[...]
si nuestro amor fue siempre como una despedida,
cuando todo termine quedará lo más nuestro.
Ya he empezado a morir para aprender a verteO mejor aún, a lo Quevedo: "cruzar sabe mi llama l'agua fría". Eso de que la muerte separe al matrimonio yo lo llevo fatal. Quizá, siguiendo con la Pascua, que Jesucristo Resucitado comiese, aunque no lo necesitara, podría darnos una esperanza de la que agarrarnos a los partidarios del matrimonio sempieterno. Pero bueno, si aceptamos, a nuestro pesar y dicho con todo respeto y veneración, que seremos, ay, como ángeles del cielo, si lo aceptamos, está muy bien eso de la boda del siglo, pues, como en cien años, ay, todos calvos, todas lo son.
con los ojos cerrados. Así será mejor,
para toda la vida no basta un solo amor,
tal vez el nuestro sea para toda la muerte.
Con lo que no estoy nada conforme de ninguna de las maneras es con que hayan quitado de un plumazo o plomazo o plomillazo la promesa de ella de obedecerle a él. Qué poco nivel teológico y tradicional tienen estas casas reales, cortadas tan a la medida de las revistas del corazón. Como si el hombre, en la misma lógica paulina no se comprometiese a más, a amar como Cristo amó a la Iglesia (y mira que está cerca la Semana Santa para que nos pasmesos de cómo es eso y hasta adónde). ¡Hasta qué extremos idiotizantes la palabra “obediciencia” pone los pelos como escarpias a esta época nuestra! En los telediarios, naturalmente, lo celebran mucho, lo que es una prueba en contra. Si yo me volviese a casar, puestos al peaje de la igualdad, optaría por lo más y mejor, antes que por lo menos: también prometería obediencia a Leonor, una obediencia férrea y sin fisuras, una obediencia absoluta le hubiese prometido yo a ella. Total, con la experiencia que tengo, sé que esa promesa la iba a cumplir a rajatabla.
11 comentarios:
Te veo peligrosamente herético. ¡Hasta que la muerte os separe, y ni un minuto más!
Luego, ya, si allá en el otro mundo os queréis tomar unas copas juntos y eso, se consulta y vale.
Te veo peligrosamente herético. ¡Hasta que la muerte os separe, y ni un minuto más!
Luego, ya, si allá en el otro mundo os queréis tomar unas copas juntos y eso, se consulta y vale.
Savonarola
En nuestro (o al menos mi) caso, lo de la obediencia debe ir implícito... ¿no?
:-)
Para mí el problema es que los resultados de ese amor tan maravilloso te obedezcan. Deberían incluir una cláusula sobre el particular cuando nacen los hijos. Algo así como "Yo, Fulanito, hijo de tal y tal, me comprometo a obedecer a mis papás", etc., etc. Me da igual que todavía no sepan ni hablar: cuanto antes se les ponga firmes, mejor.
Gracias, Suabia-Savonarola. En los tiempos que corren un halo herético adorna mucho y no voy a tener demasiadas oportunidades más.
Lo que me extraña, hablando aún más en serio, es que nunca (que yo sepa) se ha protestado mucho de esto de que la muerte nos vaya a separar (la muy cabrona).
En nuestro caso, Gonzalo, va implícito; y en el de los niños, Javier, por lo visto va explícito, a voces y sin eficacia ninguna. Ánimo, que yo voy detrás.
Pero nunca hemos prometido obedecer ¿no? Prometemos ser fieles, amar y respetar. Lo de obedecer es consejo de San Pablo, que se lee en algunas bodas, pero no entra en el rito. Al menos en el católico ¿es que el anglicano sí lo trae?
Como dudaba he escrito en Gogle "cruzar sabe mi llama" y solamente aparecía el blog de usted.
Luego he escrito "nadar sabe mi llama" y ya salía don Quevedo.
¿Cruzar, nadar? Supongo que da igual. Esa agua fría a la que usted llama -amablente- "muy cabrona" nos separa -también la amable muerte tiene su sentido- por un momento o para siempre.
Supongo que depende del empeño que pongamos en cruzarla y de nuestras habilidades natatorias y de otras cosas.
No sé si lo he dicho bien, pero me ha gustado mucho lo que usted ha escrito.
Pido perdón por dos cosas:
Por el segundo comentario y por no usarlo para comentar la entrada sino para replicar a doña María -amablemente, claro-.
Porque obedecer a alguien es lo más parecido a seguir a alguien donde quiera que vaya y eso es, precisamente, lo que prometen los que se casan y lo que prometimos los sacerdotes en nuestra ordenación.
Nuestra promesa de obediencia va para Aquel que puede parecer un hortelano o un simple caminante o, en el peor de los casos, un obispo como san Pablo empeñado en hacernos cruzar esa agua helada y en ayudarnos a probar nuestras habilidades natatorias.
Cierto, María, que en nuestras bodas no prometemos eso (explícitamente, como apuntaría Gonzalo o don JVH), pero ahí está, en San Pablo, y lo aceptamos. En el rito anglicano debe de estar más explícitamente, pero lo que importa es lo de quitarlo a posta, enmendándole la plana al apóstol de las gentes. Y el inmediato aplauso bobalicón de todas las tv. del mundo.
Y corría a corregir mi error quevedesco, querido d. Javier, cuando he pensado que yo sólo acierto cuando me equivoco, y que la imagen de una llama nadando (aunque es muy barroco por antítesis) lo complica todo demasiado. Subraya, quizá inconscientemente, una imposibilidad. Una llama cruzando un lago es una imagen más de Dante y, por tanto, más imaginable y creíble. Dejo mi error ahí y si lo recojo alguna vez en libro, D. m., también.
Me ha hecho mucha ilusión que le haya gustado. Gracias.
Estupendo final Enrique. Sin duda la razón por la que el marido no promete obediencia es porque se sabe que no le queda otra. O como dice el refrán: "Si tu mujer te dije que te tires a un tajo, más vale que sea bajo". La realidad es la que es, y cambiar tradiciones es ideología.
Pues a quién no le gusta las bodas, en lo particular a mi me encantan las bodas por el echo de que como soy de la Ciudad de Cancún casi no se puede estar vestido muy elegantemente, entonces solo cuando me invitan a una celebración de boda tradicional o boda tematica me puedo vestir con mis mejores plumas :D
Publicar un comentario