Como sabéis, para la juventud indígena de un pueblo de costa como el mío, el fin de agosto suele adquirir tintes dramáticos. En mi caso, adquiría tintas dramáticas, lo que era un consuelo. Se marchaban las veraneantas, pero nos intercambiábamos las direcciones y empezaba la temporada epistolar, que me gustaba casi tanto como la de playas. Oh los sellos, los sobres, la cuidada caligrafía, la nostalgia compartida, las tardes acortándose, todo, todo como en los poemas de Fernando Fortún, que leería mucho después, pero que vivía entonces...
Uno de aquellos cruces epistolares, tal vez el más breve, resultó decisivo. Aquellas cartas marcaron mi vocación, o al menos, puestas boca arriba, me la mostraron. Las dirigí a una chica monísima, de Badajoz. En la primera, deseando dar muestras de un fino temperamento artístico, metí un poema y un dibujo. En su contestación, ella se mostró entusiasmada con el dibujo. Del poema no decía nada de nada, un silencio total.
Fue el momento clave. Yo podría haberle mandado más dibujos y orientar mi carrera hacia las artes figurativas, que prometían más. Sin embargo, con una extraña conciencia de la gravedad de mi determinación, le mandé dos poemas, ni un solo dibujo. No contestó. Mi suerte estaba echada.
A veces la veo los veranos de nuevo por la playa. Se la ve muy contenta, con un marido que, la verdad, no tiene pinta de pintor, pero quién sabe. Yo sigo escribiendo, y tampoco me quejo.
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3 comentarios:
Tal vez los tres poemas que enviastes decían mucho, y se asustó.
De todas formas el destino marcó una decisión más que acertada para los que podemos leerte.
Hace poco celebramos el cumple de una amiga (40 años)y una de las invitadas dijo: "¿os acordais cuando me gustaba el niño de El Puerto, Enrique? me han dicho que ahora es escritor, le pega todo." Como ves hay quien te veía poeta sin necesidad de leerte.
Vaya, qué exigente la muchacha.
Muy bueno lo de mandar dos poemas. Sutil.
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