En Cautivado por la alegría, cuenta C. S. Lewis el cáncer de su madre siendo él un niño de la misma edad que yo tenía cuando el cáncer de mi madre. Me he reconocido en la angustia infantil, distinta de la de los mayores, y en esa atmósfera de secretos a medias y cuchicheos y llantos interrumpidos, y, sobre todo, en la oración confiada del hijo por la curación de la madre. Cuando más identificado leía, la gran diferencia. Su madre no se curó y la mía sí. Lewis se hace entonces esta inquietante reflexión:
Nunca pasó por mi mente que el tremendo contacto que yo solicitaba pudiera tener ninguna consecuencia tras haber restaurado el status quo.Me asaltan dos inquietudes. ¿He estado a la altura del tremendo contacto? Y, luego, ¿no será, talento y capacidad de trabajo aparte, la diferencia de categoría literaria entre él y yo una consecuencia del dolor del niño y de la soledad de los que me libré? Miguel d'Ors sostiene que detrás de cada verso hay un niño con las alas malheridas, y yo siempre había sugerido, en legítima defensa, que no era estrictamente necesario. Ahora tengo mis dudas.
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