenominan tan despreocupados, muestran una preocupante preocupación con el tema de Dios, que, teniendo en cuenta que para ellos no existe, sorprende.

Mi única duda es que no sé si animándoles estaré fomentando que tomen el nombre de Dios en vano. Yo creo que no porque si algunos creen que así luchan por la verdad, están sirviendo a Dios, que es la verdad. Y quien la busca Le encuentra. Por otra parte, Santa Teresa de Jesús, ese milagro indiscutible de la prosa castellana, ya dijo que Dios andaba entre los pucheros. No resultará tan irreverente, por tanto, verlo en los autobuses.

Preparando el libro

Compruebo, mientras selecciono y corrijo las entradas de Rayos y truenos, que en las de 2006 tengo muchísimo trabajo y poco remedio, algo menos de trabajo y algo más de remedio en las entradas del 2007 y casi nada que enmendar en las de este año.
El optimismo se apresura a decirme al oído: “Cada vez escribes mejor, amigo”.
El pesimismo sonríe y, saliendo de la habitación, a la media vuelta, dispara: “De las entradas de ahora, ya hablaremos en dos años…”

viernes, 7 de noviembre de 2008

Primeros versos y último de un poema de Mario Quintana

Me gusta hacer poemas con un único verso
y hasta de una palabra
como cuando escribo tu nombre en medio de la página
y me quedo pensando más o menos en ti
porque pienso también en otras cosas…

[ … Pone el poeta luego numerosos ejemplos de otras cosas, como los ejercicios de álgebra del colegio. Entonces Quintana, que no fue un gran matemático de estudiante, se hace el propósito de serlo en la próxima vida y promete a sus antiguos desilusionados profesores que se aplicará porque, a fin de cuentas, “la matemática es el único pensamiento sin dolor”. Lo promete, pero se da cuenta enseguida de que está mintiendo y acaba con este inolvidable verso:]

Qué fortuna morir de amor y continuar viviendo…

jueves, 6 de noviembre de 2008

Peligro: elogios

Cada miércoles inflijo mi columna a los miembros de una lista de correo. Nadie tiene —yo les insisto mucho en ello— obligación de leerme ni, mucho menos, de contestarme a vuelta de e-correo, pero hay quien lo hace (al menos lo segundo) todas las semanas. Uno me escribe enseguida y siempre: “Gracias, Quino” a lo que yo respondo inmediatamente: “De nada, Quique”. Otros me regalan un “Fenomenal” o un “Fantástico” mucho más eufónicos. Al Retuerzo de Brideshead de ayer, uno de esos incondicionales me contestó lo que sigue: “Gran artículo, artista! No dejaré de ver la peli que aconsejas por nada del mundo. Nuevamente gracias”. ¡Y pensar, ay, que mi autoestima había estado subsistiendo durante semanas gracias a los comentarios de ese amigo entusiasta!

Algo parecido habrá pensado Álvaro Salvador al leer la elogiosa reseña que Luis Antonio de Villena le propina a su libro de aforismos titulado Después de la Poesía en la revista Mercurio. Lo pone bastante bien (“demuestra buenas dotes y supera el notable”), aunque añade que “todo hombre inteligente puede hacer aforismos” y da, para remate, unos botones de muestra que parecen, más bien, unos rejones de muerte: “La carne es triste, sí, sobre todo cuando envejece” y “Cualquiera que proyecte tener un hijo en estos tiempos es un insensato”. Supongo que Álvaro Salvador estará diciendo lo que yo: “Hay elogios que, oye, mejor los dejamos”. O no: quizá esté encantado porque, efectivamente, sean ésos los aforismos estrella del libro. Lo que sería más grave.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Oh Waugh

Lo más irritante de la película de Harrods, perdón, de Jarold no lo cuento en el artículo. También destroza los diálogos. Él y los guionistas consiguen que los personajes siempre suelten otras cosas que las que en verdad dijeron. Deben de hacerlo a medias por pedagogía, porque son excursos explicativos, a medias porque no han entendido nada.

martes, 4 de noviembre de 2008

lunes, 3 de noviembre de 2008

Al fin

Estoy muy melancólico esta tarde.
"Bueno", me digo, "ya era hora". Ahora
podré escribir suspiros desvaídos
y romper de una vez el ritmo ese
de los endecasílabos peinados
con su rayita en medio, y los acentos
cada cual en su sitio, y la sonrisa.
Estoy tan deprimido por fortuna
que escribiré un lamento casi hueco
como exige la crítica: sin métrica,
urdido de vacío y vaguedades,
desmayado y ruinoso, enrevesado.
Qué maravilla la melancolía,
la desazón, qué dulce, la tristeza,
qué alegría la desesperación
y justo hoy, cuando desesperaba
de hacer poesía postmoderna. Al fin
voy a dejar de celebrarlo todo.

Más de Pamplona

Mi antiguo compañero de piso, Antonio Romero-Haupold, se tira al ruedo.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Sushi

Intento resistirme a las modas, pero con escaso éxito, así que acabé cenando en un japonés, que es lo más in del mundo, al menos en Madrid. Reconozco que esta vez mi resistencia no fue heroica, pues del Japón me interesa todo: los haikus, el bushido, la pintura, un poco los bonsáis y mucho el cine de Kurosawa. La gastronomía tampoco me deja frío.

Sin embargo, en aquel sushi especial había unas huevas de atún que no nos entraban por los ojos… ni por la boca. Cada hueva tenía prácticamente el tamaño de una pelota de ping-pong y un color fluorescente medio naranja, medio rosa. Entre los dientes, explosionaba como las burbujas del plástico de embalar. Fue lo único que nos dejábamos en la bandeja.

El camarero protestó con pundonor: “¿No se toman el muy delicioso caviar de atún?” Contestamos: “No”, invulnerables al pomposo sortilegio de la palabra “caviar”. Entonces entornó aún más los ojos y apostilló con una astucia en extremo oriental: “Es bueno para la piel”.

Instantáneamente los cuatro tenedores de nuestras respectivas esposas se lanzaron sobre el plato, entrechocando como en Los tres mosqueteros: “Uno para todos y todos para uno”. “Je, je”, se sonreía el camarero. “¡Qué lección, qué lección!”, se admiraba un amigo que se dedica al marketing. Yo, que me dedico a escribir y en consecuencia soy más melancólico, musitaba: “Y eso que todavía no les hace falta”.