Según iba leyendo Noviembre (Ediciones Complutense, 2015), el último poemario de Ángel Mendoza, creía que rompía con la tradición de escoger un poema suyo por libro que me entusiasma especialmente. Me consolaba con tres versos de este libro: "Es lo que debe hacerse delante de un milagro: / no preguntar, no sospechar lo incierto, / no ser más que un testigo de tanta claridad". En esta entrega el nivel es altísimo y uniforme y el libro cumple el requisito que pide Ramón Eder a los buenos: que el todo sea más que las partes.
Pero casi al final, "¡eureka!":
RECUERDO LA ALEGRÍA
Era como tener en casa un perro grande,
uno de esos gigantes peludos y gozosos
en los que refugiarse del calambre del frío
y los charcos podridos de barrios peligrosos.
Si aullaba la ventisca, él aullaba más fuerte,
si el viento golpeaba, él era una tormenta
de fiebre contra el viento, un ladrido afilado
clavándose en la tarde arisca y turbulenta.
Fuera, los navajeros, los tipos desquiciados,
mujeres que se ofrecen a cambio de heroína.
Dentro, la estufa vieja, el mordisco inocente
de un perro que defiende a un niño con anginas.
..............................[22 de noviembre]
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