El funcionario y las dos bibliotecarias eran encantadores, y ellas, además, guapas. El Concejal de Cultura tuvo la deferencia de no llegar demasiado tarde. Y de irse enseguida. Así que nos quedamos nada más que los que teníamos cierto interés por el acto, o sea, no muchos. Los justos.
El cámara de Tele-Chipiona era el único que me preocupaba, pero se sentó a escuchar con una sonrisa de atención que no es propia del gremio, que suele aburrirse bastante.El público, mayoritariamente femenino, era partidario.
Después de los poemas de uno, como ejercicio de humildad, el Centro Andaluz de las Letras exige que leamos a un clásico. El contraste se hace muy dramático, como es natural, pero la humillación me compensó porque leí a Francisco de Aldana. Me emocionó leer este enorme anacronismo:
Otro aquí no se ve que, frente a frente,Los clásicos son la mejor manera de descansar de nuestra época. Eso se sabe. Lo bueno fue que esta vez el público se vino de vacaciones conmigo.
animoso escuadrón moverse guerra,
sangriento humor teñir la verde tierra,
y tras honroso fin correr la gente;
éste es el dulce son que acá se siente:
"¡España, Santïago, cierra, cierra!",
y por süave olor, que el aire atierra,
humo de azufre dar con llama ardiente;
el gusto envuelto va tras corrompida
agua, y el tacto sólo apalpa y halla
duro trofeo de acero ensangrentado,
hueso en astilla, en él carne molida,
despedazado arnés, rasgada malla:
¡oh solo de hombres digno y noble estado!
Y, finalmente, para rematar la teofanía (que diría el Marqués de Tamarón), cuando me puse a leer un poema religioso, se pusieron a sonar las campanas de una iglesia.
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