viernes, 12 de octubre de 2007

Rojigualda


El viejo adagio “Timeo hominem unius libri” [Temo al hombre de un solo libro] necesita una readaptación. Para empezar está en latín, que es un idioma muy complicado para nuestra ministra de Cultura. Luego, la frase no es políticamente correcta porque parece que se refiere a los fundamentalistas del Corán, y eso hoy es inadmisible. Y ni siquiera vale contra el Cristianismo, pues la Biblia no es un libro, sino toda una biblioteca de 73 títulos, más de los que mucha gente ha leído en su vida.

Los hombres de una sola bandera sí que dan miedo. Lo lógico, en este mundo globalizado de múltiples intercambios y relaciones, es vivir varios patriotismos jerarquizados según los diversos intereses, afectos y lealtades. Querer ver el planeta a través del color de una sola enseña (sea del país, del partido o de la pedanía) es síntoma de una peligrosa estrechez mental.

La actitud cateta del nacionalismo excluyente es, para colmo, contagiosa como una gripe aviar. Algunos políticos creen enfrentarse a él defendiendo un neo-nacionalismo: “Si ellos catalanistas, nosotros andalucistas o valencianistas, ea.” En realidad, están bailándole el agua a los que aspiran a que España sea un catálogo de banderitas, como una verbena de barrio. Frente a la cerrazón nacionalista, la bandera a ondear, sin dejar de sentir los colores de cada región, es la rojigualda: la misma que defienden heroicamente los vascos y los catalanes que, amando su tierra y sus costumbres, se saben españoles.

Nuestra bandera no tiene un escudo único. El águila de Patmos voló al pasado. Pero el escudo actual, llamado constitucional, no termina de cuajar en las banderas que vemos en el fútbol, en algunas manifestaciones o en las pegatinas de los coches. Tal vez se debe a que el pueblo soberano, que es sabio, presiente oscuramente que la Constitución no está resultando un verdadero escudo capaz de proteger a España. Con frecuencia, podemos ver nuestra bandera sin escudo ninguno, a pecho descubierto.

Y sin embargo, poco a poco, el subconsciente colectivo va colocando en la bandera, como un símbolo, al toro bravo. No me extraña. Es el tótem de Iberia desde la Antigüedad: su piel extendida es nuestro mapa y en la fiesta nacional se hunden nuestras raíces míticas. Este país, tan trágico, podría hacer suyos los versos de aquel soneto de Miguel Hernández y decir “Como el toro he nacido para el luto/ y el dolor, como el toro estoy marcado/ por un hierro infernal en el costado…”

Hoy, entre todas mis banderas, entre la europea, la andaluza, un poco la murciana, la de El Puerto de Santa María, entre todas, pongo en el mástil más alto a la española, porque es la que está siendo banderilleada y picada por los fanáticos de las banderas únicas. Y les recuerdo que, con un verso impresionante, España, en aquel soneto, da este aviso a los nacionalistas: “Como el toro me crezco en el castigo.”
[Publicado a principios de 2006 en Alba]

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Oportunamente recuperado este artículo que a mí, poco amante de banderas, me permite verlas de otra forma. No me gusta que unos las quemen, pero tampoco que otros se cubran las vergüenzas con ellas. Las banderas deben ser como alfombras mágicas: voladoras.

Ángel Ruiz dijo...

Vaya, Enrique, las banderas al vuelo de Carlos hacen más alado tu artículo: misterios de los lectores que dan color a lo que escriben los escritores.

Jesús Sanz Rioja dijo...

La verdad es que a mí las banderas autonómicas me la... bueno, que no me dicen nada. Como no quiero ser de esos que dan miedo, recuerdo que de chico solía colgar la bandera de los Estados Confederados de América, icono de los grupos de rockabilly. Incluso hoy me colgaría un pin si no estuvieran pasados de moda.

Anónimo dijo...

Sí, y desde luego la postura del Partido Popular, que hace un doble juego digno de estudio. Sobre eso "Los pactos de Pepe" que hoy voy a incluir en mi blog, que vuelve a abrir. Gracias por tus consejos! Me temo que no puedo rehuir lo ensayístico, pero apostaré por otras tres líneas adicionales: la propiamente diarística, la literaria, y la de la reflexión breve. Bueno, y enlaces a artículos interesantes de otros blogs (estoy haciéndome en una libretita una blogteca interesante).

Luis dijo...

El problema con la metáfora, querido Enrique, es que el toro aunque se crezca termina muriendo.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

El parentesco entre nacionalismo y paganismo me parece evidente: culto a los antepasados, a los elementos, a los dioses de la victoria y la derrota.

E. G-Máiquez dijo...

Mi entusiasmo por las banderas autonómicas es perfectamente descriptible, Jesús. Pero hay otras: la de Europa, con su etimología, y la del Vaticano, por ejemplo.

Luis, lo del toro y su gloriosa derrota no se me escapa. Por eso es que no me termina de gustar como símbolo de España. Pero la gente lo escoge y por algo será. Dentro de ese algo no hay que descartar que lo vean negro, ni tampoco cierto paganismo, que opta por el tótem sacrificial en vez de por signos más cristinos.

Anónimo dijo...

Je,jeeee,jeeeeeee. Totem sacrificial en vez de símbolos cristianos... ¿hace falta que apostille? ;-)

E. G-Máiquez dijo...

No, Ignacio, falta no hace, pero si al final (que te conozco) te lanzas al ruedo, repásate antes bien a tu Girard, no te vaya a coger el toro...

Anónimo dijo...

Yo me quedo con la rojigualda de las Cortes de Cádiz.

No me parece que el toro sea el animal totémico español (igual en Cádiz sí, por lo de osborne), sino más bien el cerdo. España se hizo a golpe de tocino.

Unknown dijo...

Quique, de donde es la bandera de la foto?

Me gusta eso de que el animal totemico es el cerdo...iberico

aqui, como no hay de eso

Anónimo dijo...

La rojigualda que ilustra el artículo tiene pinta de ser carlista. Lleva un sagrado corazón.