A los fieles no habituales les emociona una barbaridad el momento de darse la paz. Lo viven al máximo. Yo tengo que tener cuidado para que mi desdén por el pacifismo no me lleve a minusvalorar la paz, que sería una postura tan idiota como si el rechazo del feminismo me condujese a menospreciar a las féminas, cuando es todo lo contrario. Para calibrar su importancia se puede leer a René Girard y su último ensayo sobre Clausewitz, donde deja claro que la violencia no es pecata minuta, ni mucho menos. Y mejor aún es recordar la de veces que Jesús deseó la paz a modo de saludo, con una férrea insistencia, a sus discípulos.
Hay que rezar por la paz, y poner todo lo que esté en nuestra mano, empezando por la mano tendida. Quizá por eso los habituales de misa no exulten tanto con ella. Secretamente saben que la paz que se desean pasa, en última instancia, por el sacrificio propio, como la de Jesucristo, que es el modelo, ay, a seguir.
A pesar de todo, yo intento aprovechar ese momento de la liturgia para pedir por ella. Me distrae mucho el entusiasmo que digo. Una de las cosas más extrañas, a poco que se piense, es que la gente menuda y la no tan menuda salga disparada a dar la paz a sus abuelitos y demás seres muy queridos. ¿No sería más apropiado que los fieles buscasen entre los bancos a sus enemigos?
Resulta curioso cuando uno se da “como hermanos la paz” con su hermano. “Valga la redundancia”, le digo entonces. Dar como hermano la paz a tu mujer podría sonar un tanto incestuoso, pero las relaciones matrimoniales son tan estrechas y complicadas que nunca viene mal un buen beso de pacificación y perdón, de ida o de vuelta o de doble sentido.
Volverse a izquierda (sí, a izquierda, también) y a derecha, y dar la paz al vecino que te haya tocado en suerte no es muy escandaloso y tiene, además, un extraordinario valor simbólico. Porque esa persona cualquiera representa a todos, pero también porque, como se sabe, es con los vecinos (a los que se viene llamando “prójimos” en la terminología técnica) con quienes más cuesta mantener la paz. El roce hace el roce, valga la redundancia.
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13 comentarios:
Y ya para los más fieles, si los hay, esta glosa al anuncio light, que en contra de mis (siempre) optimistas previsiones, no provocó grandes entusiasmos.
Muy buena la glosa. Hay que tener valor para defender la poesía, y más valor aún para defender la mala. A mí me parece que el poema de Fogwill peca de otras cosas además de prolijo, pero haya paz. Shalom. Salaam. Bakea.
Amén, así es, ACdR, peca de otras cosas y es una maravilla (muy irónica) que un anuncio te mejore un poema, salvándole el alma.
Y qué chulo, aunque no me cupo en el artículo, esos tonos pastel y, sobre todo, ese dedo chico de ella que en dos ocasiones se quiere estirar como en esas viejas caricaturas de las señoras cursis bebiendo té.
La vivencia de la paz en la liturgia de la Misa quiere expresar el perdón, el cariño, con propios y extraños.
Otra cosa es el follón que se organiza, en algunas iglesias, porque todo el mundo busca a quien darle la paz.
Con tu permiso voy a poner un enlace en mi blog para darle mas aire a tu entrada.
Yo, como tal vez recuerdes de mis experiencias hindúes, procuro en las ceremonias religiosas ser espectador conspicuo y poco participativo, respetar las reglas de conducta pero no unirme a ls ritos: no sólo por respeto sino por sentido del ridículo. Y creo que el mismo criterio rige para las mezquitas que uno visita (descalzarse, sí, ponerse mirando a la meca, no) que para los templos católicos en los que de vez en cuando te toca boda, bautizo o comunión.
Lo de darse la paz, sin embargo, escapa a mi regla general de estarme quieto. No es lo mismo quedarse sentado cuando todo el mundo se arrodilla que negarle la mano al vecino. Pero es que, además, en efecto es una parte de la misa que mola.
Pero lo que yo venía a contar es lo que me pasó en una misa gospel en Harlem. A la hora de darse la paz me giré atrás y una anciana señora me cogió la mano con las dos suyas. Respondí al ferviente apretón y me dispuse a pasar al siguiente, pero el apretón no cedía y la señora no paraba de decirme God bless you con mucha intensidad. Miré alrededor y todo el mundo estaba igual, así que dejo aquí el aviso por si les toca alguna vez no queden mal.
Hola Enrique. De algunas de las cosas que dices en el post ya se habló en este del Embajador en el Infierno:
http://embajadorenelinfierno.blogspot.com/2009/08/una-de-esas-anecdotas.html
Para mi gusto, los mejores poetas malos son los que hacen como Pepe, después de muerto, en "Un marido de ida y vuelta".
Estoy de acuerdo en la defensa de lo cursi: ¿Cómo expresar sentimientos auténticos con justeza sin que se nos tache de eso?
Ya que no Zapatero (y mira que tiene fácil la rima), el futbol sí es poetizable. Recuerda la oda a Platko. También hay epinicios en nuestros días. Pero me llama la atención el que la “poesía deportiva” que conozco va siempre referida a un individuo, no a un equipo.
¡Absolutamente de acuerdo!
En las misas de mi colegio, cuando iban las familias y se hacían en el patio por lo numerosas, la gente se cruzaba todo el susodicho patio para saludar a alguien que vieron en el horizonte y se armaba tal batahola que la paz duraba horas... (Bien le vendría a medio oriente, donde la paz no dura ni un minuto).
Con el tiempo el sacerdote prefirió omitir el rito del opúsculo en esas misas multitudinarias.
Yo, en cambio, no estoy de acuerdo con la intervención del último anónimo, ni en general con defensa ninguna de lo cursi. Si es cierto que, como dijo Neruda, "quien huye del mal gusto cae en el hielo" (mejor hubiera dicho "puede caer"), también lo es que, por el otro lado, igualmente se puede caer (y es más fácil) en el melodramatismo más barato. La expresión de "sentimientos auténticos" ha de hacerse, precisamente para evitar ambos viciosos extremos, con justeza y sobriedad. Y, haciéndolo así, mo hay necesidad (ni riesgo) de que "se nos tache de eso". Precisamente, la autenticidad del sentimiento lo que pide es autenticidad igualmente en su expresión, para no falsificarlo.
Pensar en que la paz pasa por el sacrifio propio. Uff
Muy real, muy verdadero.
Muy imposible si no fuera pq tenemos un Módelo que además es Médico y Maestro.
Me encanta como extraes la esencia de lo cotidiano
Gracias por vuestras manos tendidas, amigos. Y, aunque parezca contradictorio, estoy muy de acuerdo con el anónimo, con el marinero y hasta con Neruda. Qué paz.
A pesar de haber entrado sólo en una ocasión a comentar en tu blog, lo leo con frecuencia. Sobre la mala poesía, no sé, creo que el anuncio es gracioso, pero me parece que lo que hace falta es buena gente, no malos poetas. Parece equipararlos. No lo tengo yo tan claro. Pero el anuncio tiene su aquél, sí.
En lo que me ha hecho pensar esta entrada es en mi propia actitud ante el momento de darse la paz. Soy una de esas fieles no habituales de las que hablas, pero no me entusiasma ese momento, al contrario. Acostumbrada a entrar en la iglesia a solas, cuando asisto a misa me coloco tímidamente en los últimos bancos y, al llegar el asunto de la paz, me siento más bien azorada. No quiero resultar desdeñosa ni todo lo contrario. No sé cómo actuar. Suelo mirar a izquierda y derecha (claro, también) y, a veces, la actitud del prójimo o la mía, me lleva a extender o recibir esa mano. Lo curioso es que luego me siento muy bien. Al fin y al cabo, un roce es una realidad y un poco de realidad es buena para los símbolos.
Lo que me he preguntado al leer tu entrada es el por qué de ese pudor mío. Supongo que tiene que ver con la dificultad para expresar los buenos sentimientos hacia los demás, como si esa actitud fuese “hortera” (ay, los poetas). Tal vez me frena el pensar que, al mostrarlos, estemos en peligro de hacer exhibición de ellos y eso podría falsearlos, y es cierto, pero sólo con sentirlos no hacemos tanto. Sin caer en la exageración, creo que un gesto a tiempo tiene su importancia. Espero poder hacerlo en el futuro, si no con el entusiasmo que tu “achacas” a los no habituales, al menos con más naturalidad.
Saludos.
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