El sábado, antes de salir para Zahara, intercambié unos correos con Antonio Casado da Rocha, que me animaron [aún más] a ir a pasar el día con la familia política. Me recordaba que, según su maestra, para escribir buenos haikus era preferible no salir nunca del mismo sitio, o —añadía él— viajar siempre a los mismos lugares. Y es así, y a Zahara voy una y otra vez, por suerte. También pensé: los del norte van a Zarauz, los del sur, a Zahara. Me hizo gracia.
Y tanto que descubrir. Una vez allí andamos, entre la maleza, por un camino si corto sí agreste, hasta la llamada Cueva de las Orcas, o, más científicamente, Atlanterra I. No me esperaba tanto. Tiene el dibujo de un caballo, que es del Magdalaniense, coetáneo de las pinturas de Altamira, de estilo levantino, más esquemático, aunque muy emocionante, como se ve:
El resto de la pequeña cueva, llena de signos, era menos artístico. Debe su nombre a que era un observatorio para determinar la llegada anual de los atunes. Como las orcas, que los acompañan, hacían su aparición, ya estaban. Pero determinaron, nuestros lejanos parientes un sistema solar más sofisticados. Tallaron una hendidura en la boca de la cueva y cuando el sol entraba por ella en la época de los atunes...
... el rayo daba en alguna de las señales que se habían pintado en la pared. Un sistema que ha sido estudiado, y que a mí me parece tan mágico y artístico como el caballo. Véase la señal, muy parecida, por cierto, a las que yo dibujo en los márgenes de mis libros:
La siguiente pintura era mucho más borrosa, pero parece un hombre tipo indalo, con un perrito a la izquierda. Un tío de Leonor que es casi espeleólogo e historiador, no informó que ningún catálogo reconoce más figura que la valiosísima del caballo, pero su mujer y yo sí que veíamos el indalo y a su fiel mascota.
También nos informó el experto que se dice que, además de observatorio de pesca, se piensa que la cueva cumpliría alguna función religiosa. Yo no lo dudé, porque estoy convencido de que cualquiera, esperando que entren los atunes, avistando orcas o pintándose un autorretrato puede dar mucha gloria a Dios.
Y estaba, además, vivamente impresionado. La Cueva de las Orcas está a un tiro de piedra, literalmente, de la casa de los otros tíos de Leonor. Ya no se me quitó el vértigo en todo el día de tener tan ilustres, tan artistas, tan antiguos vecinos.
3 comentarios:
No me hace falta ir hasta Zarautz, querido Enrique, pues aún más cerca de aquí se conservan algunas torres de atalaya para avistar las ballenas, cuando todavía quedaban ballenas por estas costas. Y qué chestertoniano que esta aventura la tuvieras tú también tan cerca... pero si he tenido algo que ver conn una entrada tan antológica (o arqueológica, casi de Indiana Jones, si no fuera porque esa conexión con el pasado es muy seria) el mérito no es mío. En nuestra correspondencia tratábamos de esto y aquello, pero lo que comentas en realidad surgió en los comentarios a la primera entrada del blog, así que me refuerzas la lección de que esa tarea de ir afinando el propio yo (que es la que mi maestra encontraba en Basho) se hace mejor en compañía de otros. El blog como un taller en el que no sólo se reparan poemas. Un fuerte abrazo.
Curiosidad: en la frase donde se dice "una vez allí andamos", ¿no correspondería más bien "anduvimos"? Pregunto.
Entonces, espero detectar aires, huellas de esta visita en tus futuros haikus :-) BB
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