sábado, 14 de julio de 2007

Less top-less

Entre mis amigos cuento con un homosexual y una sueca, y ellos cuentan conmigo. Ambas amistades, según en qué ambientes (cada una en unos, como es natural) me han dado un plus de prestigio. O como hombre tolerante o como galán de mundo. Nuestra amistad, por supuesto, nada tiene que ver ni con la homosexualidad de uno ni con la suecidad de otra ni con mi prestigio, pero ahí está, como dato incontestable para ser usado en un momento de apuro.

Ahora mi amiga ha venido a España unos días y, para perplejidad de todos, se nos ha rasgado las vestiduras viendo que aquí todavía se hace top-less.
—Oh, qué atrasados seguís…
Según nos cuenta, esa costumbre está completamente out en su modernísimo país báltico. ¿Por el frío? No, no: porque les parece el horror.
—¿No fuisteis vosotras unas pioneras del asunto? —pregunto yo, bastante picado en mi orgullo patrio— ¡si aquí aún repican los ecos del mito de las suecas y de aquellas películas de Paco Martínez Soria ligando por Marbella!
—Sí, pero estamos de vuelta —zanja ella.

En realidad, para volver no hacía falta haber ido. Quevedo, que no tenía un pelo de sueco, ya nos avisó de que “todo lo cotidiano es mucho y feo”. Las señoritas y, ay, ay, las señoras se empeñan en enseñar sus pechos…, hasta que al fin lo enseñado, por la fuerza de la costumbre (y de la gravedad), acaba perdiendo todo el encanto. “Más tiran dos pesetas que dos carretas”, retocaron el conocido refrán unos naturales de Salou en cuanto se acostumbraron a tanto top-less. Para mí, lo confieso, la cosa mantiene bastante cosa, pero es que apenas miro, aunque me cueste subir de la playa con una tortícolis aguda. En cambio, es significativo que los novios de las usuarias del top-less toman el sol junto a ellas con una absoluta indiferencia, con una naturalidad rayana en el desdén.

No es frecuente, pero esta vez mi amiga la sueca y yo coincidimos en que es una pena tener que hacer el camino de vuelta, cuando el camino de ida sólo llevaba a un desencanto. La hermosura de la desnudez es algo sofisticado y exquisito que requiere los delicados preliminares de la ropa y la intimidad. No me lo invento yo. Lo dice incluso Pessoa: “Sólo los pueblos que se visten gozan de la belleza de un cuerpo desnudo. El pudor beneficia sobre todo a la sensualidad, como el obstáculo a la energía”.

6 comentarios:

Juan Manuel Macías dijo...

Muy bonita la frase de Pessoa, y muy buen artículo. Aquí, en la Sierra de Madrid, creo que seguimos sin playas, pero yo ya cuento los días para que llegue el otoño, con toda su sensualidad.

Anónimo dijo...

Quedaríamos un poco raros todos con camisetas en la playa, a parte de asados como los pollos de la Pantoja, y si los machos españoles pueden mostrar su pelambrera pechil, no veo mal que las mujeres vayan desnudas de cintura para arriba!!! Yo como practico el hippismo sin fronteras voy a playas nudistas, aunque sigo sintiendo placer por una mujer vestida!!! saludos

E. G-Máiquez dijo...

Yo, para no perder sex-appeal me quito el niki lo menos posible, entre otros motivos.

Y tras mis visitas (escasas) a playas nudistas (exactamente a una, do veranea un amigo que merece el trance)puedo entender perfectamente que sigas sintiendo placer por una mujer vestida: placer y generalmente agradecimiento.

Adaldrida dijo...

Digo lo que mi tío: "yo no tomo el sol desnudo ni en broma, ¿tú sabes qué quemaduras en tus partes?

Anónimo dijo...

Tengo un amigo que sostiene que en las playas debería estar prohibido reconocerse y saludarse para evitar, no ya encuentros en top less sino incluso en traje de baño recatadísimo.Tengo que decir que hace algunos años consideraba excesiva su postura pero cada vez la encuentro más atinada.

Breo Tosar dijo...

Amigo Enrique,

mis amigas de Falun opinan lo mismo. Y mi novia, que es polaca, no entiende esta moda ahora que pasea conmigo por las playas de Tarragona.

Un abrazo,

Breo