Para no hacerlo hoy, día feliz de santa Cordelia, fuimos corriendo ayer por la tarde noche a vacunar a Carmen. La sostenía Leonor en brazos, pero, como dejaba una manita suelta, yo se la cogí, para colaborar en algo. Cuando el ATS, muy dicharachero, le clavó la agujita en el muslo no hizo ella todavía ningún gesto ni lloró aún, pero cerró rápidamente con todas sus fuerzas el puño sobre mi dedo índice. Enseguida lloró y gritó desconsoladamente, sí. Ese segundo o mucho menos en que apretó en silencio mi dedo y nada más, ha sido uno de los instantes más tristes y dulces, tristidulce, de mi vida. “Es para tu bien, tonta”, le decíamos al salir, nos decíamos.
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7 comentarios:
Ay, la penita que dan esos ratos...
:-)
Ya veo en lontananza un libro de proemas carmencordelios... qué delicia para el lector.
La verdad es que con las vacunas los padres sufrimos en el alma lo que no nos duele en nuestras carnes. A ellos les dura un segundo, pero a nosotros la angustia pre y post-pinchazo nos deja una zozobra indescriptible. Uff.
"Nos decíamos", genial.
Si, es precioso. A todos nos ha pinchado un poco ese "nos decíamos", aunque sea por nuestro bien. J
Ay, el dolor por nuestro bien... qué pronto empieza, pobrecitos.
Y la "colaboración", importantísima. En algún sitio de la memoria le quedará. Yo recuerdo la mano de mi madre cuando me operaron de anginas, cómo apretaba más ella.
Un proverbio chino, como todos, dice que cuando un niño aprieta el dedo de su padre, lo ha encadenado para siempre...
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