jueves, 8 de febrero de 2018
La nostalgia del Padre nos lleva al padre
Quizá una prueba de andar por casa (a la cuenta María) de la inmortalidad sea que nada se acaba nunca jamás. Ni los trabajos.
Entregué mi antología de la poesía al padre con gran alivio y sensación de deber cumplido al fin. Pero de fin nada. Me encuentro a cada paso poemas al padre nuevos o, todavía más doloroso, que olvidé, traspapelé o no conocía. Sueño con una nueva edición y sé que tampoco arreglaría las cosas definitivamente.
Ahora, encima, acabo de encontrar algo que me habría servido especialmente para el prólogo. Allí, además de la información básica sobre el libro y sus coordenadas espacio-temático-temporales, me hacía una pregunta. ¿A qué responde el incremento exponencial de la poesía al padre en nuestro tiempo? La comparación pasma, y eso que tenemos el precedente de Jorge Manrique, que nos enmascara un poco (tirando de calidad) el gran salto cuantitativo.
Yo aventuré algunas respuestas, pero ahora estoy pasmado con la que me sugiere una idea Viktor E. Frankl en La presencia ignorada de Dios. El Padre no es el primero existencialmente, pero sí ontológicamente, de modo que nuestro padre genético es un representante del Padre celestial, prototipo de toda paternidad. Eso conlleva que la ausencia de Dios, por su muerte nietzscheana o por la falta de fe o de práctica religiosa incluso, se traduzca en una demanda, en todos los sentidos, de la figura del padre. Un paciente se lo dijo aún más claro: "Al haberme visto privado del Padre divino, me puse a buscar cielos de repuesto, y así llegué a sentir esta fuerte nostalgia por mi padre carnal..."
Por supuesto que eso no eclipsa los otros motivos, ni el principal, el amor directo, sin explicaciones, pero me parece una factor a tener muy en cuenta, una explicación difícil, pero muy atinada.
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