No hablaré de minimalismo para no cogerle los dedos críticos, pero de la poesía más pequeña, en voz baja, más desnuda me interesa todo lo contrario: su posibilidad de absoluto y de abarcarlo todo. Reducir los medios para llegar a fines reducidos es simple redundancia. La clave es el contraste. El mundo en el gran de arena, la hoja de hierba y la realidad o el trozo de pan incluso y la Divinidad. A esa comunión entre el menos y el más apuntan dos poemas de dos poetas estupendos en sus dos libros más recientes.
Juan Marqués, en El cuarto de estar (Pre-Textos, 2019):
DICKENSONIANA
En la naturaleza
la mirada descansa,
como quien vuelve a casa.
Para limpiar los ojos,
basta un árbol;
para saber volar,
es suficiente un pájaro.
Y Antonio Manilla en Suavemente ribera (Visor, 2019)
CLARABOYA
La luna que ilumina las montañas
con esta luz de otoño
y todo lo hay más allá de ellas:
el verdor de otros valles y el agua de los ríos
cuyos nombres ignoro, poblados y ciudades,
cielos desconocidos,
innumerables gentes
y, al fin, el mar que invita a los viajes.
Los anchos horizontes del desván
a través de un pequeño ventanuco:
el universo entero cabe en ellos.
1 comentario:
Muchísimas gracias, querido Enrique. Qué pronto lo has conseguido... Abrazos.
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