LOS chinos echan una rara maldición: "Ojalá vivas en tiempos interesantes". Saben de maldiciones los chinos, porque el interés de los tiempos es directamente proporcional a los problemas planteados. La bendición consistiría en vivir en una época aburrida, donde cada uno pudiera dedicarse sin interrupciones ni sobresaltos a su vida íntima y familiar, que es la que da satisfacciones.
Los tiempos que corren harían las delicias de cualquier chino malediciente. Por primera vez en toda la historia se proclama nación a Cataluña. Estrenamos, pues, un insólito Estado con dos naciones (por ahora), que es como para recuperar el águila imperial de los Habsburgo, aunque en miniatura: algo así como un pollo bicéfalo con riesgo de contraer la gripe aviar.
Pero, aun siendo interesante (o sea, gravísimo) lo que están haciendo con España, conviene levantar la vista de vez en cuando. En un mundo globalizado, el nacionalismo tiene la misma entidad que un dolor de muelas: aunque es tan punzante que no te deja pensar en otra cosa, hay patologías más graves. Incluso la dudosa tregua de ETA se queda, ante la amenaza del terrorismo islamista, en un alivio local. Convendría tomar un analgésico para que ningún nacionalismo nos contagiara su estrechez de miras.
Hablando de chinos, por ejemplo, está su gigantesco boom, que desplaza el centro de gravedad de la economía mundial. George Steiner cree que Europa no podrá competir con ellos y que ha de asumir la paulatina pérdida de poder económico, concentrándose en su riqueza cultural. No parece, sin embargo, que las nuevas leyes de educación ni los hábitos sociales estén preparando a nuestros jóvenes para el papel de grandes intelectuales del mundo.
Y no pensemos sólo en los nuevos ricos de China o de Marbella: también están los pobres de siempre. El problema de la inmigración ha llenado las costas canarias de cadáveres, pero la opinión pública no se moviliza como con el Prestige. Por su parte, la ley de clonación terapéutica, que permitirá la investigación con embriones humanos y la creación de niños-medicamento, vuelve nuestros tiempos tan interesantes como una tenebrosa novela de Aldous Huxley. Esto, como mínimo, debería provocar un apasionado debate social y, sin embargo, parece preocupar menos que Salsa rosa.
Como ven, la maldición china es casi un martirio ídem. Sobre todo, para el columnista de opinión, que, con tanto tema candente, tiene que reflexionar y que escribir sin respiro, igual que un teletipo insomne. Compensa esforzarse. Como defendía Antonio Machado, es preferible estar a la altura de las circunstancias (o mejor dicho, a la velocidad de las circunstancias) que por encima del bien y del mal. La posibilidad de hacer frente a esta marea de acontecimientos es lo que les da (y lo digo ahora sin sombra de ironía chinesca) su interés verdadero.
[Publicado hoy en el Diario de Cádiz]
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