Esta entrada es sólo para girardianos. A los que pasmará la descripción que hace nuestro dulce Gustavo Adolfo Bécquer en las cartas VII y VIII de Cartas desde mi celda de un suceso real ocurrido en el mismísimo siglo XIX. Es la resolución sacrificial de una crisis mimética con todas las de la ley. La comparación con las descritas por Girard en Veo a Satán caer como el relámpago pasman, especialmente con el milagro de Apolonio de Tiana, según narración de Flavio Filóstrato. Vean. Los lugareños persiguen a una vieja acusada de brujería, a la que culpan de la muerte de las ovejas o de la soltería de algunas mozas o del mal sueño de los niños, de todo, de cualquier cosa.
[Ella se retuerce] para evitar los cantazos que le arrojaban. Sin duda no traía el bote de sus endiablados untos, porque, a traerlo, seguro que habría atravesado al vuelo la cortadura, dejando a sus perseguidores burlados y jadeantes como lebreles que pierden la pista. ¡Dios no lo quiso así, permitiendo que de una vez pagara todas sus maldades!
[...]
"No tengo hijos ni parientes que me vengan a amparar; ¡perdonadme, tened compasión de mí!», aullaba la bruja
[...]
Unos aseguran que hablaba en latín, otros que en una lengua salvaje y desconocida, no faltando quien pudo comprender que en efecto rezaba, aunque diciendo las oraciones al revés, como es costumbre de estas malas mujeres.
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Yo lo confieso con toda franqueza: llegué a tener miedo. ¿Quién sabía si la bruja aprovechaba aquellos instantes para hacer uno de esos terribles conjuros que sacan a los muertos de sus sepulturas, estremecen el fondo de los abismos y traen a la superficie de la tierra, obedientes a sus imprecaciones, hasta a los más rebeldes espíritus infernales? La vieja rezaba, rezaba sin parar; los mozos permanecían en tanto inmóviles cual si estuviesen encadenados por su sortilegio, y las nieblas oscuras seguían avanzando y envolviendo las peñas en derredor de las cuales fingían mil figuras extrañas como de monstruos deformes, cocodrilos rojos y negros, bultos colosales de mujeres envueltas en paños blancos y listas largas de vapor que, heridas por la última luz del crepúsculo, semejaban inmensas serpientes de colores. Fija la mirada en aquel fantástico ejército de nubes que parecían correr al asalto de la peña sobre cuyo pico iba a morir la bruja...[...]
La vieja, entonces, tan humilde, tan hipocritona hasta aquel punto, se puso de pie con un movimiento tan rápido como el de una culebra enroscada a la que se pisa y despliega sus anillos irguiéndose llena de cólera.[...]
Pero aún no había pronunciado estas palabras, abalanzándose a sus perseguidores, fuera de sí, con las greñas sueltas, los ojos inyectados en sangre y la hedionda boca entreabierta y llena de espuma, cuando la oí arrojar un alarido espantoso, llevarse por dos o tres veces las manos al costado con grande precipitación, mirárselas y volvérselas a mirar maquinalmente, y por último, dando tres o cuatro pasos vacilantes como si estuviese borracha, la vimos caer al derrumbadero. [Un mozo más osado la ha acuchillado.]
[...]
[cae por el cortado, pero] quedó suspendida de uno de los picos que erizan la cortadura, barajando y retorciéndose allí como un reptil colgado por la cola. ¡Dios! ¡Cómo blasfemaba! ¡Qué imprecaciones tan horribles salían de su boca! [para que no suba, la apedrean desde arriba, hasta que cae al fondo del barranco.]
[...]
Parece por algunos momentos que el propio Bécquer va a caer víctima del contagio mimético. Eso, al lector avisado por Girard y que ama a Bécquer, le llena de espanto. En las últimas líneas, sin embargo, imagina a la bruja acurrucada, haciendo alguno de sus temibles hechizos o untos en una marmita. Pero, con un toque magistral, vivísimo, piadoso, desgarrador en su finura, apunta:
Al calor de la lumbre hervía yo no sé qué en un cacharro, que de tiempo en tiempo removía la vieja con una cuchara. Tal vez sería un guiso de patatas para la cena.
2 comentarios:
He leído el texto al que se remite, respecto a lo ocurrido con Apolonio. Y he visto que en los comentarios se habla del tema del chivo expiatorio o fármaco, y se saca de ello la conclusión de que en el paganismo coexistían la alta cultura y la barbarie, cosa esta última que, según se afirma, el cristianismo suprimió.
Es curioso (para mí) que de lo ocurrido en un contexto pagano se saquen conclusiones presuntamente válidas para todo el paganismo y su sentido general; pero de lo ocurrido en un contexto cristiano (como el caso que cuenta Bécquer, o el de tantos miles de supuestas brujas encarceladas, torturadas o ajusticiadas) no se saque ninguna; no sé si no hay en eso un cierto sesgo de la mirada difícil de justificar.
Cito, del artículo dedicado en la wikipedia al tema de la brujería: "Entre los siglos XV y XVIII se dio una persecución particularmente intensa de la brujería, conocida como caza de brujas. Esta persecución afectó a la práctica totalidad del territorio europeo... Los estudiosos actuales del tema dan una cifra aproximada de 110 000 procesos y 60 000 ejecuciones, a pesar de que cálculos anteriores arrojaban cifras mucho más elevadas".
La barbarie, a mi entender, no es ni pagana ni cristiana: es humana solamente, por desgracia, y perfectamente posible en un contexto de civilización o cultura cristianos; y no sólo los siglos anteriores, sino el mismo siglo XX, no me dejarán mentir.
Muy bien visto, Enrique. Y sí, la barbarie está en todas partes, pero el cristianismo permite una autocrítica purificadora, véase al mismo Girard.
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