Hasta Nehemías, cuya fuerza era la alegría de Dios, pasó por el trance de la tristeza: “En el mes de Nisán, el año veinte del rey Artajerjes, siendo yo encargado del vino, tomé vino y se lo ofrecí al rey. Anteriormente nunca había estado triste. Me dijo, pues, el rey: ‘¿Por qué ese semblante tan triste? Tú, enfermo no estás. ¿Acaso tienes alguna preocupación en el corazón?’ Yo quedé muy turbado, y dije al rey: ‘¡Viva por siempre el rey! ¿Cómo no ha de estar triste mi semblante, cuando la ciudad donde están las tumbas de mis padres está en ruinas, y sus puertas devoradas por el fuego?’” O sea, que la misma Biblia bendice, mutatis mutandis, el dolor de España, de tanta raigambre literaria. Y de tan rabiosa actualidad.
Por otra parte, la vida privada, fecunda en felicidades, también pega sus zarpazos en cuanto te descuidas. Entre anuncios de televisión, cojines, almohadones y promesas electorales, se nos olvida que la realidad presenta aristas cortantes. Olvidarlo es una pena (otra), porque los disgustos nos cogen por sorpresa. Más prudente sería preguntarse con frecuencia lo que el poeta Eduardo García: “¿Cómo reconciliarse con el mundo/ si es tan necio, veleta, tarambana,/ que es capaz de albergar al mismo tiempo/ el Taj Mahal, los campos de exterminio,/ la mezquindad, tu risa, la traición,/ los libros, la ignorancia, un cuerpo que fascina,/ el carbón y la sal, los muros y el espacio,/ el cáncer y las playas tropicales?”
Ante el dolor y el mal, el corazón nos pide embestir, lanza en ristre, contra los gigantes. Gigantes o molinos, que a saber… Lo malo es luego, molido, cuando no queda otro remedio que ser más cervantino que quijotesco, y asumir que la tristeza es la única manera de enfrentarse a ciertas cosas.
Pero entonces la tristeza es de justicia y nos afina y nos une a los otros y hay que llevarla en alto. Aunque sin olvidar aquella honda verdad de la que nos hablaba Claudio Rodríguez: “Déjame que te hable, en esta hora/ de dolor, con alegres/ palabras: Ya se sabe/ que el escorpión, la sanguijuela, el piojo,/ curan a veces: Pero tú oye, déjame/ decirte que, a pesar/ de tanta vida deplorable, sí,/ a pesar, y aún ahora/ que estamos en derrota, nunca en doma,/ el dolor es la nube,/ la alegría, el espacio;/ el dolor es el huésped,/ la alegría, la casa./ Que el dolor es la miel,/ símbolo de la muerte, y la alegría/ es agria, seca, nueva,/ lo único que tiene/ verdadero sentido./ Déjame que,/ con vieja sabiduría, diga:/ a pesar, a pesar/ de todos los pesares/ y aunque sea muy dolorosa, y aunque/ sea a veces inmunda, siempre, siempre/ la más honda verdad es la alegría”.
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7 comentarios:
Muy bonito el poema de Claudio Rodríguez, precioso. Es muy tuyo también.
Y muuuy bueno el artículo: ya ves ¡casi no habla de política!
Estoy con Arp, muy bueno el poema. Y el artículo me ha encantado, en el justo medio, que ya es virtud.
No quiero monopolizar los comentarios, pero he visto ahora el título y es muy bueno: "tenue elogio de la tristeza".
Hombre, Arp, si es así de generoso, no te preocupes y monopoliza, monopoliza.
Esta entrada es genial. Tiene esto:
"...asumir que la tristeza es la única manera de enfrentarse a ciertas cosas".
Y esto otro:
el dolor es el huésped,
la alegría, la casa.
(...)
la más honda verdad es la alegría.
Y todo junto, lo propio y lo ajeno tan tuyo.
Saludos.
Se te entiende y se te acompaña. Muchas gracias, por el artículo y por esa tenue alegría final.
El Salmo de hoy (S.85) también insiste en esa necesaria alegría:
"Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti"
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