Ayer invitamos a almorzar a varios amigos, y a más, porque "ya puestos", decía Leonor. De modo que lo que iba a ser una comida con las amigas de mi mujer, acabó siendo una reunión de antiguos alumnos de clase del colegio. En parte, ya digo, porque las invitaciones fueron creciendo en círculos concéntricos y, en parte, porque siendo esto un pueblo, bastantes de mi clase nos casamos con chicas de la clase de Leonor. Lo pasé mucho mejor de lo esperado. Los amigos de la infancia son una maravilla. A partir de la juventud, uno ya elige amigos por hondas afinidades de gusto y gesto. Sin embargo, los amigos del colegio son los que te tocan en la lotería de las fechas de nacimiento y el orden alfabético. Ayer había un empresario en serios apuros, otro en franca expansión ultramarina, profesionales de muy diversos niveles y yo. Incluso me preguntaron dos veces si me había leído todos los libros de mi biblioteca y se sorprendieron mucho de encontrar una antología de la poesía portuguesa que todavía no había sacado del plástico. "Claro —decían muy cómplices— es que la poesía portuguesa tiene que ser tristísima". A mí me daba muchísima ternura y me preguntaba qué comentarios por el estilo serán los míos sobre los negocios o la ingeniería agrónoma. Ya ven, mundos completamente diversos y el amore que une el sol y las demás estrellas.
domingo, 3 de febrero de 2013
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1 comentario:
A mí también me encantan los amigos de la infancia, los de la lotería, los de otros mundos.
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