domingo, 13 de septiembre de 2020

Malhumor creativo

 

Mi suegra nos ha ofrecido un armario inmenso que ya no le cabía en su casa. Si no lo queríamos, lo vendería en un mercadillo. La historia del armario viene de lejos, porque el padre de Leonor, desde muy chico, se lo alababa siempre a su abuela, y ésta, cuando murió, se lo dejó en herencia a ese nieto suyo tan aficionado a los muebles de caoba. 

A Leonor, por piedad filial, le daba una pena inmensa que el armario saliese de la familia. Le ha encontrado sitio en casa, pero costa de removerlo todo a fondo (ya se sabe que el equilibrio de los muebles es inestable y están todos relacionados entre sí -véase un revistero mínimo, pues imagínense un armario máximo-). Ahora está cambiando los cuartos de los niños.

La casa quedará mejor con el meneo, pero Leonor está de un humor de perros. A la séptima vez que iba a decirle que tenía que estar contenta, que cabía todo y muy bien y que, al final, sería una obra maestra, me he callado. Me he acordado del malhumor creativo, aunque uno esté escribiendo una comedia, y de cómo la tensión puede resultar casi insoportable.

Me he sentido muy solidario con sus nervios y su angustia insomne. «Psch», le he dicho a los niños, «mamá está creando».



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