Ayer fui a la convivencia del colegio de mi hijo. No pude escaquearme por la razón que expliqué ayer. Una vez allí, lo pasé estupendamente, aunque quejándome, claro.
Un amigo me afeó "lo poco que me gusta alternar", cuestión puntual en la que él y yo, dijo, no somos iguales. Era un elogio inconsciente maravilloso, porque mi amigo goza de una gran autoestima. Yo, en legítima defensa, pensé que "alternar" es una palabra feísima que es normal que no guste mucho, aunque "alternar" con él me encante.
Entré en la misa con el yo pecador de la misantropía en la boca. Y la abrí la boca asombrado del sentido del humor de la Providencia. En la primera lectura, San Pablo nos contaba, justamente, la de amigos que tenía y lo mucho que alternó:
Saludos a Prisca y Aquila, colaboradores míos en la obra de Cristo Jesús; por salvar mi vida expusieron su cabeza, y no soy yo sólo quien les está agradecido, también todas las Iglesias del mundo pagano. Saludad a la Iglesia que reúne en su casa. Saludos a mi querido Epéneto, el primero convertido de Cristo en Asia. Saludos a María, que ha trabajado muchos por vosotros. Saludos a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo. Saludos a Ampliato, mi amigo en el Señor. Saludos a Urbano, colaborador mío en la obra de Cristo y a mi querido Estaquis. Saludaos unos a otros con el beso santo. Todas las iglesias de Cristo os saludan. Yo, Tercio, que escribo la carta, os mando un saludo cristiano. Os saluda Gayo, que me hospeda, y toda esta Iglesia. Os saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y nuestro hermano Cuarto.Digo yo que pocos habrá habido en la historia que hayan leído esta epístola de San Pablo con la emoción con que la oí yo.
En el Evangelio, Jesús tampoco le hacía asco ninguno a la "alternancia" más alternativa: "Ganaos amigos con el dinero injusto". ¡Incluso!
La homilía cogió el tema, como si el cura nos hubiese oído y se pusiese radicalmente de parte de mi amigo. Cómo sería que incluso mi hijo Enrique, normalmente distraído, me miró y me dijo, como disculpándose: "Yo tengo muchos amigos".
Y yo, ya totalmente convencido, le dije un "Amén", aunque sonó: "Muy bien".
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