martes, 8 de septiembre de 2020

Pobres placeres repetidos

Alrededores de José Luis García Martín”. Edición y prólogo de Hilario  Barrero | impronta Hay muchos José Luis García Martín, que él, para más inri, juega a multiplicar en el caleidoscopio de las traducciones de ida y vuelta y en sus citas con fantasmas. Eso no nos permite, sin embargo, elegir al que preferimos, porque el escritor es uno, y hay que leerlo entero si se quieren entender sus partes múltiples. Sí cabe abrigar la esperanza de que el más nuestro sea el centro del resto de su obra.


Para mí el García Martín originario es el hombre satisfecho de su suerte que puede verse en sus diarios y en una parte escogida de sus poemas. Cuando se lamenta, siempre hay un retintín irónico, pero qué auténtica resulta su capacidad de superar cualquier desgracia con una hora de lectura. Si muestra más miedo (también irónico) al amor feliz que al desamor, es porque éste ofrece más posibilidades literarias. Lo dijo nuestro Mario Quintana: “El sufrimiento de los poetas es muy relativo. Pues si un poeta consigue un día expresar sus dolores con toda felicidad, ¿cómo podría ser infeliz? Que el viejo Camoens lo diga con sus inmortales penas de amor. ¡Sus felices penas de amor!” A nadie se le oculta que hay una veta de acero cervantino debajo de tanta conformidad con su suerte: “Tú mismo te has forjado tu destino”, se dice también a sí mismo García Martín en su propio viaje al Parnaso y añade, con su pizca de vanidad: “y tampoco te ha salido mal, eh”.

La capacidad de incorporarlo todo, incluso el daño, en un proyecto vital esplendente explica el mayor misterio de José Luis García Martín: su incansable labor crítica. Hablar de un libro que nos ha encantado, como hacemos tantos, es bien fácil. Porque de la abundancia del corazón habla la boca, como dijo el Otro, pero también porque no cuesta nada leerlo ni releerlo. Poner mal un libro malo es otro cantar: exige haberlo examinado, y con un cuidado meticuloso de forense, para no actuar en contra de la presunción de inocencia. Si no fuese por la poesía de García Martín, pensaría que hace falta un atisbo sadomasoquista para ser un íntegro crítico literario. Gracias a su poesía, uno entiende que, en realidad, todo —lo malo y lo bueno, lo falso y lo verdadero, lo hueco y lo pleno— forma parte de una vida completa.  Hace mucho tiempo nos lo enseñó Marcial: “Ne laudet dignos, laudat Callistratus omnes/ Cui malus est nemo, quis bonus esse potest?”, o sea, “Para no alabar a los que lo merecen, Calístrato alaba a todos./ Para quien nadie es malo, ¿quién puede ser bueno?”; pero alivia ver el silogismo clásico encarnado en nuestro tiempo.

El poema que tengo siempre en la memoria como bandera de esta actitud de García Martín es “Lo imposible”, de Principios y finales. Para todos los felices con el aquí y ahora, es un himno de combate: “Por odio de lo fácil detesto la aventura”. El mejor programa de la épica de lo cotidiano. Compruebo, sin embargo, que Ángel Alonso, que tiene el envidiable buen gusto de pisármelo todo, lo ha escogido ya. También tradujo los aforismos del susodicho Quintana que yo ya tenía casi listos, adelantándoseme a la edición. Lo que estuvo bien, porque su versión es preciosa, dicho sea de paso.

Lo de ahora, con este poema, también está muy bien. No sería yo un digno lector de García Martín si incurriese en la mínima queja. Así me voy a otro poema todavía más propio para mí, y lo celebro. En El pasajero hay un texto que habla de Dios, ya digo, un tema más mío, aunque se titule “A un dios desconocido”, y ruega así:

 

Dame siempre placeres rutinarios.

Lo que ocurre una vez, no ocurre nunca.

La luz que ciega, la explosión de dicha,

el asalto en un recodo del camino,

ángeles, cimas, intensidad, adioses,

déjalos para otros más valientes.

Dame pobres placeres repetidos,

no un único diamante en la memoria.

Dame días iguales, no este instante sin tiempo,

terco, distante, azul, inexistente.

 

Cuánto le habría gustado este poema a Chesterton. Como expone en un célebre pasaje de Ortodoxia, Dios, en efecto, como acusa García Martín, desconoce la monotonía, ésa a la que, por amor a lo imposible, algunos aspiramos. Pero Dios, porque tampoco se aburre jamás, repite —explica Chesterton— los mismos milagros originales una y otra vez, de modo que llegan a parecernos leyes inmutables de la naturaleza y hasta pobres placeres repetidos, y no flamantes prodigios inagotables. Sólo una cosa no cambia, el amor desconocido de Dios por cada uno, que le lleva a tamizar su esplendente luz que ciega. Qué fortuna que yo tuviese que renunciar a mi elección primera, pues ascendí de un altivo grito de combate a una honda acción de gracias. ¿Quién le diría a José Luis García Martín que acabaría rezando tan ortodoxamente con un poema suyo? (Bueno, no sé, porque de pronto sospecho que no le sorprendería en absoluto.)


[Publicado en Alrededores de 

José Luis García Martín,

el número homenaje 

de la resvista Cuaderno de humo]

5 comentarios:

Unknown dijo...

Estupenda reseña.. Mayor Thompson

Agustín Villalba dijo...

El problema con García Martín es que nunca se sabe si sus buenos versos o sus buenos aforimsos son plagiados. Él mismo se enorgullece de plagiar, como también de inventar citas ajenas. Es como Vila Matas: a fuerza de jugar a la metaliteratura, se convierten en autores en los que uno no puede confiar y que in fine prefiere no leer.

Jose dijo...

"Agustín Villalba" confunde "plagiar" con "recrear", que son cosas tan distintas que resultan prácticamente opuestas. Y eso, sin contar con que esas recreaciones (que siempre hacen algo distinto, y en no pocas ocasiones mejor, que sus originales) son algo completamente esporádico; el 99%, al menos, de lo que escribe es no sólo suyo, sino marcada y reconociblemente personal.

Jose dijo...

De eso mismo, de plagiario, en este caso de Homero, acusaron a Virgilio en su día, con tan inexistente base como usted lo hace aquí. Con su impagable ingenio, Voltaire respondió a esa acusación diciendo que "si Virgilio es obra de Homero, ésta fue, de entre todas sus obras, la que mejor le salió".

Sergio dijo...

Muy buena reseña. Fiel, me parece, a cuanto percibo en ese hermoso libro. Felicitaciones y gracias.

Un saludo de la otra Córdoba.