Yo a Manuel Chaves le veo cara de intelectual; que tal vez fuese un artículo mío lo que le animó a reclamar a última hora la realidad nacional de Andalucía, porque si no, no se entiende. Escribí que, con la nación catalana, nueva pareja de hecho de la española de toda la vida, tendríamos que cambiar el escudo del Reino por el águila bicéfala de los Austrias, pero en tamaño gripe aviar: un pollo con dos cabezas, una por nación. Puede que Chaves pensara que, si es por cabezas, la nuestra es la tercera realidad nacional, por lo menos.
Al sabio pueblo andaluz nada de esto le gusta, pero apenas protesta. En eso se ve que es pueblo, en que se deja gobernar. Quienes se preocupan, más allá de las ferias y las hipotecas, son las élites. En democracia todo el mundo debería ser élite, y enjuiciar con firmeza las ocurrencias de sus dirigentes, pero no. Sin embargo, cuando el paciente pueblo, de aquí a diez años, se dé cuenta de dónde nos estamos metiendo, se podría montar una gorda, como de memoria histórica.
Para empezar, lo de las realidades nacionales es mal negocio. Instaura el egoísmo entre regiones, de modo que las más ricas se quedan con más y las menos, con menos, en una quiebra del principio de solidaridad que escandalizaba a Félix Bayón. Es además un negocio tonto, como señala Iñaki Ezquerra, porque nos da lo que ya teníamos, Andalucía, a cambio de que renunciemos a lo que es de todos, que es España, o sea, a Cataluña, al País Vasco, a Galicia…
Aun así, lo más grave de estas realidades nacionales es que no son reales. Cualquiera está, por supuesto, en su derecho de ser nacionalista, pero no mentiroso. La pancarta de “Catalonia is not Spain” es reprobable más que nada porque Cataluña, al menos hasta ahora, es España. Si en vez de mentir dijese “I wish Catalonia weren’t Spain”, estaría hablando de deseos, que son libres. Los nuevos estatutos se están construyendo, no sólo según el deseo de unas minorías, que ya es malo, sino sobre unas naciones de realidad virtual, que es peor. Sobre la mentira no se levanta nada firme, entre otras cosas, porque genera violencia. Quien miente necesita que todos comulguen con ruedas de molino. Un solo niño que diga que el rey va desnudo, y el engaño se desvanece... Por tanto, hay que acallar al niño.
Los nacionalismos son, pues, peligrosos; pero el andaluz conlleva un riesgo añadido. Para no ser españoles, tendremos que rebuscar la identidad nacional en el pasado andalusí, como los vascos en la raza y los catalanes en la lengua. Si lo hiciéramos, transplantaríamos a nuestra tierra el choque de civilizaciones, que es, desgraciadamente, lo que hoy por hoy se produce al combinar el mundo occidental con la cosmovisión musulmana. Los políticos, aquí, como en el resto de España, la van liando. Poco a poco, están montando un pollo: el pollo tricéfalo.
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