Le había tenido que cascar a Quique por la tarde. Se empeñó, con una sorprendente capacidad de resistencia, que me enorgullecía, en no meterse en el baño. Luchó como un troyano. Y yo le casqué al final como un Aquiles, zas, ay. Anduvo luego enfadado conmigo. Por la noche se levantó y se vino a mi despacho. Pedía un vaso de agua. Le pedí un abrazo. Me lo dio. Le pregunté: "¿Quién te ha pegado hoy?" Y me contestó firme, fuerte, franco: "Nadie".
Oh, salvado por un "nadie", como Ulises. Y más aún: entendiendo en una revelación repentina la mística del anonadamiento, hasta ahora tan extraña a mí. Ser nadie para que el amor, el perdón, la dulzura ocupen todo el espacio.
Nadie.
7 comentarios:
Eso se llama nobleza y, además, con un toque de poesía.
Ándate con ojo... Tu confesión, poética, puede no escapar a la mirada del gran Polifemo estatal que, sin sirenas, podría preguntarte tu nombre de Nadie. Con estas líneas conjuro a Kafka, tan realista él...
También tiene su poquito de orgullo. Maravillosa entrada.
Yo, más que Ulises (tú serías entonces Polifemo), al que no tengo demasiado por modélico (o al menos solo en su capacidad de resistir), quiero ver en el admirable Enrique Jr. (firme, fuerte, franco) un ejemplo perfecto del aforismo que citabas ayer de José Mateos: "El perdón es la victoria de un recuerdo anterior al olvido que el perdón supone".
El "nadie" de Polifemo fue consecuencia de un engaño; el de Quique, es correspondencia al amor recibido.
Jilguero.
Son tan grandes, y nos hacen tan pequeños.
Iba a decir lo que dice Ángel, pero él lo ha dicho mejor. Ojalá que Dios olvide así todas nuestras ofensas. Seguro que sí: ¿acaso le vamos a ganar en perdón?
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