lunes, 15 de mayo de 2006
Lecturas interruptas
Quien se pone a hablar a alguien que está leyendo, en un tren, en un banco del parque o en una sala de profesores, demuestra muy buenas intenciones, pero también que está por civilizar. Esa gente asocia la lectura al último recurso contra el aburrimiento, de modo que cuando te ven con un libro se apresuran a rescatarte, dándote conversación. “De buenas intenciones está empedrado el infierno”, pienso entonces, mientras sonrío con melancolía. No es talmente un problema de falta de educación sino, como he dicho, de falta de civilización, porque desconocen que quien lee mantiene una conversación con el autor del libro y que está como en otro cuarto, por lo menos. No se deben interrumpir conversaciones, sobre todo cuando hablan los mayores, y en ningún caso se debe entrar en una habitación sin llamar antes. Nunca. Por favor.
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22 comentarios:
¿Las conversaciones de la sala de profesores!
1. Lamentos por los múltiples defectos de los alumnos.
2. Programas de televisión de ayer.
Es imposible leer en una sala de profesores y tú eres un iluso: por eso eres tan admirable y por eso eres un poeta.
Cuando le dices a la gente "me gusta ler" te miran como si estuvieran viendo un ovni... entoncs se consuelan pensando que lees el último bestseller de Almudena de Grandes o Antonio Gala, o el cólico ése... Pero no hay suerte: cuando les dices que lees poesía actual y teatro calderoniano, el choque con el ovni es frontal y sin anestesia... Por eso me ha gustado tu entrada, me encanta leer a gente que lee con el mismo amor casi absoluto con que lo hago yo.
Oye, tío, que tú eres el que más charla en la sala de profesores. Contigo por allí no hay quien lea tranquilo "El País".
Arp, te concedo lo de los poetas ilusos, si tú me reconoces que los profesores de griego no se quedan a la zaga.
Llir entre cards, que podríamos traducir hoy como "Leer entre cardos", te comprendo perfectamente. Mi relaciones públicas [o sea, mi mujer] prefiere que en sociedad no hable con la gente de libros, pues según ella, en cuanto me dicen lo aficionados que son y, sobre todo, lo que leen, se me nota en la cara el enorme estupor...
Y, finalmente, anónimo usuario [¿o es usuaria?], reconozco mi doble rasero a la hora de medir lecturas: por un lado, no sé, Aristófanes y, por otro, "El País". Prometo enmendarme y a partir de hoy guardar un profundo silencio (fúnebre) que no interrumpa el proceso...
Todos deberíamos hacernos fotos cuando nos reconocemos amantes de la literatura y nos responden con un "yo, también, ¿verdad que es magnífico el código da vinci?
Podríamos hacer una exposición. Sería muy neovanguardista.
Crane, si no fuera porque me parece reconocer al de tu fotografía, sospecharía que te la hicieron justo en el momento en que ese amante de la literatura ha empezado a hablarte de El Cólico... Tu idea de la exposición me parece estupenda
Me temo que el de mi fotografía habría estado demasiado de acuerdo con la grandeza literaria de el Cólico. Para mi desgracia y la de todos nosotros.
Existe una posibilidad, sí, de que a nuestro solemne presidente de Gobierno le guste "El Código da Vinci". Yo ignoro ese extremo, pero lo que sé de sus aficiones literarias no es como para abrigar esperanzas. Veamos. Por Navidades o en otras fechas señaladas, regala a los miembros de su gabinete algún best-seller de auto-ayuda cósmica, en plan "La paz mundial a la vuelta de la esquina". Luego, su filósofo de cabecera es Suso del Toro. Y aún peor, su poeta preferido es el recientemente laureado Antonio Gamoneda.
Yo no tengo nada contra Gamoneda (ni a favor). Me aburre tanto que no he sido capaz de leerle para formarme un juicio, lo siento. Pero lo que sí me irrita es que sea el poeta favorito de Rodríguez Zapatero porque es de León. Mezclar poetas con denominaciones de origen es peor que lo de las churras y las merinas. Escoger el poeta de uno por cuestiones de vecindario es realmente de analfabeto funcional, aunque frecuente como la gripe. El otro día un señor muy simpático que me presentaron en la feria me dijo que su poeta favorito era Miguel Hernández. Me sorprendió, porque desde los lejanos tiempos de Serrat, Miguel Hernández está bastante olvidado, supongo que en parte por su ostentosa perfección formal y en parte por su estentórea voz varonil. A mí, sin embargo, me parece un poeta magnífico, que siempre recompensa nuestras lecturas. Me lancé, pues, a cantar las alabanzas del autor de "El rayo que no cesa", que vaya título chulo. Pero el señor me cortó inmediatamente, contándome que es que su madre era de Orihuela, “su pueblo y el mío”, y que por eso...
—Ah, claro, eso lo explica todo— contesté muy serio.
Enrique, perdona que interrumpa, pero necesito contactar contigo. Entra en mi bitácora o coge el móvil.
Nunca he tenido la -mala- suerte de encontrarme con gente así, aunque nada me extrañaría; de hecho, ya me extraña cuando alguien conoce a Miguel Hernández más allá de un "me suena el nombre".
En todo caso, seamos honestos, se dice por ahí que un país es el reflejo de sus ciudadanos. No quiero ser despectivo ni pesimista cual Ayala, pero tal y como está el panorama español en cuanto a cultura -y si hablamos de "cultura" ya casi que ni acabamos- no me extraña nada que un Presidente de Gobierno pueda decir cosas como ésa y quedarse tan pancho.
Tal vez algún día ebería ponerme en serio a hablar del panorama poético "mainstream" español que, sobre todo en el caso de la mal-llamada poesía joven, está sacando a la luz engendros en forma de antologías que no merecen la pena siquiera ser publicadas; por no hablar de la aparición aquí y allá de figuras pseudopoéticas y pretendidamente carismáticas como la de Elena Medel, con sus poemas titulados como canciones de Nirvana.
Es éste sin duda un tema inagotable y para el que necesitaria más espacio del que quiero disponer aquí, aunque bien merecería ser tratado tranquilamente, ya que aquí habría que buscar una causa a estos post-neo-vanguardismos absolutamente irresponsables que pululan por nuestras librerías bajo la tutela de editoriales normalmente serias como Hiperión.
Como apunte final, estoy esperando con sincera devoción el momento en que nuestro Presidente de Gobierno se dé el lujo y nos regale a todos por navidad un libro de ese magnífico -nótese la ironía- escritor de cuentos de autoayuda para menopáusicas, Jorge Bucay (y además, plagiador, lo tiene todo el tío).
PD: Si mucho no he errado en mis prestidigitaciones electrónicas, mi "foto" ya debería haber cambiado a algo mucho más agradable, en mi opinión.
Agh, esperemos que ahora.
Hiperión ha encontrado un filón en ese tipo de poesía que tú dices. Y sí, tenemos que hablar de eso. Y sí, la foto es mucho más agradable.
Nunca había entrado aquí y este post es el único que he leido. Me he sentido muy identificado contigo aunque por otros motivos, yo suelo pintar a la acuarela, del natural, y cuando estoy con el caballete en un parque y totalmente concentrado siempre hay alguien que llega a darte conversación y a decirte que el también pinta, que le gusta mucho lo que haces, lo relajante que es pintar??, lo bien que te está quedando... Pintar no es como hacer punto, requiere una enorme concentración. La ignorancia en este tema es supina.
Espero ávidamente tu disertación sobre el tema, Enrique, mucho más versado en estos asuntos que este no-tan-humilde-como-debiera neófito.
Me gustó mucho el post, eso de la conversación, y la interrupción y todas esas gastadas de bromas con las "buenas lecturas".
PD: Chesterton, Quijote, Divina Comedia y ahora Muguel Hernández; tú deberías cartearte con Eduardo de Ens. Aunque él no es de engancharse en el modo blog de tanto comentario y comentario.
¡¡Lo relajante que es pintar!!
Estupendo comentario, Rodríguez, has logrado que me ría a las siete de la mañana...
Ya visité la página de Ens, Juan Ignacio. Muy interesante. Gracias.
Crane, todos somos neófitos y no-tan-humilde-como-debiera... Por no poder, querido amigo, no podemos tener ni la vanidad de la humildad en exclusiva.
"El pesado es el que te quita la soledad sin darte compañía", me dijo cierta vez un amigo.
De todos modos, Enrique, me recuerdo a mí mismo en una feria de pueblo leyendo los aforismos de Leonardo da Vinci, en medio de las copas y las conversaciones gritadas. Y me avergüenza el recuerdo, pues, aunque no estaba posando, era un insulto a la jarana reinante. Ahí es donde hace falta la mujer que te ponga en tu sitio, y te saque a bailar. Esa mortificación sí que redime de la misantropía, que es un sentimiento que, aún teniendo razón, es malo. Chesterton comprendía a Nietzsche en su repugnancia de la masa humana. Pero le reprochaba que, en pos del Superhombre, se alejara de ella, en vez de acercarse más, como sería de esperar (en un Superhombre).
Es una tropelía interrumpir la lectura a alguien; así que no pongamos a nuestro prójimo en la tentación de cometer tal tropelía, leyendo en sitios poco propicios: ferias de ganado y salas de profesores.
Me imagino a Chesterton leyendo en un vagón de tren, y que le interrumpen... ¿A que le parecería mejor (ojo, no más interesante) charlar con el vecino -pesado, ruidoso, inconveniente: humano- que seguir con su lectura?
El libro se retomará. "Que con los grandes no hay prisa: / dejaron el tiempo atrás".
Touché!
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