martes, 8 de julio de 2014

Pukka


Leonor, de formación científica y trabajo ejecutivo, tiene, no obstante tanta modernidad, una superstición. Una sola. Consiste en que no le gusta decir ni oír decir lo que nos va bien porque le parece que es tentar  a la suerte. "Nunca nos peleamos", observo, y eso me cuesta una bronca, no vaya a ser que a partir de ahora discutamos. "Este año los niños no se han puesto malitos", y me mira con ojos asesinos, como si estuviese poniendo en peligro la integridad de la prole. Y así. La cosa tendría menos importancia si yo no fuese un tipo celebrativo, de esos que se pasa el día diciendo "Qué bien". Un tipo que cree, además, en el poder creador de las palabras. 


Lo último que ha pasado me da la razón, siento decirlo. El viernes estaba en Madrid, como sabéis, entre otras cosas porque la mitad de los lectores de este blogg estábamos allí, y comenté que nuestra perra Pukka tiene quince años y que nos los ha dado uno tras otro con sus instintos de cazadora de gatos y de ratas, que me obligó una vez a rematar en la atestada orilla a una gaviota enorme a la que había averiado, que ha molestado a los vecinos y ha vuelto locos a sus dueños. Tanto que, en un momento de desesperación, le escribí este epitafio para ir ganando tiempo: 

Descansarán por fin los pobres gatos,  
las ratas, los vecinos, las gaviotas. 
Solamente sus dueños, medio idiotas, 
de menos echarán tan malos ratos.

Llegué, derrengado, el sábado. El domingo por la mañana la perra estaba muy malita, echando espuma por la boca. Me temí que le había echado el mal de ojo. Mientras Leonor distraía a los niños, la llevé al veterinario de guardia. El diagnóstico no pudo ser peor. Estaba infectada por un cáncer enorme. Nosotros habíamos pensado que estaba tan gordita porque los niños le dan de comer sin solución de continuidad, chucherías incluidas, y porque ya no corría tanto. Y no era eso, no. Estaba hinchada.

El veterinario me propuso la inyección letal, y no sé si me negué por rechazo analógico de la eutanasia o porque a ver cómo les contaba a mis amigos, después de las bravatas del viernes, que la perra había muerto el domingo. Hubiese resultado sospechoso. 

Ayer volví a llevarla, y ya la atendió la veterinaria, que es amiga mía desde mi primera pandilla mixta, hace dos siglos. Vio con la ecografía una mínima posibilidad de operarla y se lanzó, dándome todas las desesperanzas posibles. La operación, sin embargo, ha salido muy bien y parece que han podido limpiarle todos los órganos vitales y que sólo le han extirpado el bazo, que está para eso. 

La leyenda continúa. El epitafio sigue esperando. Todo en orden. 


4 comentarios:

Dolores dijo...

Me ha fallado el subconsciente y al leer Pukka he pensado en Puck y Shakespeare...

Estaría bien que visitaras Barcelona antes de que esto sea Expaña :( una lectora de este blogg iría a escucharte sin dudarlo

Anónimo dijo...

Mil enhorabuenas por lo de tu perra; ojalá se confirmen los buenos augurios.

DAL dijo...

Espero que Pukka siga dando guerra cuanto antes.

Francisco dijo...

Nosotros tuvimos que sacrificar nuestro Yorkshire hace dos semanas (sólo tenía 13 años). El veterinario no nos dio alternativa. Todavía lo estoy asimilando. Y consolándolme con el cielo para perros del Papa Francisco.