martes, 9 de febrero de 2010

El curso (de los acontecimientos)

A primera hora de la tarde, el curso de informática en el IES era un martirio transilvano. En eso estábamos de acuerdo todos los asistentes, incluido el director, que aquí era un alumno más. Pero como yo soy un hombre de recursos, me susurré encantatoriamente, a lo protagonista de La vita é bella: ahora estoy durmiendo la siesta y sueño con un curso de informática, algo así como la mariposa de Chuang-Tzu, así que cuando despierte ya no sabré si he sido el asistente en el curso de informática o el curso de informática en el sueño del asistente. Parece un cuento chino, pero os aseguro que la estrategia me ha servido a menudo en los momentos más apurados para descansar. (Mucha informática, en cambio, no se aprende.) Y estaba en esas. Lo malo es que cuando me iba quedando dormido (imaginativamente, por supuesto) me empezaba a dar lástima del ponente. Un hombre de carne y hueso, un alma de Dios, y venir yo ahora a difuminarlo en fantasmagoría, como aquel que dice, a rebajarlo a ente onírico. Eso no estaba bien. Por caridad, más que por un interés vivísimo en el programa Linux, versión Guadalinex, me mantuve firme en mi vigilia. Por motivos estrictamente ontológicos.

7 comentarios:

José Miguel Ridao dijo...

Bueno, pero él no lo habría notado. Tú habrías ganado y él habría permanecido igual. Económicamente la estrategia habría sido ventajosa, y tampoco veo ninguna objeción moral. Un abrazo.

Miguel García Castaño dijo...

Bien, algunos profesores prueban así de su propia medicina. Donde las dan las toman.


Me parece que lo del sueño imaginativo es algo demasiado sútil para mí, para arriesgarme.

Manolo dijo...

También ayer estuve yo en una "explicación" de los planes de autoprotección en el centro, daba en forma de ponencia audiovisual por un técnico de una empresa especializada.
El ponente era muy deficiente (casi sólo leía los titulares de las diapositivas), lo que unido a la farragosidad del tema y el cansancio de mis compañeros, hizo del acto algo penoso de lo que no pude escaparme.
Lo que más me costó digerir fue el comportamiento del auditorio (el claustro de profesores), como el de la peor y menos motivada clase de la ESO, algo de lo que tanto nos quejamos. Mi sentimiento en esos momentos era que no se le concedía ninguna dignidad al ponente, y por eso teníamos derecho al cachondeo. Sufrí por él y por nuestra coherencia como educadores.

Enrique Baltanás dijo...

El comentario de Manolo es muy sagaz: ¿cómo seríamos los profes convertidos en alumnos?

José Miguel Ridao dijo...

Al hilo de lo que comentan Manolo y Baltanás, se me ocurre pensar que cuando explicamos nuestras materias a los alumnos ellos deben de sentirse como te sentiste tú en el curso de informática, con la gran diferencia de que ellos no dominan técnicas de relajación.

Manupé dijo...

Eterno estudiante y alumno a tiempo parcial como sigo siendo, he aprendido con los años a "darme a masa" cuando no me interesa lo que me están contando, bien por lo torpe del ponente, lo farragoso del tema o el conocimiento previo sobre la materia.
El procedimiento consiste en mantener una mirada que podría interpretarse como de máximo interés en la clase, mientrás mi imaginación va de los compromisos pendientes para la semana hasta la lista de la compra.
Al final siento cierta desazón por mi engaño, aunque me consuela saber que mi ponente al menos no se ha dado cuenta.

Cristina Brackelmanns dijo...

En los todo a cien venden unas gafas muy chulas con unos ojos pintados muy abiertos. Si te pones en la última fila y el profe es un poco miope dan el pego la mar de bien.
Yo me las pongo cuando hay que ver películas soporíferas, para dormir sin dejar de hacer compañía.