De la popular triada feliz, la salud,
efectivamente, se valora cuando se pierde. Basta que se tambalee un poco: un
catarro, y ya se da cuenta uno de cuanto tenía. El amor –pienso entre mis toses
y escalofríos– se valora al revés: cuando se tiene. Hasta en eso es misericordioso
el amor. Quien no lo siente, no sabe lo que se pierde. Y para redondear la triada,
el dinero, con ser el menos prestigioso de los tres, es el que más se deja
querer: cuando se tiene, se siente su peso (poderoso caballero, etc.) y cuando
no se tiene, se padece su necesidad. Sólo cede ante la mala salud y ante el
amor vibrante: “Contigo pan y cebolla”. ¿Y ante la santidad? Eso estoy diciendo:
ante el amor vibrante.
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1 comentario:
Buenísimo, Enrique.
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