Entre las muchas alegrías que me ha dado el discurso de Benedicto XVI a los artistas está que haya citado a Simone Weil. La filósofa judeo-francesa —que refugiada en Inglaterra murió de hambre en 1943 por solidarizarse con el régimen de comidas de los campos de concentración nazi— es una lectura mía de antiguo. No siempre estoy de acuerdo, pero me acuerdo siempre de sus ideas.
En la primera página de Pensamientos desordenados, publicados por Trotta, dejó sentado un principio suyo básico: “Basta no mentirse para saber que no hay nada en este mundo por lo que se pueda vivir”. En cambio, Chesterton, en la Autobiografía aplaudía con admiración a un tío abuelo que era tan partidario de la vida que, aun si se condenaba, daría gracias por haber existido. Como entre sus siluetas, mayor contraste entre el gordo inglés y la escuálida francesa no se encuentra.
Qué bien que dentro del pensamiento de inspiración cristiana quepan puntos de vista tan diversos. Salta a la vista que yo tiendo más a Chesterton, pero en el justo medio está la virtud, y si bien la vida es un regalo que nunca exaltaremos bastante, hay ciertos casos extremos en los que hubiese sido preferible no haber nacido, como advirtió el mismo Jesucristo.
Weil insiste en la insuficiencia del mundo, y eso, a los vitalistas a ultranza nos levanta la vista. Ella, que quiso compartir la suerte primero de los jornaleros del campo, después de los obreros de la Renault y, finalmente, de los presos de los nazis, entendió muy bien el anonadamiento que conllevan ciertos trabajos. Sólo el espíritu religioso puede redimirlos. “El trabajo manual es o bien una servidumbre degradante para el alma o bien un sacrificio”.
Chestertoniano, yo trato de disfrutar de cada día, incluyendo los laborables. Sin embargo, no deja de ser necesario que nos recuerden la dimensión sacrificial de cualquier trabajo, sobre todo cuando a veces se hacen pesadísimos, insoportables. Entonces, contra la insidiosa pereza (que no para), hay un pensamiento incisivo de Weil que es la cita con que inauguro mi agenda todos los años: “El deber se nos da para que matemos el yo; y yo dejo que tan precioso instrumento se me oxide”.
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4 comentarios:
Yo soy weiliano. Más que chestertoniano, ¡qué le vamos a hacer!
A Simone Weil le fascina el cristianismo como religión de los esclavos, pero no es cristiana, aunque, como reconoce uno de sus críticos más fieros, Charles Moeller, en el cielo estará más alto que muchos cristianos. Le fascina no el Cristo resucitado, sino el abandonado por el Padre (Dios mío, ¿por qué me has abandonado?), y en él encuentra inspiración y estímulo para hacerse "esclava" (en la fábrica, en el trabajo del campo, en sus ayunos...).
De tiempo me olía que este Papa acabaría rescatando a Simone Weil, porque en el siglo XX nadie como ella ha iluminado la raíz griega del sistema cristiano.
Me alegra haber dado con este blog y con su autor, al que en el mío acabo de dedicar un post (http://buenoslibrosnosdedios.blogspot.com/2009_11_01_archive.html).
La lectura de "la gravedad y la gracia" fue vital para mí. Yo, que sabía que me enfrentaba a una pensadora genial y polémica, me quedé fascinado con su lectura.
Y tienes razón en lo que dices. Necesitamos que haya autores que rocen los extremos, incluso que se pasen más allá de ellos, porque nos descubren así campos de la verdad que de otro modo no veríamos. Un Leon Bloy, una Simone Weill, un Kierkegaard (por lo que dicen, apenas lo he leído), por más que nos disgusten en ocasiones, son indispensables.
Yo, que trabajo en el mejor gabinete del mejor departamento del mejor museo, doy testimonio que en el fondo y en la forma hay un sacrificio INEVITABLE en el trabajo. J
Escribir también puede ser un sacrificio. Lo era para Conrad, por ejemplo.
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