Ayer, de nuevo, en el marco incomparable. Esta vez la mesa redonda era de editores, la otra cara de la moneda --si se puede hablar de monedas en el negocio del libro, que ellos dijeron que no, o apenas, o muy poco.
El destino quiso que fallara Emili Rosales de la editorial Ídem. Quedaron Manuel Borrás (Pre-Textos) y Abelardo Linares (Renacimiento). Era, por tanto, un mano a mano, pero nadie se puso a gastar la broma del terno taurino ni a ajustarse la chaqueta en plan capote de paseo, como hizo X el día anterior. Aquí contado parece una cosa manida, pero X domina igualmente (¡qué tío!) el lenguaje no verbal y aquel gesto torero en la puerta de la sala de actos tuvo su aquél.
El aquél de está conferencia también estuvo en los contrastes. A Abelardo Linares, como es librero de viejo, se le notó el polvo de la dehesa y hacía constantes referencias históricas, como mínimo siempre curiosas. Defendió que la edición andaluza está llamada a grandes hazañas porque, hasta que se perdió América, Andalucía tuvo una actividad impresora importantísima. Más realista fue su impresión de que, por la presión de los medios audiovisuales y la vastísima oferta de ocio, se está volviendo a una situación de la lectura parecida a la del siglo XVIII, donde sólo leían unas élites. Esto hará que las editoriales de autor resistan mejor que las que se orientan al negocio puro (es un decir) y duro. Creo que fue entonces cuando dio esta media verónica: "Del negocio del libro hay a quien le gusta el negocio y hay a quien le gusta el libro". También echó de menos la vieja crítica literaria, donde había un compromiso real con la calidad y donde los reseñistas se mojaban de veras. No se piense, sin embargo, que A. L. es un hombre nostálgico ni mucho menos. Todas sus esperanzas, muchas, están puestas en internet, en la venta electrónica y en la edición digital. Las mías se levantaron bastante.
Manuel Borrás con suavidad repartió caña. Empezó con algo muy bonito: "El libro mejor de un editor es su catálogo; es un libro coral y poliédrico y por eso tiene que estar muy compensado". Nos contó de sus apuestas por autores jóvenes o no tanto, pero desconocidos. Y nosotros, los del público, jóvenes o no tanto, pero desconocidos, asentíamos diciendo "sí, sí" con la cabeza, haciendo nuestros pinitos con el lenguaje no verbal. Secundó a Abelardo Linares en su queja contra los suplementos y las universidades. Y entonces Abelardo terció con esta aguda observación: "Las universidades ocupan el lugar rancio que ocuparon en el pasado las Academias". Borrás puso el dedo en la llaga al resaltar que lo que la gente lleva mal son las jerarquías y la meritocracia: todos quieren ser extraordinarios. E insistió: "Es un insulto a la inteligencia, a la dignidad del lector, inducirle a comprar un libro con la faja con el argumento de los cientos de miles de ejemplares ya vendidos". Suavemente dio su ración a los premios literarios. Y a la edición de las instituciones públicas, que se gastan un dineral el libros que no circulan. Finalmente, entonó una hermosa elegía por las librerías de fondo. Con todo, no fue triste ya que, como Linares, Borrás tiene un fondo de esperanza, inaccesible al desaliento. Tener fondos y de esperanza parecen ser el requisito sine qua non para ejercer de editor.
Salimos luego a cenar algo, a celebrarlo. Lo contaré otro día...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Otra vez otro día... ¡Pues ya nos debes dos!
Ciertamente, José Antonio cometió un error: no es "inasequible", sino "inaccesible" al desaliento.
Publicar un comentario