sábado, 10 de enero de 2015

Orfandad aérea


El avión salía con retraso. Barajas adquirió ese ambiente mortecino de sus últimas horas, con un silencio espeso y servilletas sucias por los asientos. No sé si ponen siempre los vuelos a Jerez en una esquina de la terminal aposta o hay algunas razones técnicas, pero es una constante curiosa, que habría que investigar. Lo importante es que allí estaba esperando cuando me cayó del cielo un mazazo. Recordé que antes me encontraba en esos vuelos, inexorablemente, al padre de alguno de mis amigos o conocidos o a un amigo de mi padre. Era agradable saludarlo, casi siempre por la amistad y siempre por la vanidad: yo, aunque soy profe, también vengo a Madrid, eh, y eso. Lo de la vanidad se quedó, como nosotros en la terminal, en último término. Tuve la visión muy vívida de relevo generacional y sentí intensamente (y no era el cansancio esta vez) el peso de una especie de orfandad, la orfandad aérea. 



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