viernes, 1 de agosto de 2014
Que trabajen otros
Ayer, paseando por el espigón del río, que se adentra en el mar como una espada de la Reconquista de las largas, —y la imagen será manida, pero es exacta— me sorprendió ver el vuelo de las golondrinas sobre las olas, prácticamente surfeando. Recordé otras golondrinas y otros días marinos. Quizá están tan bruñidas y son tan saladas por esa querencia marinera suya, que les desconocía y no tienen otros pájaros. Les hacen razias desde tierra a las temibles gaviotas. Y el negro se ve mucho más limpio que el blanco, el mundo al revés. Y hace años, sin saber que tiraban a las aguas, las llamé en un poema los delfines del aire.
Para la entrada de hoy basta traerlas aquí y dejar que sus gráciles garabatos rubriquen (oh, el rojo de su pecho) la entrada.
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