miércoles, 22 de marzo de 2017
Contra la angustia
La mayor alegría que me dio ayer Alfonso Carreto Pérez-Barbadillo, hijo de mis amigos, no fue que mi viejo poema estuviese pegado a la pared de la biblioteca pública de Sevilla, como fotografió:
Fue que en Facebook comentase: "Enhorabuena Enrique!! Sirva también de comprobante al hijo de tus amigos para demostrar a sus padres su paso por la biblioteca!!"
Me ha alegrado tanto porque me preocupa mucho que mis hijos pierdan la gracia con el paso de los años, lo que me angustia. Se puede llegar a la universidad con la chispa intacta.
Carmen, por ahora, va bien. Ha salido girardiana. El otro día les expliqué en la cena los mandamientos, uno por uno. No en plan catequesis continua, sino porque les había repetido que el undécimo mandamiento es no molestar y entonces me dijeron que bien, que eso ya lo sabían, pero que cuáles eran los primeros diez. Tras la catequesis, pregunté qué cuál les parecía más complicado de cumplir. Carmen contestó, sin dudar, que el décimo: qué fácil es envidiar. Se ve que el girardismo corre por la sangre. Se hereda.
A la mañana siguiente, ayer, vino a buscarme al despacho para que desayunara con ellos. Miró por encima del hombro y vio que el documento de Word tenía apenas dos frases. "Te falta mucho para terminar el artículo. No vengas, papá, no te preocupes", y se fue, seria y generosa. No todo va a ser reírse de su padre. Qué estaba escribiendo, con el tiempo en los talones, dos artículos: uno y dos, y tan pillado que la magnanimidad de Carmen le vino caída del Cielo, y no me extraña que tengan ambos ese tono martírico, ay.
Por suerte, lo de Alfonso me dispensa de la angustiosa tarea de recoger todo lo que me cuentan con gracia, como si hubiese una fecha de caducidad.
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