martes, 5 de diciembre de 2017

Memorialista (2)


Rebusco en mi memoria para satisfacer la demanda de "historias de mi vida" a la hora de acostar a los niños.

Mi madre decía a todo el mundo que yo era muy simpático y amigable. Cuando una madre o una abuela estaba preocupada por las habilidades sociales de su niño, me enviaban a mí para integrarlo. Conocí a gente muy curiosa en toda la extensión del término.

Mi mayor éxito fue un chico al que integré tan bien que acabó esnobeándome.

Pero en la mayoría de los casos yo fracasaba estrepitosamente. 

Mi mayor fracaso fue hasta peligroso. Llegué a la casa del paciente a echar la tarde. Yo también iba muy paciente, dispuesto a todo. La tarde se hacía infinita. Parecía la hora de irme y era sólo la de la merienda. Me ofrecieron un bocadillo. Dije "vale". Me preguntaron: "¿De qué?" Dije: "Me gusta todo" y, como castigo a mi hipocresía, me dieron algo que me repugnaba: un  bocadillo de mantequilla y azúcar.

El chico solitario y yo mascábamos nuestros sendos bocadillos en silencio. Se oía el cri-cri del azúcar horadando nuestras muelas. Un magnífico bóxer se sentó enfrente y miraba con ojos de deseo mi bocadillo. Yo le miraba y pensaba: "Qué más quisiera dártelo".

Cuando lo terminé. El bóxer se puso furioso de que no le hubiese dado ni un trocito y se abalanzó contra mí. Yo eché a correr como un loco, aprovechando que el jardín estaba cuesta abajo. El bóxer me pisaba los talones. Oía a lo lejos los gritos del niño silencioso y de su madre preocupada por las amistades del muchacho (en toda la extensión del concepto). Como me cogía, me tiré de cabeza a la piscina, con ropa y todo. El bóxer se tiró detrás. Pero en el agua yo era más rápido y me salí por el otro extremo de la piscina. Sin decir "adiós", calado hasta los cuernos, temiendo un corte de digestión por mi bocadillo de mantequilla y azúcar, cogí la puerta y me fui chorreando a casa. Dejando un reguero de agua. Tal vez también de lágrimas. Tomé por calles accesorias no fuese a encontrarme la madre con el niño y a darme otro bocadillo de mantequilla con azúcar.

Lo bueno de hacer memoria es que anoche, por fin, comprendí la furia del bóxer. Había detectado, el animalito, el asco que me daba el bocadillo y no entendió que me lo comiese así, entero, sólo por jorobarle. 


2 comentarios:

Ana R. de Agüero dijo...

Fantástico. Me parecía estar leyendo a Chesterton. He llorado de risa...

Josefina dijo...

¡jajaja! Tal cual. Coincido con mi predecesora en comentarios.