En Contra el ruido (¡bellísimo título!), Francisco Alba va conversando (naturalmente en voz muy baja) de esto y de aquello, en una silva de varia lección, pero sin dar lecciones, con amenidad y multitud de datos curiosos. Por confluencia generacional o por afinidad electiva, comparto con él intereses, inquietudes, obsesiones y agradecimientos. Por ejemplo, su intenso y doliente homenaje a los inventores de la anestesia, esos benefactores de la humanidad cuyos nombres hemos olvidado injustamente, como bajo los efectos del éter.
Pero, al doblar una esquina, me encuentro con que sugiere que la fe perjudica el buen humor, y pone como botones de muestra a los talibanes y… a los opusianos [sic]. No he podido evitar sentirme aludido, y soltar una ruidosa (huy, lo siento) carcajada. A los talibanes los he tratado poco, por suerte, pero para muchas bromas no están por lo que uno ha visto en los telediarios. En cambio, los opusianos, dentro de la lógica diversidad de caracteres, ¡jo! ¿A cuáles habrá conocido Alba ? ¿O habrá caído en el cada día más corriente tic laico de la equidistancia por el cual, cuando uno habla, muy de vez en cuando, mal de un musulmán, automáticamente, por compensar, tiene que mentar a un católico, y meterlo en el mismo saco?
Una vez fuera del saco, no tengo más que discutir con Francisco Alba, cuyo libro he leído con una sonrisa de aprobación apenas interrumpida por mi estentórea risa opusiana. En ese mismo artículo viene a confesar que “cuanto mayor es la solemnidad mayor el ridículo. Sentir irrefrenables ganas de reír durante una misa, en una jura de bandera o en una lectura de poesía parece un síntoma de salud mental”, y ahí acierta. Yo aún diría más: sin solemnidad de fondo no hay muchas ganas de reírse. El sentido del humor sólo crece saludable a la sombra de lo sagrado. Tendría que explicarse con una sesuda y seria monografía, pero el meollo del asunto es muy sencillo: el humor es la ligereza ante la gravedad. Sin una no hay otro. Hasta el humor del absurdo necesita a la lógica, como contraste y red de seguridad de sus cabriolas. Los bufones tenían su puesto en las cortes de los reyes legítimos, y por eso Shakespeare, que no daba puntada sin hilo, en el reino descoyuntado de Dinamarca, nos mostró lo que quedaba del pobre Yorick: su seca calavera. Y la tristísima melancolía de Hamlet.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
8 comentarios:
A favor de la risa. Según.
Yo añoro la seriedad de los españoles antiguos.
Así nos veían los de otros pagos. Serios y solemnes.
Melancólicos, llevando el peso del mundo. Como el capitán Julián Romero.
Por ejemplo.
Saludos de su seguro lector.
Matizo. Es fácil tener una imagen simplificada del pasado. Pero supongo que, si se hiciera una encuesta para resumir en un nombre ese pasado en que, cito, "[llevábamos] el peso del mundo", es fácil que el nombre elegido fuera el de Cervantes. Que sabía ser serio, cuando tocaba -ver sólo el lado alegre del Quijote es no entenderlo-, pero también no serlo -ver sólo el lado triste del Quijote es entenderlo aún menos.
Me permito sugerirte el artículo firmado por Elisa Silió en el suplemento cultural Babelia de El País, sobre Luis Rosales y su centenario.
El título viene que ni pintado:
100 años del serio alegre.
Corro a por él, Manupé. El título es espléndido y Rosales, una debilidad mía. Mil gracias por el aviso.
"El sentido del humor sólo crece saludable a la sombra de lo sagrado", cierto, buen apunte. Si sigo ese hilo, mi experiencia me dice que hace falta que lo sagrado se encarne. Si no, el espíritu universal, o el panteísmo, o el estoicismo derivado, terminan convirtiéndonos en personas demasiado serias.
Muy bien seguido ese hilo, MF. Lo que digo está bastante liado, y lo mejor que puede hacerse es verlo como un ovillo, como tú haces generosamente. Marinero también me hace un gran favor refiriéndose al Quijote, que es un modelo, claro. Un modelo de humor que sólo pudo darse al contacto con la seriedad de los españoles antiguos que añora GdL con razón. Entonces sí teníamos gracia.
A pesar del título y del protagonista, el artículo babélico de Elena Silió no vale el euro con veinte que me costó (más los gastos de desplazamiento a la gasolinera con prensa más próxima). Pero te agradezco la noticia de todas maneras, Manupé.
No veo esa relación tan clara. Es la irreverencia la que necesita de lo sagrado, pero el sentido del humor es mucho más que irreverencia.
Magnífica precisión, Ignacio, para enmarcar.
El humor es un tema muy serio y muy hondo y no se puede abarcar con una columnita. Necesita esa monografía. Yo apunto a que el humor siempre necesita algo serio y que sin lo sagrado nada lo es. Aunque al principio no se note, todo se desliza hacia la intrascendencia. Claro que mi concepto de lo sagrado es muy amplio y abarca, como explicó magistralmente Gaya, la realidad. Esa realidad a la que Chesterton veía como una hermanita pequeña a la que se le pueden (y deben) gastar bromas.
Seguiremos sobre el tema, pero conste que sí, que tu precisión es muy justa.
Publicar un comentario