martes, 18 de diciembre de 2018

La manguera misteriosa


Efecto a medias psicológico, a medias auditivo, oigo alguien regando con una alegre manguera en el jardín. Salgo a decir que no hace falta regar, que llovió un poco ayer, y que vaya factura de agua nos ha llegado, eh. Afuera, me encuentro desconcertantemente solo en el  jardín... hasta que una ráfaga juguetona de viento me tira de la manga y me hace volverme a ver cómo las hojas secas de la glicinia hacen el sonido de un arroyelo. Me río, y estoy a punto de darle las gracias al viento y a las hojas porque son dulces y refrescantemente gratis. Y me han tomado el pelo.

*** 

Por la noche, tan húmeda, al salir del supermercado, sentí en mis pies un salto, y miré, y parecía un sapo enorme. Con un tic de asco, miré mejor, y era una enorme hoja de plátano de Indias, seca, que el viento hacía dar pequeños saltos. Lo que el aire me dio, el aire me lo quitó.

***

A esas horas, sin embargo, uno tiende al examen de conciencia y la reflexión moral, así que pensé que, por mucho asco que me diese el sapo, la hoja seca qué rápido y sin pensarlo se habría cambiado por ser el señor sapo que había sobresaltado en mi imaginación.

Es aquello del «cuentan de un sabio que un día» en versión anfibia. Así que llegué a casa contentísimo de no ser una manguera, ni una hoja seca ni, siquiera, un sapo.




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